Otro verano pasado por… conflictos

Hay un dicho popular para los veranos fuertemente lluviosos: pasado por agua. Hace décadas el exceso era la ruina de la agricultura y echaba las manos a la cabeza de los labradores que preguntaban a San Isidro el porqué de tantas lluvias.

Hace ya un tiempo que nuestro modelo productivo sufrió una transformación. El campo se modernizó y los labradores pasaron a ser obreros de las factorías que crecían en las periferias de las ciudades. Pero España entró en la antesala de la Unión Europea, la Comunidad Económica y sufrimos otra transformación, de las fábricas a los hoteles. El resto es historia.

El turismo supuso el 14,8% del PIB nacional en 2018. Así con la llegada de la temporada estival se juntan bajos salarios, con alta temporalidad y empresarios que quieren extraernos cada gota de sudor intensificando a la más alta potencia la explotación laboral. Hasta que la clase obrera manda a parar.

Porque este verano pese a las vacaciones, y también a causa de estas, la conflictividad se ha disparado en muchos casos en sectores relacionados con el turismo. Renfe, un colectivo con fuerte tradición de lucha, convocó huelga a mitad de julio y el gobierno impuso unos servicios mínimos más que abusivos. Las Kellys, con menor experiencia pero también muchas ganas, en Ibiza, pararon y acompañaron con concentraciones por buena parte de los puntos más turísticos del país a finales de agosto. Los aeropuertos rematan la faena obrera, de nuevo con servicios mínimos abusivos, que en algunos casos llegaban al 100% impidiendo así el normal desarrollo de la huelga.

No todo fue el turismo. El verano lo arrancaba la marcha del metal. Todavía quedan valientes que no piensan claudicar ante la desindustrialización impuesta por el capital monopolista y la Unión Europea. Los trabajadores de Alcoa caminaron desde la factoría de Avilés hasta las puertas del Ministerio en Madrid. Asturias puede ser fiel reflejo de lo que ocurra en el resto de España, siendo una de las comunidades autónomas con mayor migración joven y tasa de envejecimiento. Sin industria no hay futuro para el pueblo trabajador.

Por eso se seguía moviendo. La plantilla de ABB se concentraba a las puertas de la sede patronal para frenar 59 despidos acudiendo un buen número de compañeros de otras empresas para apoyar las movilizaciones. ¿Son los EREs el mal endémico de nuestra industria? No solo de nuestra industria. El grupo Douglas (Bodybell y Juteco), aprovechaba el verano para tratar de apretar aún más a una plantilla que sufrió EREs de cerca de un millar de personas.

Reducciones salariales, modificación de turnos, apertura en domingos para todos los trabajadores… La plantilla reaccionó con una huelga convocada por el conjunto del comité de empresa.

Paramos aquí de enumerar conflictos. No porque fueran los únicos, quedan más en el tintero, sino porque el efecto ilustrativo ya se ha conseguido. Todas estas noticias no han ocupado el mismo tiempo en televisión, algunas ni siquiera han salido. Pero se conocen, quizás no en todos sitios, corren de boca en boca por los barrios obreros, los de ladrillo naranja, rajas en el asfaltado que no llegaron a tapar ni en elecciones municipales y los parques faltos de limpieza.

La lucha de clases es tan vieja casi como la propia humanidad, no ha descansado en miles de años y no parece que lo haga ahora, ni con el acuciante calor. Con gobierno o sin él, con vacaciones o sin ellas, nuestro horizonte ya no es echarnos las manos a la cabeza y preguntar a San Isidro. Echemos los pies a la calle y demos las respuestas.

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