La ingente producción audiovisual de los últimos años ha incorporado temáticas antes omitidas de la vida cotidiana de la clase obrera. Legítimas preocupaciones como la discriminación racial o los derechos afectivo-sexuales han inundado los medios, lo que ha sido visto por los sectores más conservadores de la sociedad como la imposición de una agenda ideológica («lo woke», la «inclusión forzosa»), mientras que para los sectores más progresistas esto no supone más que una representación de la sociedad más adecuada, que antes era excluida deliberadamente de la agenda mediática y audiovisual, por lo que, más bien, se ha restituido el orden natural de las cosas al adecuar las representaciones visuales a la diversidad real que existe en la sociedad. En el fondo, la acusación es la misma: hay una distorsión ideológica de la realidad por un interés político.
Esta misma batalla cultural, que algunos tildan de «guerra ideológica», es el caldo de cultivo perfecto para un nuevo tipo de líder. En este escenario surge Zohran Mamdani, el nuevo alcalde electo de Nueva York. Joven, migrante, racializado y musulmán practicante, está llamado a protagonizar un nuevo capítulo de la política norteamericana: ser alcalde de Nueva York.
Existe una creciente conciencia de que las campañas políticas versan cada vez menos sobre asuntos políticos y cada vez más sobre asuntos mediáticos, pero el caso norteamericano especialmente sabe muy bien cómo explotar esto. Mamdani aparece en el escenario como un político capaz de aglutinar las distintas identidades que conviven en la gran capital norteamericana y supone un nuevo impulso a nivel estatal al Partido Demócrata, envejecido, desgastado y sin propuestas políticas de gran calado que consigan aglutinar a los sectores más populares.
¿Cuáles son las propuestas de Zohran Mamdani? En su campaña electoral se centró en tres: la gratuidad de los autobuses urbanos, la gratuidad de las guarderías y la congelación de los alquileres de los apartamentos de renta estabilizada. Propuestas, en principio, que parecen casar bien con las necesidades de los ciudadanos, pero, si afinamos la mirada, veremos que todas estas medidas están orientadas a dar continuidad y estabilidad a la producción capitalista y no a acabar de raíz con estos problemas. Vayamos por partes.
Bajo la amistosa denominación de «apartamentos de renta estabilizada» se agrupa un 40 % de los alquileres de Nueva York y lleva existiendo desde la década de los sesenta. Desde sus inicios fue pensado como un mecanismo de control del mercado inmobiliario, no como una herramienta para las familias trabajadoras y sus dificultades de acceso a la vivienda. Sabemos que al menos 25 mil unidades de apartamentos de renta estabilizada tienen un alquiler medio de tres mil dólares mensuales. Entonces, ¿cuál es la propuesta de Mamdani? En la actualidad, los apartamentos de renta estabilizada negocian periódicamente subidas del alquiler, y el nuevo alcalde propone congelar las subidas, sin tocar su alto coste ni la calidad de esta vivienda ni su acceso universal.
Vinculado al problema de la vivienda encontramos el problema del transporte público. Los precios desorbitados de la vivienda obligan a masas ingentes de trabajadores a desplazarse todos los días durante horas desde las zonas periféricas de Nueva York hacia su núcleo urbano. ¿Solución? La gratuidad. De nuevo, no se ataja el problema de fondo: la anarquía de la producción y la ausencia de planificación social del trabajo; ¿por qué los obreros debemos sacrificar diariamente nuestro tiempo de ocio y descanso para vender nuestra fuerza de trabajo?
Y, mientras trabajo para pagar el alquiler, ¿dónde dejo a mis hijos? La tercera medida estrella de Mamdani toca igualmente una preocupación fundamental de la clase obrera neoyorquina. Ante la agresiva velocidad con la que se pierde calidad de vida y se degradan las condiciones laborales, muchos electores ven en él una alternativa útil que, por lo que promete, podría garantizar resultados prácticos que logren paliar las duras condiciones de vida que se viven en la capital financiera del mundo.
¿Por qué decimos que son medidas destinadas a mantener la producción capitalista? Mientras se alimenta el relato de que un Gobierno reaccionario sería peor para las condiciones de vida de la mayoría trabajadora, las promesas de la nueva política progresista esconden que, si bien sus medidas pueden –si acaso– llegar a atenuar mínima y temporal o inicialmente la explotación, esta persistirá, pues sus medidas ni revierten ni alteran de manera significativa las condiciones en las que se da la explotación laboral que el individuo vive (como crisis existencial, ruina económica, explotación, falta de perspectivas vitales). De ahí que terminen funcionando como poco más que un parche que, además, fomenta lo que no es sino una mera ilusión: que en el capitalismo es posible conquistar avances profundos y duraderos para la mayoría trabajadora.
Ante la evidente crispación social, el capitalismo necesita, por una parte, contener la conciencia espontánea de desafección al sistema que surge entre las masas y que tiene un potencial político revolucionario evidente y, por otra, canalizarlo de tal modo que no altere la producción. Si no puedes pagar la vivienda, la administración pública absorberá la anarquía del mercado inmobiliario de tal modo que disminuya la carga de salario que como trabajador destinas a pagar el alquiler, mientras no se tocan los beneficios de los rentistas. Si pasas mucho tiempo en autobús porque trabajas, no se reorganizará y planificará la producción para hacerla ecológicamente sostenible y evitar desplazamientos innecesarios, sino que se financiará el transporte para asegurar que la mano de obra pueda acudir puntualmente a su puesto de trabajo. Si no tienes permisos de maternidad y el salario de tu unidad familiar exige que te incorpores a la producción lo antes posible si no quieres caer en la indigencia, ¡no te preocupes!: puedes aparcar a tu bebé en nuestra guardería gratuita.
La política reformista es consciente de que hay una importante individualización de la acción social del obrero fruto de la brutal explotación que sufren los trabajadores y trabajadoras en el capitalismo. Esto nos condiciona a abrazar acríticamente mejoras miserables y la lógica del mal menor que, en el fondo, acaba por afianzar la miseria del futuro, porque sin una transformación sustancial del modelo económico las medidas sociales en el capitalismo no se pueden sostener en el tiempo. La incapacidad de los progresistas liberales de solucionar los problemas de las y los trabajadores, pese a sus recurrentes promesas, es lo que genera desafección en cada vez más sectores de la clase obrera, hace crecer la resignación y abona el terreno para la reacción, que intenta pescar en río revuelto.
En los próximos meses seguramente aparecerá un nuevo líder de la izquierda que consiga ilusionar a la clase obrera para mantenerla atrapada dentro de los estrechos márgenes capitalistas. Para los comunistas, toda mejora que se consiga arrebatar a la clase dominante es un compromiso inestable. En esa concesión, la burguesía buscará desmovilizar las aspiraciones de cambio real y profundo que tiene la clase obrera satisfaciendo parcialmente algunas demandas. Para la clase obrera, debe ser un momento de reorganizar las fuerzas para la próxima batalla. Esta batalla no se sostiene sobre las ilusiones particulares que tengamos en un individuo concreto, sino en la voluntad colectiva, organizada, que empuja el cambio social y político definitivo.