Coronavirus, entre el alarmismo y la vigilancia

Controles en China por el coronavirus, 2020.

Finales de diciembre. Un virus desconocido salta del murciélago al humano, probablemente a través del pangolín. El origen está en un mercado de animales del interior de China, en una ciudad que aglomera a 11 millones de personas.
Mediados de febrero. El virus ha infectado a casi 80.000 personas, de las que 50.000 siguen hospitalizadas, muchas en estado grave, y casi 2.500 han muerto. Los focos se multiplican y saltan fronteras, con los 3000 pasajeros de un crucero en Japón recluidos en una angustiosa cuarentena y preocupantes brotes en Corea del Sur, Irán e Italia.
Parece el guion de una película apocalíptica, una segunda parte del film “Contagio” o una versión francesa de “Estallido”. Pero lo que en estas películas se exageraba por necesidades del guion, hoy se convierte en puro sensacionalismo en el tratamiento mediático.

La procedencia del virus, China, es mera anécdota. Estadísticamente, al país más poblado del mundo le corresponden más posibilidades de zoonosis, la trasmisión de un virus de animal a persona. Pero echando la vista atrás, la epidemia de MERS nació en Oriente Medio, la de gripe aviar se identificó por primera vez en Italia, el ébola en África, su primo marburgo en Alemania, la gripe A en México y brotes anteriores de gripe porcina se iniciaron en Estados Unidos.

Sin embargo, el pánico injustificado contra la población china está generando una nueva oleada de xenofobia. Solo el 0,0005% de los chinos han contraído la enfermedad, que, a su vez, no hace distinciones étnicas a la hora del contagio. La inmensa mayoría de chinos no sufre la infección, pero sí la xenofobia.

Claro que esta epidemia, la xenófoba, no la vírica, se alimenta con los cierres de fronteras y cancelación de rutas de transporte, cuyo toque de corneta dio Trump y en seguida fue imitado por gobiernos de medio planeta. Esta medida, desaconsejada por la OMS, está agravando la falta de suministros en los hospitales de Wuhan y otras ciudades afectadas por la epidemia.

En epidemiología, un aspecto importante es determinar la R0 de un virus, o índice básico de reproducción del mismo. Traducido, a cuántas personas puede infectar cada enfermo. En el caso de la gripe, suele rondar las 3. El ébola, a 2. La polio a 5 y el sarampión a 12. En el caso del COVID-19 (el actual coronavirus), hay literalmente docenas de estimaciones, pero la mayoría se decantan por en torno a 3,4.

En todo caso, la capacidad de contagio no es una cifra estática, sino que varía en función de la disponibilidad de una vacuna o las medidas de contención e higiene, entre otras.
Esta actuación varía la capacidad de contagio y ahí ha incidido el gobierno chino con medidas como la cuarentena forzosa de 15 ciudades, la paralización del curso escolar, la prohibición de eventos públicos, el retraso de la vuelta al trabajo tras las vacaciones de Año Nuevo chino, la construcción de hospitales en tiempo récord y el traslado de miles de médicos a las zonas afectadas. Que se contuviese el virus prácticamente en la provincia de Hubei durante la caótica primera fase de la epidemia se debe a este tipo de decisiones.
Otro aspecto destacable para analizar una epidemia es la mortalidad de la infección.
Mientras que las distintas cepas del ébola matan a entre el 40 y el 90% de los infectados, la encefalopatía espongiforme lo hace al 100%, el ántrax al 85%, la peste bubónica al 60%, el dengue al 23%, el SARS al 11%, la fiebre amarilla al 7,5% y la gripe a menos del 0,1%. En el caso del actual coronavirus, la mortalidad se sitúa en torno al 2,1%, si bien todavía es difícil determinarla.

Aun así, estas cifras, nuevamente, no son estáticas. La cepa Zaire del ébola mataba a un 90% de afectados cuando no había hospitales que diesen soporte vital a los enfermos. Durante la crisis de 2014, en cambio, esa misma cepa mató a alrededor del 40% cuando se probaron las primeras vacunas y llegó el heroico despliegue de médicos cubanos en misión internacionalista.

Igualmente, la mortalidad del coronavirus es más alta en la provincia de Hubei, la más afectada, por el simple hecho de que inicialmente no había atención hospitalaria suficiente para la gran cantidad de enfermos que llegaron. Fuera de Hubei, la mortalidad está por debajo del 2%.

Por lo tanto, una llamada de atención a nuestros lectores sobre la posible pandemia: los mensajes alarmistas en la prensa deben contrastarse con los datos. El COVID-19 no es una gripe, pero sobreviven a él el 98% de los infectados. La cancelación de eventos en que se aglomeren grandes masas está justificada ante un virus con alto número de contagios y que se extiende por el aire. La higiene y la atención médica son las mejores armas para prevenir y curar.

En otro orden de cosas, unas palabras sobre China. Hace un año, se conmemoró con pompa en el país el 40 aniversario de la “reforma y apertura”, la política inaugurada por Deng Xiaoping y que llevó a la privatización y a las relaciones de mercado.
En la atención sanitaria, esto se ha traducido en un sistema que, tanto en hospitales públicos como en clínicas privadas, es de pago. Una renuncia más con características chinas.

Sin embargo, la actual epidemia ha torcido los planes de los privatizadores. Ante la evidencia de que muchos enfermos se quedaban en sus casas en vez de ir a los hospitales, el gobierno chino se vio obligado a introducir la política “tratamiento primero, pago tras la curación”. No siendo suficiente, pocos días después se anunció que todo gasto relacionado con la epidemia de coronavirus sería cubierto totalmente por el gobierno central, ya que las autoridades locales exigían a los pacientes un seguro médico privado que les asegurase el “pago tras la curación”.

La regulación de numerosos sectores de la economía para garantizar suministros de equipos médicos, construir hospitales y desplazar médicos, apuntan en la misma dirección.

¿En cuál? En que solo el socialismo puede hacer frente a las necesidades del pueblo.
Finalmente, unas últimas palabras. Corea del Sur publicó cada paso que dieron los infectados en los días previos a ser hospitalizados. Desde por qué aceras pasó hasta en qué autobús de línea se subió. ¿Cómo consiguió esta información? Rastreando sus móviles, incluso cuando la opción de ubicación está desactivada. Algo parecido hizo Australia.

En China, los drones equipados con reconocimiento facial patrullan las calles y dan la alerta a la policía si alguno que está bajo cuarentena intenta saltársela. Publica el Global Times -diario oficialista- orgullosamente que se ha mejorado el software para reconocer caras incluso cuando llevan mascarilla.

No es una película distópica. Ni siquiera la segunda parte de “Estallido”. Seguirá cuando pase el virus. Es el capitalismo realmente existente.

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