Del Llamamiento por Europa al Libro Blanco sobre el rearme: la historia no nos perdonará la inacción

Hace unas semanas se celebraba en la madrileña plaza de Callao una convocatoria bajo el lema «¡Más Europa! Por una Europa social y democrática» promovida por las organizaciones sindicales (CCOO, UGT y la Confederación Europea de Sindicatos) y por diversas asociaciones, fundaciones y personalidades del ámbito cultural, periodístico y académico. Entre las escasas mil personas allí reunidas pudo verse a representantes del PSOE y de SUMAR y a otros tantos próceres del progresismo, todos en feliz comunión frente a una enorme bandera de la Unión Europea.

Los think tanks de la gran familia de la izquierda española han debido de ver en la apropiación y promoción de este nuevo socialchovinismo continental que crece a la par que la agudización de los conflictos entre las potencias capitalistas una oportunidad comunicativa: hacer suyo un europeísmo monolítico frente a una derecha que se ve obligada a mirar de reojo a la extrema derecha euroescéptica o «eurovacilante». Este ejercicio trae consigo la construcción de una determinada narrativa sobre la UE que, como toda narrativa, tiene algo de verdad, algo de mentira y mucho de superficial.

Como si las políticas «neoliberales» no hubiesen gobernado la orientación y el sentido común de las instituciones europeas y de muchos de sus Estados miembro durante décadas, particularmente en los momentos de «estrechamiento» económico, los autores del manifiesto de la convocatoria, que replica la celebrada con más éxito en Roma en el mes de marzo, tratan de retorcer la historia para convertir en una especie de esencia europea su propio modelo de gestión capitalista. En el manifiesto titulado Llamamiento por Europa, dicen: «Los valores de Europa deben ser salvaguardados, y su modelo de democracia social –basado en el Estado de Derecho, las libertades, el bienestar y la convivencia–, protegido. Defendamos nuestros derechos a la sanidad, la educación, las pensiones y el contenido de nuestro Estado de bienestar, con trabajos dignos y bien remunerados».

¿Cuál es la parte de verdad? Pues que efectivamente los fundamentos y el andamiaje de los Estados del bienestar se encuentran bajo «amenaza», pero Trump y la extrema derecha, la guerra comercial y la guerra militar con Rusia no son las causas, sino las consecuencias. La cuestión que nos interesa reseñar por ahora es que este riesgo existe tanto para «el modelo» como, consecuentemente, para quienes lo representan y personifican. De ahí que las divergencias entre las distintas corrientes y manifestaciones socialdemócratas hoy sean mínimas, y de ahí también que el alineamiento con el proyecto europeo y sus actuales planes sea irredento.

El planteamiento del Llamamiento por Europa discurre por la misma vereda que los documentos oficiales de la Comisión Europea, solo que sobre un barniz de eufemismos y requiebros retóricos que pueden expresar matices de gestión pero que, sobre todo, hacen la posición más coherente con su narrativa y más soluble entre su espectro sociológico. Es necesario, por tanto, realizar un ejercicio de traducción, rasgar la pátina para llegar al significado real del llamamiento. Para ello resulta útil compararlo con un documento reciente y esencial para el devenir de las políticas europeas: el Libro Blanco sobre la defensa europea y el plan ReArmar Europa.

El Libro Blanco coincide con el Llamamiento en considerar que la UE se encuentra en un momento crítico: «Europa se enfrenta a una amenaza aguda y creciente. La única manera de garantizar la paz es estar preparados para disuadir a quienes quieran hacernos daño. Están amenazando directamente nuestro modo de vida y nuestra capacidad de elegir nuestro propio futuro a través de procesos democráticos. (…) El equilibrio político surgido del final de la Segunda Guerra Mundial y de la conclusión de la Guerra Fría se ha visto gravemente alterado». Veamos cómo expresan esta misma preocupación los autores del Llamamiento: «Nunca Europa y la democracia social ha estado tan en riesgo en los últimos ochenta años como en la actualidad. La respuesta a esa amenaza es la Unión Europea: el proceso de integración de mayor éxito social, económico y de paz que se conoce».

Como vemos, la diferencia fundamental es la transparencia belicista del Libro Blanco frente al Llamamiento, algo que también es apreciable a la hora de caracterizar «la amenaza»: «Pero un nuevo orden internacional se formará en la segunda mitad de esta década y más allá. A menos que demos forma a este orden –tanto en nuestra región como fuera de ella–, seremos receptores pasivos del resultado de este periodo de competencia interestatal, con todas las consecuencias negativas que podrían derivarse de ello, incluida la perspectiva real de una guerra a gran escala. La historia no nos perdonará la inacción», y prosigue: «Estados autoritarios como China tratan cada vez más de imponer su autoridad y control en nuestra economía y sociedad. Aliados y socios tradicionales, como Estados Unidos, también están desplazando su atención de Europa a otras regiones del mundo». El Llamamiento, por su parte, dice: «La actitud y las medidas de Trump y la agresividad de Putin han acentuado esta amenaza, que se suma al avance de la ultraderecha. (…) La legitimidad democrática de Europa es incuestionable, a pesar del interés en erosionarla que tengan otros regímenes iliberales».

Más allá del tono y de la colocación de los adjetivos y los nombres propios, la Comisión Europea es más clara al señalar que el problema se encuentra, fundamentalmente, en la competencia imperialista, en la necesidad de garantizar la posición avanzada de la UE en la cadena de la economía capitalista mundial en un momento de alta volatilidad, es decir, de realineamientos y crecientes pugnas. Pero, sobre todo, es más clara en las soluciones: «Ha llegado el momento de que Europa se rearme. Para desarrollar las capacidades y la preparación militar necesarias para disuadir de forma creíble las agresiones armadas y asegurar nuestro propio futuro, es necesario un aumento masivo del gasto europeo en defensa. Necesitamos una base industrial de defensa más fuerte y resistente. Reconstruir la defensa europea requiere, como punto de partida, una inversión masiva durante un periodo sostenido».

De cualquier manera, ambos textos proponen en esencia lo mismo: defender la posición económica y política de la alianza capitalista que representa la UE por todos los medios, algo que se puede comprobar fácilmente en la sintonía con respecto a la guerra de Ucrania. Dice el Libro Blanco: «El apoyo a Ucrania es la tarea inmediata y más apremiante de la defensa europea. Ucrania es actualmente la primera línea de la defensa europea, resistiendo una guerra de agresión impulsada por la mayor amenaza a nuestra seguridad común»; y dice el Llamamiento: «La causa de Ucrania es la de Europa y debemos movilizar nuestras capacidades económicas, políticas, diplomáticas e intelectuales en favor de una paz justa y duradera».

No hay vacilación: sindicatos, personalidades, fundaciones, ONGs y partidos «progresistas» consideran sin ambages la causa de Ucrania la de Europa. De repente, nada importa la ultraderecha, el autoritarismo y los regímenes iliberales; nada importa la ilegalización de partidos de izquierdas, el control gubernamental de la prensa o el enorme poder de los grupos de extrema derecha en Ucrania. Lo cierto es que las consideraciones políticas y morales se encuentran completamente delimitadas y subordinadas al interés económico propio. Lo cierto es que solo son principios inquebrantables cuando sirven para maquillar y reforzar una posición coincidente con el interés fundamental de las grandes empresas y Estados europeos, pero se vuelven escurridizas y secundarias cuando no coinciden.

Además de lo anterior, llama sobremanera la atención que para una guerra en la que según ellos se juega el futuro de Europa proponen movilizar todo tipo de capacidades menos, precisamente, las más importantes en una guerra: las militares. Ya se sabe, hablar de reforzar las capacidades armadas de la UE, de financiar y apoyar activamente un conflicto armado, no es compatible con la refinada moral socialdemócrata, aunque el resto de su argumentación no hace sino legitimar dicha orientación. Ya se encarga el Libro Blanco de rellenar las ausencias del Llamamiento: «Necesitamos una base industrial de defensa más fuerte y resistente. Reconstruir la defensa europea requiere, como punto de partida, una inversión masiva durante un periodo sostenido. (…) En un mundo más duro de geopolítica hipercompetitiva y transaccional, que abarca diferentes teatros, la UE debe ser capaz de contrarrestar eficazmente cualquier desafío y estar preparada incluso para las contingencias militares más extremas, como una agresión armada».

Esto conecta directamente con la siguiente demanda del Llamamiento: «La UE debe desarrollar su autonomía estratégica ampliando sus capacidades frente a quienes la desprecian y superando su dependencia de otros países». ¿Qué es eso de la autonomía estratégica? Pues un término que nace, precisamente, en el seno de los debates sobre la industria de defensa y que progresivamente se ha ido extendiendo hacia otros sectores económicos con el objetivo de multiplicar y desarrollar las capacidades productivas europeas, disminuyendo así su dependencia hacia otras potencias y aumentando su competitividad en diversos sectores. La urgencia de la UE por aumentar su autonomía productiva está relacionada tanto con la pérdida de peso en la economía mundial frente a competidores como China y EE.UU., como con un momento general en el que, ante la disminución sostenida de las tasas de ganancia en las principales potencias y en otras de segundo nivel, se buscan nuevos o mejores accesos a mercados, rutas de comercio y transporte, recursos naturales, etc. Pero en un mundo altamente repartido, en una enmarañada red de relaciones económicas de interdependencia, red tensada y protegida a través de acuerdos políticos, leyes y reglas, cada movimiento, cada alteración, implica competencia y conflicto con otros, y los conflictos siempre son susceptibles de acabar en enfrentamiento militar.

La cuestión, por tanto, es simple: la autonomía estratégica está inevitablemente imbricada en el aumento de las capacidades militares, en preparar a Europa para múltiples formas de conflicto político y militar, se diga o no se diga, se utilicen unos eufemismos u otros. Así lo expresa claramente el Libro Blanco: «Invertir en la preparación de defensa europea no solo garantiza la paz del mañana; también es un facilitador clave de nuestra ambición de competitividad para la industria manufacturera europea. Las cadenas de valor o capacidades de fabricación existentes en nuestras industrias tradicionales –como la automoción, el acero, el aluminio o los productos químicos– pueden encontrar nuevas oportunidades al reconvertirse y abastecer a una base industrial de defensa en crecimiento. Al mismo tiempo, nuevos ecosistemas y cadenas de valor basados en tecnologías de vanguardia –como la inteligencia artificial o la electrónica avanzada– pueden aplicarse tanto a usos civiles como militares».

Por eso nuestros campeones diplomáticos no dudan en afirmar: «Europa ha de promover el multilateralismo y un orden internacional basado en reglas y en el respeto a la justicia y a los derechos humanos». Lo que realmente están diciendo es que quieren que se mantenga el orden actual. ¡Claro! Ese orden que ha permitido a la UE y sus monopolios gozar de una posición privilegiada durante décadas para explotar trabajadores y trabajadoras en todo el globo, expoliar recursos, dominar mercados…

Y llegamos aquí a la madre del cordero de los argumentos imperialistas, a ese elitismo paleto característico del europeísmo: la superioridad civilizatoria, en nombre de la cual han corrido verdaderos ríos de sangre por todo el mundo, que ha justificado las mayores atrocidades coloniales e imperialistas durante decenios. Aquí la tienen, palabra de la «sociedad civil progresista»: «frente a los riesgos que se ciernen sobre la UE (…), más Europa y lo que esta representa de avance civilizatorio».

Que ante episodios de conflicto militar directo, que ante una generalización de la guerra entre diversas potencias, nuestros campeones diplomáticos no dudarían ni un segundo en justificar la guerra en nombre de la democracia, la libertad, los valores propios, el avance civilizatorio y demás patrañas que forman parte del ADN de ese chovinismo blando, gris y aséptico que es el europeísmo no solo se ha demostrado innumerables veces a lo largo de la historia; es que es algo implícito en sus propios comunicados.

La vieja Europa tiene los músculos algo atrofiados, se ha dejado llevar, ha sido un tanto sedentaria y ahora está obligada a recuperar la salud física a toda velocidad tirando de los suplementos habituales: el aumento de las tasas de explotación sobre la clase obrera, el endeudamiento y la transferencia de recursos públicos a manos privadas, procesos de privatización y reducción del gasto público, etc., todo orientado a revitalizar su acumulación, no verse tan sujeta a los intereses de otras potencias y poder arrancar nichos de rentabilidad a sus competidores mundiales. Lo que los socialdemócratas nos dicen es que todo esto puede hacerse compensando a través del Estado los destrozos de las dinámicas capitalistas internas y tratando de agotar las posibilidades de mantener su posición dominante externa mediante sus habilidades diplomáticas (la magia de la superioridad civilizatoria, supongo).

La realidad es que están ante un papelón gigantesco: el agotamiento del programa socialdemócrata de gestión capitalista es en esencia el fin de un periodo histórico de crecimiento económico sostenido del bloque occidental tras la segunda guerra mundial, una expansión que permitió que sobre los hombros de la clase obrera y los recursos de países menos desarrollados económicamente los grandes empresarios y Estados europeos amasasen tales riquezas que permitían incluso aumentar las migajas lanzadas en sus propios países. Y por eso insisten en que ahí se ubica el origen de los valores europeos y que ese es el orden que no quieren perder. Poco les importa sobre qué se levanta su «bienestar», poco les importa el empobrecimiento de la clase obrera que dicen representar si se trata de un «pequeño sacrificio» para poder mantener la posición de la UE, poco les importa si su posición lacayuna facilita llevarnos directos al matadero; al fin y al cabo, la guerra sanea la economía y da puestos de trabajo.

Las propias leyes cinéticas del capital han estrechado al máximo las opciones socialdemócratas, de ahí toda la bagatela del pragmatismo y el sentido de Estado, de ahí la cada vez menor diferencia entre las distintas propuestas de gestión capitalista. Pero su orden está levantado sobre la arena: los destellos de las tormentas que se aproximan mostrarán a la clase obrera mundial que todos los representantes y cómplices de la burguesía tienen un mismo rostro y que frente a ellos la historia sí que no nos perdonará la inacción.

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