Parece que a este Gobierno le queda poco tiempo. La publicación del informe de la UCO en el que se recogen las grabaciones y conversaciones entre tres miembros del PSOE, dos de ellos sus más recientes secretarios de organización, ha conseguido que en ciertas sedes políticas se echen las manos a la cabeza y en otras se empiecen a frotar las manos.
Cuando se escriben estas líneas todavía es pronto para saber si finalmente habrá convocatoria de elecciones para el otoño-invierno o si todavía le quedan páginas al «manual de resistencia» de Pedro Sánchez, pero todos podemos tener claro que la cantinela de aquí a entonces será la del «dique de contención contra la extrema derecha».
Todavía no tengo claro qué es lo que me llama más la atención de todo esto que se está conociendo sobre Ábalos, Koldo y Cerdán. Porque el lector debe saber que quien esto suscribe no alberga ninguna duda sobre lo siguiente: no hay Gobierno sin mordidas ni ministerio sin amiguitos del alma que, como moscas a la mierda, rondan con la intención de llevarse adjudicaciones a cambio de cosas muchas veces inconfesables.
Me cuesta olvidar que muchos de los que se llevan las manos a la cabeza con no sé cuánta fingida sorpresa son los que, hace no tanto, cantaban en las manifestaciones aquello de «PSOE y PP la misma mierda es». Poco tiempo después, los vimos atender raudos y veloces la llamada de la moqueta cuando al PSOE no le salían las cuentas para entrar en la Moncloa. Ahora, cuando se va viendo que el nuevo PSOE se parece bastante al viejo PSOE, algunos nos vienen con ocurrencias como decálogos contra la corrupción y llamativas medidas para que las adjudicaciones estatales sean más «transparentes», como si no estuviera claro ya que todo se puede amañar cuando hay muchos millones en juego.
Los que se frotan las manos, por otra parte, han olido sangre y se presentan como adalides de la lucha contra la corrupción, porque los asesores les han dicho que la gente tiene poca memoria y pocas personas se van a acordar de que el PP fue condenado hace no tanto por beneficiarse de otras mordidas.
Están, por último, las empresas beneficiarias. Sí, esas que forman parte de lo que llaman «marca España» y acompañan a presidentes y ministros cuando viajan al extranjero para «favorecer las inversiones» y cosas por el estilo. Esas empresas que llevan décadas cultivando las relaciones personales en todos los partidos con posibilidades de tocar moqueta para saber a qué teléfono llamar cuando les interesa tal o cual adjudicación.
Parece que a muchos les cuesta entender que no es posible la gestión capitalista sin corrupción, porque la gestión capitalista es precisamente la administración de los intereses de las grandes empresas y que no hay línea divisoria entre legislar para flexibilizar las relaciones laborales y regar de millones en adjudicaciones a quienes copan las listas del IBEX-35. Son dos caras de la misma moneda y, aunque cambie el Gobierno, va a seguir pasando, porque los gestores capitalistas son esencialmente ejecutores intercambiables. El problema de fondo está en el modelo político y económico que está montado para que los que siempre ganen sean los grandes capitalistas.