¿Qué diría Marx de las criptomonedas?

Hace pocas semanas, la criptomoneda Bitcoin alcanzó un nuevo máximo histórico (ATH, en inglés All Time High), superando los 110.000 $. Pero poco antes, en mitad de la escalada de aranceles entre Estados Unidos, China y la Unión Europea, Bitcoin se encontraba en un periodo bajista de varios meses, llegando a romper a la baja el suelo de los 80.000$. Algunos meses antes, en noviembre y diciembre, había alcanzado los 106.000 $, tras lo cual entró en recesión. Varios factores, como el rápido incremento de su capitalización en el mes de noviembre, la posterior disipación de la euforia financiera desatada tras la victoria electoral de Trump, las millonarias estafas de tipo «pump and dump» de Trump y Milei en febrero y, finalmente, la lucha arancelaria, hicieron que Bitcoin sufriese su caída más grande de los últimos cuatro años.

En aquel contexto, no pudieron faltar las noticias sensacionalistas y las proclamas catastrofistas. Pero pocos días después de la caída, Bitcoin recuperaba el suelo de 80.000 $ y, tras el anuncio de Trump de la paralización temporal de los aranceles, Bitcoin recuperó con fuerza su tendencia alcista y superó de nuevo la capitalización de 100.000$. Esta volatilidad y fuerza alcista de Bitcoin, que se da en cierta manera de forma autónoma respecto del resto de mercados financieros, responde a los llamados «ciclos» que, hasta ahora, vienen ocurriendo cada cuatro años aproximadamente y que se explican por diversos motivos vinculados a su propia tecnología y a las singularidades de un mercado compuesto en su totalidad por capital ficticio. En el anterior ciclo, cerrado a finales de 2021, Bitcoin alcanzó una capitalización de 65.000$ en su momento álgido, y se desplomó por debajo de 20.000$ un año después. Nos encontramos ahora en el último año del nuevo ciclo y, por tanto, es posible que Bitcoin alcance su nuevo ATH en los próximos meses antes de desplomarse por varios años.

Estas dinámicas propias de Bitcoin se explican por una serie de singularidades que, hasta la fecha, no han sido profundamente analizadas por la economía política marxista, a pesar de que el mercado cripto y la tecnología blockchain se constituyen como elementos importantes del capitalismo moderno.

Y lo cierto es que el motivo originario de Bitcoin fue, a pesar de lo que nos pueda parecer a primera vista, convertirse en una alternativa al mundo financiero «tradicional», tal y como se recoge en su manifiesto fundacional. La intención era generar una moneda capaz de sustituir al dinero metálico y que fluyese por fuera de las instituciones financieras centralizadas (como los bancos), en un sistema completamente transparente donde no se puede esconder ninguna transacción.

Durante el ciclo anterior (2018-2021), muchos intentaron darle un sentido «útil» a las criptomonedas, especialmente tras el surgimiento de la criptomoneda Ethereum, que se erigió como la «alt-coin» (criptomoneda alternativa a Bitcoin) más relevante, llegando a una capitalización de 4.600 $ en su ATH en 2021. Esta utilidad implicaría la posibilidad de invertir, a través de estas criptomonedas, en determinados proyectos tecnológicos que lanzaban su propio token para financiarse. Es decir, que estas inversiones no tenían como único y exclusivo motivo la pura especulación, sino la financiación de proyectos reales.

Pero las dinámicas especulativas del capital ficticio se imponen sobre cualquier idea fantasiosa y, tras el evidente fracaso de la «utilidad» de las cripto, Ethereum no logró, al menos hasta el momento, recuperar su ATH de 2021. Por el contrario, el surgimiento de Solana, una criptomoneda cuyas transacciones son prácticamente gratuitas, es mucho más eficiente para la pura especulación, lo que la ha posicionado rápidamente como la criptomoneda más adecuada para los ludópatas de las inversiones y el florecimiento de las memecoins. Los movimientos vertiginosos de las memecoins, que en ocasiones llegan a lanzar 100 %, 1.000 % o 10.000 % en beneficios para algunos inversores (lo que, para otros, implica pérdidas proporcionalmente inversas), y la facilidad de acceso a Solana hacen que cada vez más jóvenes se vean atraídos por el relato de que existe una vía de escape al trabajo asalariado a través de la especulación con las criptomonedas.

En cualquier caso, tanto Solana como Ethereum y el resto de «alt-coins» dependen por completo del movimiento de Bitcoin, van a su cola. No es posible, por tanto, analizar de forma independiente las distintas «alt-coins»: si no se analizan bajo el paraguas de los movimientos macroeconómicos de Bitcoin, sus movimientos son simplemente incomprensibles.

Y lo cierto es que Bitcoin parece acercarse cada vez más al «tradfi» (mercado financiero «tradicional») frente al que pretendía posicionarse como alternativa. La progresiva entrada de inversores cada vez mayores, entre los cuales se encuentran gigantes monopolios que desembolsan millones de dólares; la creación de reservas de Bitcoin por parte de cada vez más Estados; y la dependencia cada vez mayor de las políticas económicas globales hacen que Bitcoin y, con él, todo el mercado cripto, vayan adecuándose poco a poco a las dinámicas generales del capital global. La tendencia a la centralización de capitales se manifiesta con fuerza dentro del propio mercado cripto, y su vinculación con los capitales industriales y financieros es cada vez más estrecha.

Por último, y esto es especialmente interesante, el mercado cripto, muy a pesar de los apologetas del capital, demuestra una de las tesis básicas de la economía política marxista: el intercambio no genera, ni puede generar, ningún tipo de valor. En un mercado de capital ficticio, basado exclusivamente en el intercambio, las ganancias de unos son pérdidas de otros. El mercado cripto es una marea de constantes transacciones que mueven el capital de un lado a otro, pero nunca la capitalización del mercado podrá aumentar si no se le inyecta desde el exterior nuevo capital. Por eso, como decíamos, el crecimiento del mercado cripto va necesariamente aparejado a su vinculación cada vez más estrecha a las dinámicas del capital financiero global, porque es de este del que se nutre. Los inversores privados, que en ciclos anteriores tuvieron un peso considerable y que le daban cierta autonomía al mercado cripto respecto de las dinámicas del gran capital financiero, son cada vez más irrelevantes ante las decenas de millones de dólares que invierten los grandes monopolios y su creciente dependencia de la política económica global.

La sustancia del valor, demuestra teóricamente Marx en El Capital, es el trabajo humano. La sustancia del valor, demuestra prácticamente Bitcoin, es el trabajo humano.

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