Carlos Muñoz: «La vivienda no es la locomotora, es una palanca: la centralidad obrera debe guiar la disputa política»

Carlos Muñoz, responsable de Agitación y Propaganda de los Colectivos de Jóvenes Comunistas (CJC), lleva años poniendo voz a las inquietudes de la juventud trabajadora, tanto desde la organización como, más recientemente, al frente del pódcast Juventud! En un momento marcado por la dificultad creciente de emanciparse y acceder a un hogar digno, los CJC han preparado el próximo número de su revista dedicado íntegramente a esta cuestión. Desde Nuevo Rumbo entrevistamos a Carlos Muñoz, quien reflexiona sobre por qué la vivienda debe entenderse como un problema de clase, cuáles son las reivindicaciones inmediatas que pueden frenar la especulación y cómo articular esta lucha con una estrategia más amplia de recomposición política de la clase obrera.

Nuevo Rumbo: La campaña que lanzáis se centra en la vivienda como una de las principales problemáticas de la juventud trabajadora. ¿Por qué habéis decidido situar este eje en vuestra intervención en este momento?

Carlos Muñoz: Está claro que existe un problema generalizado en el acceso a la vivienda, que sufren de forma especialmente grave los y las trabajadoras jóvenes. Los jóvenes que acaban de entrar al mercado laboral sufren una serie de violencias específicas en su forma de contratación: precariedad, temporalidad y parcialidad son las marcas principales que se van extendiendo al conjunto de la clase trabajadora. A esta precariedad se suma el aumento del precio de la vida, donde se incluye la cuestión habitacional. Basta con entrar a un portal inmobiliario y ver los precios desorbitados de la vivienda, tanto de alquiler como de compra. En nuestro momento vital, esta cuestión (y, en general, la carestía de la vida) es especialmente problemática: hoy en España es prácticamente imposible emanciparse con un salario medio, que ronda los 1.500 € brutos mensuales para los menores de 30 años, si no se tienen apoyos familiares o ahorros que lo hagan viable. Por eso ha de entenderse el problema de la vivienda como un problema inherente a la propia sociedad de clases: quienes tienen la propiedad juegan con nuestro futuro y se aprovechan del nivel de desorganización de nuestra clase para mercadear libremente con ella, subiendo sus precios con apenas resistencia. Durante los últimos años la movilización a este respecto ha ido en aumento, y por ello queremos situar una cuestión que está fuera del debate público: el problema de la vivienda es un problema inherente a la sociedad de clases y al sistema de propiedad capitalista.

NR: Habláis de que el problema de la vivienda se manifiesta como violencia contra la clase trabajadora. ¿Cómo explicáis esa idea a la juventud que lo vive en carne propia, pero quizá no lo percibe como parte de una dinámica de clase?

CM: En realidad no hay que complicarse, el problema es bastante claro. Si cobras 1.500 € mensuales, ¿puedes permitirte vivir en un piso cerca de tu trabajo en Madrid? Quien sí se lo puede permitir es el dueño de tu empresa, que probablemente tiene casas con las que tú ni podrías soñar ahorrando todo tu salario. ¿Cómo es posible que tú, que trabajas sin descanso, ni puedas plantearte una hipoteca a 30 años mientras hay otros que viven de las rentas y poseen edificios completos que destinan a alquiler turístico o residencial? No es ni una cuestión de esfuerzo ni de suerte, es una cuestión de clase, de quién tiene la propiedad. Y mientras la vivienda no sea comprendida como un derecho fundamental, sino como una mercancía con la que traficar (como todo en el capitalismo), quienes tienen el poder están dentro de esa rueda de acumulación y competencia capitalista de la que nada puede escapar. Es por eso por lo que tenemos que luchar por ponerle un freno final.

NR: Criticáis que la Ley de Vivienda «apuntala» la especulación y no garantiza un techo digno. ¿Cuáles consideráis que serían las reivindicaciones que el movimiento por la vivienda ha de tener –aunque parciales– para frenar la actual situación?

CM: Está claro que quedarse en señalar que la vivienda no puede ser una mercancía no es suficiente para llevar a buen puerto la lucha por una vivienda digna. Debe existir un programa de lucha que ponga en el centro la organización y permita mejoras a la par que engrasamos las herramientas para recomponernos organizativamente como clase. Algunas de ellas son: la bajada y limitación real y efectiva del precio de los alquileres, en detrimento de la ganancia de los propietarios y no como mecanismo encubierto para la subida de precios; el acceso a viviendas dignas en el parque de vivienda vacía en manos de bancos y fondos de inversión, expropiando sin indemnización a quienes trafican con ella; subida salarial, como mínimo, actualizada al IPC y reducción de la jornada en todos los sectores sin merma de salario; y prohibición efectiva de todo tipo de desahucios a familias trabajadoras, así como cualquier corte en los suministros básicos. Estas reivindicaciones, integradas en un programa de lucha, deben leerse como parte de la disputa de clases: solo son inviables cuando carecemos de herramientas organizativas y de fuerza colectiva para imponerlas. Y para ello, ese programa de lucha (alquiler vinculado al salario, parque público, fin de desahucios sin alternativa) debe ser escuela de organización y disputa de poder, orientada a la recomposición política de la clase obrera y a su dirección unificada en torno a una estrategia de partido independiente.

NR: Uno de los debates actuales entre diversas familias políticas de la «izquierda alternativa» es si el movimiento por la vivienda puede convertirse en el motor de un nuevo ciclo político. ¿Qué riesgos veis en centrar la organización fuera del centro de trabajo?

CM: Esta cuestión conecta con los grandes errores que viene arrastrando la movilización popular desde hace años, y que se manifiestan especialmente en el ciclo de movilizaciones de la pasada crisis de 2008. Eva García de Madariaga lo explica perfectamente en otro artículo para Nuevo Rumbo titulado «Responder a la crisis habitacional con los puños cerrados». Más allá de la cuestión estratégica sobre la hegemonía y qué clase dirige la respuesta social a una problemática, también existe una necesidad táctica. Si nos retrotraemos a las experiencias en la lucha por la vivienda, toda conquista ha estado históricamente ligada a la organización de los trabajadores y sus familias. Y es que no pueden separarse artificialmente las huelgas de alquileres de las luchas obreras y el pozo organizativo-sindical y político de miles de trabajadores. Precisamente porque ese poder de hacer daño al capital reside en quienes todo lo producen, en quienes tienen en su mano el poder de parar la producción y paralizar el mundo. Pero esa lucha sólo es posible y viable si existe una clase obrera organizada y teniendo muy claro dónde están sus intereses objetivos, dónde los del enemigo y dónde debe organizarse la disputa. Organizar la respuesta popular fuera del centro de trabajo alimenta el cortoplacismo táctico: se priorizan espacios con mayor continuidad (como plataformas vecinales) frente a la recomposición en la producción, se busca una falsa homogeneidad social y se fragmenta aún más la clase, justo cuando la paz social y la carestía ya la debilitan. El resultado probable es sectorialización, agotamiento y una dirección del movimiento sin nervio de clase.

En resumidas cuentas: si no volvemos a situar a la clase trabajadora en el centro de la disputa política, serán los intereses de otras capas sociales (representadas heterogéneamente en eso que se denomina «inquilinato») que buscan embridar el capitalismo momentáneamente para obtener algunas mejoras los que gobiernen la disputa social. Y eso siempre tiene los días contados.

NR: ¿Cómo se articula la intervención en vivienda con vuestra estrategia más amplia de recomposición política de la clase obrera?

CM: Precisamente en el sentido que comentaba previamente. Entender el problema de la vivienda como una más de las violencias del capitalismo es comprender que la alternativa es la centralidad obrera real: reconstruir fuerza material, política e ideológica en el lugar de producción y articular la lucha por la vivienda subordinada a ese eje. Eso implica vincular salario, precios y alquiler con un programa independiente de clase y con organización política capaz de dirigir el conjunto. Así, el movimiento por la vivienda empuja, sí, pero como palanca, y no como locomotora que reemplace al trabajo. Solo desde esa centralidad puede la lucha habitacional evitar el reformismo, sumar capas populares y abrir un ciclo político realmente favorable a la clase obrera.

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