796

Ese fue el número de personas que fallecieron el año pasado en su puesto de trabajo. Un 10% más que el año anterior. Casi 800 trabajadores y trabajadoras que salieron una mañana a ganarse el pan y no regresaron. Como los cinco mineros muertos hace pocas semanas en Cerredo. En estos tiempos en que se pone en duda de dónde sale el beneficio de la patronal y quién es el sujeto que «arriesga» en una empresa, es necesario plantearse a diario por qué nuestros muertos valen menos que sus beneficios.

Estamos en un punto, como sociedad, en el que no sería de extrañar que alguien dijera que la responsabilidad por esas muertes es de los propios trabajadores, que algo habrán hecho, que habrán ignorado las advertencias de seguridad o cosas por el estilo. Y eso es así no solamente porque estén creciendo las posiciones más reaccionarias y oscurantistas, sino porque existe una campaña ideológica muy clara dirigida contra el mundo del trabajo y su protagonista, la clase obrera.

Uno de los más insistentes e importantes ataques de la burguesía contra la clase obrera consiste en tratar de negarle a esta su papel esencial en la producción y, con él, en toda la vida humana. Muchos miles de páginas se han escrito, desde la academia hasta el periodismo, tratando de convencernos de que no somos los trabajadores quienes producimos la riqueza a través de nuestro trabajo, sino que esa función, de la que somos meros auxiliares, corresponde a otros sujetos que se caracterizan por saber vender, por saber especular, por saber heredar o por saber robar.

Cuando estamos en el entorno del Primero de Mayo siempre es necesario sacar a relucir estas cuestiones, dado que existe la tentación de presentar el Día Internacional de la Clase Obrera como un día meramente festivo, casi fruto de otra época, en el que algunos se manifiestan y otros se van de puente. No, el Primero de Mayo no es un día festivo, sino de reivindicación de nuestro papel imprescindible para que todo funcione, y también de denuncia de cómo los que nos explotan en los centros de trabajo son los mismos que, por sus beneficios, son capaces de meternos en guerras que harían que los 796 compañeros y compañeras muertos en 2024 fueran una menudencia.

No estamos para perder la vida por los intereses del patrón, ni en los centros de trabajo ni en las trincheras de cualquier parte del mundo. Tampoco estamos para aceptar pacíficamente que otros se hagan de oro a costa de nuestro esfuerzo, al tiempo que se atreven a amenazarnos con que podemos ser sustituidos en cualquier momento por una máquina o por un compañero que les sale más barato.

Aceptar los discursos y los enfoques de quienes únicamente están interesados en que se mantenga el statu quo entre patrones y trabajadores es suicida para nuestra clase. En este país y en cualquier otro, porque implica abandonar toda esperanza de que las cosas puedan cambiar, porque implica aceptar que las vidas de esos 796 compañeros y compañeras son un precio inevitable que debemos pagar y porque implica que renunciamos a tomar las riendas de nuestras propias vidas. Ni la explotación ni la muerte en el trabajo son inevitables, por eso hay que tomar partido hasta mancharse.

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