La II República y el tejer de la Historia

Madrid, 14 de abril de 1931.

El Consejo de Ministros del lunes 13 de abril fue especialmente relevante. Lo presidió el almirante Aznar. Las once personas -el Rey y diez ministros más- reunidas en esa sala del Palacio Real de Madrid creían tomar una decisión histórica para el futuro del país, como siempre habían hecho. De los ministros, más de la mitad son nobles y sus antepasados llevan decidiendo el futuro durante varios siglos. Tienen noticias sobre las elecciones municipales del día 12 y no son buenas, para ellos. En realidad la decisión ya la ha tomado el pueblo. Al día siguiente, lo único que mantendrán serán sus bigotes, títulos, tierras y aires de grandeza, todo un vestigio señorial reducido a lo simbólico. Alfonso XIII debe partir al exilio y, en su huída, debe dejar la puerta abierta al nuevo siglo, a la modernidad, a la II República.

Los acontecimientos son de sobra conocidos. Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 tuvieron un carácter plebiscitario. Supusieron la puntilla a un régimen y una institución agotada desde hacía años. La cuestión no era cómo, sino cuándo y quién, y fue el pueblo, el 14 de abril de 1931. El pueblo en la calle gritando libertad, sin miedo, por primera vez en muchas décadas.

La II República fue un símbolo, y en gran parte, la entrada de España en la modernidad. Consiguió agudizar el ritmo de la Historia y quiso situar al país a tono con los nuevos tiempos. Siendo rigurosos y precisos a nivel histórico, no era más que la revolución democrática que se debió hacer en el s. XIX, pero eso ya era mucho para un país mayoritariamente campesino y poco desarrollado en lo industrial. En su momento la vieja España vió soviets, ateísmo y estepa siberiana donde no había más que laicicidad, modernidad, y una democracia liberal y progresista empujada por un pueblo deseoso de futuro. Prometieron tierras, derechos, educación y tantas otras cosas que parecían imposibles, promesas que embriagaban. Se faltaría a la verdad si se dijese lo contrario, que el lector no entienda un desdén hacia la labor republicana, todo lo contrario. La República fue esperanza de mucho y hoy continúa siendo una etapa cargada de un valor que emociona.

Desde entonces empezaron a coserse los anhelos del pueblo a una bandera. Una bandera que acumulaba la libertad deseada durante décadas de historia, suponía el símbolo de todos frente a los blasones y la arrogancia de los de siempre. Anhelos, bandera e historia que se tejen dando puntadas con hilo rojo, el único que parece quebradizo pero no se rompe. Se trabaja con manos libres, tersas, laboriosas y suaves. Manos obreras, porque otras no pueden, no quieren o son incapaces. Se cose con determinación, ahinco y sacrificio. Hay puntadas que a veces son lentas y otras rápidas pero nunca son en vano. El de nuestra historia es un tejer constante que se acumula y solo es posible cuando se es capaz de vivir sin temor, solo así se cambia la Historia, como hicieron ellos. Cuando no se tiene miedo, el hilo rojo vence siglos y lo acelera todo. Años se reducen a semanas y lo que parece invencible se derrumba. ¿Quién iba a decir que Alfonso XIII huiría temeroso de todo un pueblo? Así fue y para la historia queda.

Esto no es un cuento con final feliz, sino simplemente la vida, la guerra, la de siempre. La que se lleva librando desde hace siglos entre los de abajo y los de arriba, entre poseedores y desposeídos. La II República fue una puntada de hilo más en el proceso de maduración de cualquier etapa histórica.

Lo trágico es inherente a la Historia, incluso a la épica, y muy pocas veces se vence a la primera en el devenir histórico. La vieja España forzó el golpe desde los inicios, para no dejarse vencer. La contrareplica monárquica, de la derecha tradicional, la ultraderecha, el fascismo, de los conservadores… fue constante y a todos los níveles. Esos mismos marqueses y condes bigotudos que regían los destinos de todos, situaron de nuevo todo lo viejo encima de la mesa. Militares, caciques, oligarcas y curas decidieron seguir dando batalla y morir matando. Por desgracia, no murieron, sino que mataron. Dinero, y más dinero, y las mejores armas alemanas e italianas acabaron asestando una puñalada en forma de guerra en el corazón de la joven república. Querían que el poder siguiera siendo de los de siempre y por desgracia lo siguen teniendo. Poco más que no se haya dicho ya. El fascismo trajo un pesado silencio de años y se dió un atracón de cadáveres. Nos arrebató una etapa histórica preciosa y lo escupió todo en cientos de cunetas, sin mesura.

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