Editorial

Se cumplen dos años del genocidio en Gaza. Dos años de un plan de exterminio retransmitido en directo, expuesto al mundo de forma abierta y aun con orgullo por Netanyahu y varios líderes del Gobierno sionista de Israel. Y, sin embargo, solo ha sido recientemente cuando Gobiernos de algunas de las principales potencias mundiales han dejado atrás la total equidistancia con el pueblo palestino –cuando no apoyo explícito a Israel– y se han ido posicionando de forma mínimamente nítida en contra del genocidio y han reconocido el Estado palestino. Sin embargo, sus acciones se han quedado ahí, en lo simbólico: no aplican sanciones que minen de verdad la capacidad –política, económica y militar– del Gobierno israelí de continuar con su aniquilación de Gaza y ocupación de Cisjordania, siguen vendiendo y comprando armas a Israel, mantienen intactas las relaciones diplomáticas y comerciales con un Gobierno israelí que, con el apoyo explícito cada vez más en exclusiva de Estados Unidos, está decidido a borrar del mapa al pueblo palestino. Trump y Netanyahu han acordado un «plan de paz» –con intención de imponérselo a Hamas– que no es sino un plan para ultimar la colonización y destrucción de Gaza.

Mientras tanto, el Gobierno de Pedro Sánchez ha sido supuestamente uno de los abanderados de esa condena del genocidio y de políticas en favor de Palestina. Lo cierto es que hemos presenciado un nuevo ejemplo de una política más que habitual en el PSOE y que los dos Gobiernos de coalición, y especialmente Sánchez, han perfeccionado. El Gobierno fue uno de los primeros en reconocer el Estado palestino y, recientemente, aprobó un decreto ley que pretendía imponer sanciones a Israel, pero las lagunas que deja ese texto, además de la tardanza con la que llegan esas tibias medidas, hablan a las claras de los cálculos que hace el Gobierno de cara a la galería. Pretender erigirse –solo por el hecho de que otros gobiernos hayan hecho aún menos– en firmes defensores del pueblo palestino cuando toman pequeñas medidas dos años después de iniciado el genocidio es propio de una política cínica y oportunista, una práctica recurrente en el PSOE y en la socialdemocracia a su izquierda.

Enfrente de esa hipócrita acción institucional del PSOE y Sumar, no obstante, debemos destacar y celebrar el movimiento de solidaridad con Palestina en nuestro país que, en el marco de la celebración de la Vuelta ciclista a España, fue cobrando vigorosidad etapa a etapa hasta que el último día desbordó las calles de Madrid y obligó a los organizadores, como ya había ocurrido en más de una etapa, a cancelar la carrera antes de la entrada en meta. El contraste entre los miles de manifestantes y un alcalde, Martínez-Almeida, impotente y rabioso fue una imagen que nos debe mostrar el camino a la mayoría trabajadora: somos mayoría frente a la clase capitalista que está en el poder; nos falta la determinación, la constancia y la guía político-ideológica para luchar de manera continua y unida en los distintos frentes, con un horizonte estratégico de derrocar el capitalismo.

En ese nuevo impulso del movimiento de solidaridad con Palestina, la Flotilla de la Libertad trató de abrirse camino hacia Gaza para romper el bloqueo y visibilizar el genocidio, pero sus tripulantes fueron abordados en aguas internacionales, secuestrados, maltratados, torturados y deportados de vuelta a sus países. Los Gobiernos de Italia y España, que habían enviado buques militares para acompañar a las más de 40 embarcaciones que trataban de llegar a Gaza, llegado el momento en que estas se adentraban en las aguas internacionales que Israel ha decidido ilegalmente que son suyas, decidieron abandonarlos a su suerte. Se trata de una dolorosa metáfora de la connivencia de las principales potencias con Israel, socio preferente del bloque euroatlántico en la región: Gobiernos que, ante la presión social de su pueblo en favor del pueblo palestino, pretenden generar la impresión de que están de su lado y contra el Gobierno israelí, pero, a la hora de la verdad, siguen dejando que Israel actúe con total impunidad.

Mientras tanto, en otras latitudes continúan los tambaleos de un capitalismo que se encamina con paso firme hacia el precipicio, amenazando con arrastrar a los pueblos del mundo a un nuevo conflicto bélico generalizado. En Alemania, el Gobierno aprobó un plan para aumentar en 80.000 el número de soldados de su ejército y cuadruplicar el número de reservistas. Inicialmente, lo ofertarán de manera voluntaria, «incentivando» y haciendo más atractivo el acceso al ejército; más tarde, abren la puerta a recuperar el servicio militar obligatorio. En Francia, la inestabilidad política –con hasta tres primeros ministros en un año y una nueva crisis de Gobierno– tiene como telón de fondo el impopular plan anunciado el pasado verano por el ex primer ministro Bayrou de aplicar recortes sociales de hasta 44.000 millones de euros para contener el déficit y aumentar el gasto en defensa. Y está por ver el impacto un tanto retardado que puedan generar en la economía mundial los aranceles impuestos por Trump.

Se acumula cada vez con mayor celeridad y gravedad material explosivo, profundas tensiones entre potencias imperialistas y a lo interno de cada país, que nos acercan a un posible detonante que, aquí o allá, haga estallar todo por los aires y nos lleve a un conflicto directo a gran escala. En vez de esperar a tener que mirar en retrospectiva y preguntarnos «¡¿cómo pudo pasar?!», actuemos ahora, organicémonos en nuestro entorno más inmediato, contra los representantes del capital y de la guerra, para evitar la barbarie.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies