Editorial

Desde hace tiempo se venía mascando la posibilidad de que las tensiones entre potencias imperialistas subieran a un nuevo escalón. Esa escalada podía darse por cualquiera de los distintos frentes abiertos, como la guerra en Ucrania o alguno de los conflictos regionales donde las potencias se enfrentan de manera indirecta. Pero ha sido la guerra comercial a la que se le ha dado una nueva vuelta de tuerca y la que está teniendo ya un impacto en la economía de todo el mundo y, por tanto, en las relaciones entre países y en la reconfiguración de las diversas alianzas, fenómenos que ya venían revistiendo cada vez mayor volatilidad pero que ahora pasan a un nuevo estadio.

La guerra comercial que venían librando Estados Unidos y China se ha generalizado con la imposición de aranceles a medio mundo por parte de la administración Trump. China, que lleva años amenazando con arrebatarle el puesto a la primera potencia mundial en la cúspide de la pirámide imperialista, ha respondido sin ambages, con la convicción de que el repliegue proteccionista de Estados Unidos no tiene por qué afectarles si lo convierten en una ocasión para afianzar y ampliar lazos con otros bloques del mundo. Multipolaridad lo llaman algunos, en lugar de disputas interimperialistas.

Por su parte, el Gobierno de coalición ha acudido raudo y veloz a tratar de proteger los intereses de las principales empresas españolas en mitad de las turbulentas aguas de la economía mundial. Y lo ha hecho en los dos principales frentes abiertos: la respuesta a los aranceles y el plan que ya había puesto en marcha la UE: Rearmar Europa. Pedro Sánchez, como acostumbra, no ha tardado en querer asumir protagonismo en el escenario internacional y, aplicando su máxima de «ampliar y diversificar» los vínculos comerciales con el resto del mundo, acudió con celeridad a China para no quedarse sin un sitio de preferencia en el nuevo escenario de incertidumbre abierto. Esto refleja, ni más ni menos, la voluntad del Gobierno de que las grandes empresas españolas no se vean especialmente afectadas en caso de que, como parece, el socio comercial predilecto norteamericano, por ahora, les dé la espalda.

En respuesta a los aranceles, el Gobierno acordaba un plan de 14.100 millones de euros destinados supuestamente a mitigar el impacto de los aranceles en algunos de los sectores más afectados. Como elemento más destacable cabe señalar la activación por parte del Gobierno del mecanismo RED, introducido en la última reforma laboral, que permite a los empresarios reducir jornadas laborales y suspender contratos de trabajo en función de sus necesidades. «Flexibilidad» y «estabilización» del empleo lo llaman; mano de obra a demanda de las necesidades patronales, significa realmente. En la línea retórica que acostumbra Sánchez, al hacer pasar por «oportunidades» lo que no son sino tambaleos del sistema capitalista e intentos de los principales mandatarios de reconducir esas crisis o conatos de crisis para que todo siga igual, en esta ocasión denomina a este plan de «respuesta y relanzamiento comercial». Y, para sorpresa de nadie, pide a todos los grupos políticos «unidad nacional», llamada a la que las cúpulas de las principales organizaciones sindicales no han tardado en sumarse, como si la «unidad» tras la burguesía patria fuese lo que le conviene a una mayoría trabajadora que cada vez tiene peores condiciones de vida y de trabajo.

También la escalada belicista sube de nivel, y también ahí Sánchez acude a la llamada sin rechistar, sin disimulo y, más bien, casi con orgullo. El Gobierno ha acordado aumentar en 10.500 millones de euros el gasto en Defensa para alcanzar el manido 2% del PIB ya en 2025 y cumplir así con los compromisos de la OTAN. Si los debates parlamentarios del Congreso pintan algo o nada en las decisiones de calado puede juzgarlo el lector con el hecho de que semejante aumento de dinero del presupuesto con el que España contribuye a la OTAN no pasa siquiera el trámite de ser debatido y votado en el Congreso. Por si alguien tiene dudas de cuánta escalada supone esto en los planes que ya manejaba España, sirva el dato de que alcanzar el 2% del PIB en Defensa era lo que preveía el Gobierno para 2029. Estamos en mayo de 2025.

Aunque para muchos ya resulte incluso obsceno y casi cómico si no fuera por la gravedad del asunto, debe destacarse la posición del socio minoritario de la coalición gubernamental. Sumar, presente en el Consejo de Ministros donde se acordó dicho aumento del gasto en Defensa, lo ha considerado «exorbitado» y ha planteado una «queja» dentro del Gobierno porque no le parece «oportuno». Cabe preguntarse en qué momento sí lo considerarían «oportuno». Podemos, por su parte, se reafirma, como viene haciendo desde hace meses, en hablar del «Gobierno de la guerra» y pide movilizaciones por la paz. De nuevo, puede parecer inconcebible escuchar esto de boca de quien firmó incrementos constantes del gasto militar de España hasta llegar a constituir un incremento récord en la historia de nuestro país y de quien, formando parte de un Gobierno de coalición, organizó y acogió una Cumbre de la OTAN en Madrid en junio de 2022. Pero no, no solo no les parece inconcebible, sino que están haciendo bandera de ello, en una retórica antibelicista que pretende ignorar una hemeroteca no de hace décadas, que pudiera ser más difícil de rescatar, sino de hasta hace apenas dos años, cuando perdieron su hueco en el Gobierno.

El imperialismo tiende a la reacción y, en un mundo ya repartido, solo caben nuevos repartos y, por consiguiente, nuevas disputas por los mercados, las rutas de transporte y de energía. Por su parte, Sánchez habla de las medidas de Trump como una vuelta al «proteccionismo del siglo XIX» y lo considera como un error para «afrontar los desafíos del siglo XXI en un mundo interconectado». Si es una falta de conocimiento o de pericia en el análisis del capitalismo contemporáneo o un arma retórica en la disputa ideológica puede quedar a juicio de quien esté leyendo estas líneas. Lo que está claro, de cualquier manera, es que esta escalada en los enfrentamientos entre países y en la deriva belicista no traerá consigo nada beneficioso para la clase obrera mundial, aunque la maquinaria de la propaganda de guerra hará todo lo posible para convencernos de lo contrario. Preparémonos: afilemos nuestros análisis y organicemos la respuesta obrera y popular a todos sus planes, porque ninguno estamos exentos de sufrir su bombardeo ideológico y de caer en el error de asumir como propios los intereses de una clase que no es la nuestra.

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