El número de conflictos armados en todo el mundo sigue escalando, pero las noticias sobre la mayoría de ellos son escasas y dispersas en los grandes medios de comunicación, cuyo foco mediático se centra cada vez más en el genocidio israelí en Gaza y sus repercusiones políticas. Son decenas de conflictos que transcurren en la sombra, de los que el público general apenas sabe nada. Son, por tanto, un caldo de cultivo para las fake news y la propaganda de guerra, cada vez más habitual, cada vez más belicista, cada vez más visceral, con la que preparan a la mayoría social para un conflicto generalizado al que la humanidad se asoma cada vez más.
Sin embargo, entre ciertos perfiles de redes sociales, asociados habitualmente a sectores cristianos con un gran peso dentro de los movimientos reaccionarios españoles y en respuesta a la sensibilidad que se está mostrando ante las masacres contra el pueblo palestino, se ha puesto de moda hablar del conflicto en Sudán, denunciando con excesiva rotundidad que en dicho país se cometen «masacres de cristianos» que «son silenciadas por la prensa» para «no ofender a los millones de musulmanes que invaden nuestro país» (¡sic!).
Una derrota histórica del movimiento antiimperialista
Numerosos sectores del movimiento comunista internacional –y también español– alardean con frecuencia de su comprensión de la obra de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrita en 1916; es decir, en un contexto de guerra imperialista generalizada (Primera Guerra Mundial) donde un puñado de grandes potencias imperialistas se jugaban conseguir una mayor parte del botín asociado al reparto de las colonias y semicolonias para su explotación.
A partir de dichas frases, dichos sectores llegan a conclusiones variopintas sobre distintos Estados y su forma de operar en el escenario internacional, atribuyendo a cada uno de ellos y de forma completamente mecánica y subjetiva unas propiedades concretas que permiten justificar el apoyo o no a dicho país según filias y fobias personales. Este texto no pretende ahondar en dichos análisis, pero sí los introduce por su importancia en la profundización del deslinde ideológico que está sucediendo en el movimiento comunista internacional y porque Lenin y los comunistas en su época, si bien hablaban –con razón– de la importancia vital de la lucha de liberación colonial, también lo planteaban en su contexto histórico.
Pero que nadie se lleve a engaño: en la misma obra citada, el propio Lenin indica que «el sistema general» de relaciones dentro del imperialismo se da entre países «grandes y pequeños», políticamente independientes pero con dependencia financiera y diplomática, y que ejemplifica con las relaciones entre Gran Bretaña y Portugal, dos imperios coloniales que reforzaron sus relaciones para hacer frente a otros imperios coloniales: España y Francia, en concreto. Quizá ciertos sectores del movimiento comunista internacional sean felices en su ceguera, pero que Lenin indicase que las relaciones entre Estados políticamente independientes son el «sistema general» en el capitalismo no tiene que ver con sus caprichos personales, sino con un estudio científico de cómo operan las leyes económicas del capitalismo. Los Estados imperialistas también llegaron a las mismas conclusiones y se prepararon para que, pese a los procesos de descolonización que podían afectar a sus intereses, dichos procesos se amoldaran a sus necesidades, de tal manera que afectasen lo mínimo posible a los intereses de sus principales monopolios.
El trabajo realizado por millones de dirigentes de la clase obrera que, desde las colonias y también desde las metrópolis, lucharon por conseguir la emancipación de la mayoría del mundo encontró resistencias y limitaciones en unos Estados imperialistas que maniobraron para contener o limar el potencial revolucionario de muchos de esos procesos, como constatamos hoy a la luz de los hechos. Así, en muchos procesos de descolonización terminaron primando intereses económicos sobre sociales para beneficio de los monopolios que –estos sí– se quedarían en el territorio, lo cual condujo al excesivo uso de escuadra y cartabón, herramientas por lo demás útiles pero que no distinguen entre sentimientos de pertenencia social. Unos sentimientos que serían explotados una y otra vez para garantizar dicho beneficio de los monopolios en territorios permanentemente en guerra.
Breve historia reciente de Sudán (y Sudán del Sur)
El condominio angloegipcio del Sudán fue uno de los primeros territorios en proclamar la independencia, en 1956. El nuevo Estado nació en medio de una guerra civil desatada un año antes, precisamente por el fracaso de las negociaciones de la cuota de poder entre los representantes del norte y el sur del nuevo país, con desarrollos económicos completamente distintos y que presentaban una gran división étnica y religiosa que favorecía la polarización del conflicto. Tras casi 17 años de conflicto, un millón de muertes, tres golpes de Estado y la ejecución de la mayoría de la dirección del Partido Comunista Sudanés después de fracasar en la toma del poder, esta primera guerra civil sudanesa terminó.
No fue ni de lejos el fin de las hostilidades. Nueve años después, ya en 1983, comenzaría la segunda guerra civil, que duraría casi 22 años y donde se ve claramente el origen real de los conflictos en la zona: el control de la extracción de recursos naturales, principalmente el petróleo, que suponía el 70 % de la exportación del país y cuyos yacimientos se encuentran mayoritariamente en su zona sur. El conflicto terminó en 2005, con el inicio de las negociaciones entre ambas partes para conseguir la independencia del sur que impulsaron Noruega (causalmente, el quinto mayor exportador mundial de petróleo se interesó por la independencia de un territorio lleno de pozos petrolíferos), Estados Unidos y Reino Unido, independencia que se conseguiría en 2011.
Pero antes de terminar la guerra, en 2003, estalló el conflicto de Darfur, que repite los patrones de las guerras anteriores de reparto de poder que una de las dos partes considera injusto, y que se vuelve a presentar como un conflicto racial entre árabes y negros, obviando la importancia de los recursos de la zona: en este caso, una masa de agua subterránea del tamaño de Galicia en medio del desierto, vital para la agricultura de la zona. La zona occidental de Sudán vivió otros 17 años de guerra.
Desde 2011, Sudán del sur ha estado marcado por siete años de guerra civil –de 14 de existencia– y una ininterrumpida lista de conflictos interétnicos entre las 64 minorías oficialmente reconocidas por el Estado. En marzo de este año, tras decenas de muertos en un enfrentamiento entre el ejército sursudanés y el grupo paramilitar Ejército Blanco Nuer, el Secretario General de la ONU, António Guterres, declaró públicamente que Sudán del sur estaba «al borde de una nueva guerra civil». Por su parte, el Gobierno de Sudán fue derrocado en 2019 y se abrió un periodo de transición para depurar responsabilidades militares que, tras su fracaso, condujo a un golpe de Estado en 2021 y a la actual guerra civil en 2023 entre dos secciones del ejército sudanés.
¿Y las masacres de cristianos?
La religión nunca fue el casus belli de ningún conflicto de la historia sudanesa. Por mucho que se presentasen sus guerras civiles como un conflicto entre el norte árabe musulmán y el sur negro cristiano, detrás de todos los conflictos estuvo lo mismo: el reparto de los recursos naturales. En la actualidad, además, las cuestiones religiosas quedan en un segundo plano: en Sudán del sur, mayoritariamente cristiano y animista, los conflictos adquieren otros matices; en Sudán, el 97 % del país es musulmán, y la mayoría del 3 % restante se sitúa en la frontera con Sudán del sur y continúa con sus reivindicaciones históricas de reparto del poder.
El hecho de poner el acento en que se masacren cristianos –o no– pretende camuflar que la religión no es el eje que articula principalmente el conflicto. Ese énfasis nos permite ver el oportunismo de ciertos grupos que solo utilizan a los cristianos, en este caso, para transmitir un mensaje distinto al hecho en sí.
Porque Sudán, país donde se aplicó la sharia hasta 2020, nunca interesó a estos sectores reaccionarios, los cuales curiosamente nunca reaccionaron ante las miles de masacres habidas en 70 años de guerra casi ininterrumpida. Reaccionan ahora no por empatía hacia sus correligionarios, y tampoco es coincidencia que este tipo de mensajes estén apareciendo cuando más se cuestiona el genocidio de palestinos en Gaza, más virulencia presenta el discurso antimigratorio de los sectores más reaccionarios de Europa y más visible es el rearme de nuestras potencias y el recrudecimiento de sus políticas antiobreras. Nos quieren divididos, y eso sí que es una cuestión de primer orden.