De cajas de ahorro a monopolios bancarios

Las cajas de ahorro nacieron en el siglo XIX con la intención de tener a buen recaudo sus ahorros los ciudadanos de un pueblo. En lugar de tener el dinero en una caja fuerte personal, diversos incipientes capitalistas acordaban tener una caja fuerte común más segura, que empezó también a cumplir funciones de empeño y préstamo. A diferencia de un banco, una caja de ahorros no era propiedad de un capitalista, sino que tenía una entidad jurídica especial sin ánimo de lucro.

La concentración de capital y la reforma legislativa hecha durante la transición (según la cual las cajas de ahorro podrían tener las mismas funciones que los bancos) abrió una nueva etapa de 30 años para este sector. Desde los años 80 a la crisis de 2007 las cajas de ahorro fueron creciendo, fusionándose entre ellas y superando claramente el ámbito local para elevarse a cajas regionales y, en la última etapa ya, a cajas de ahorro de ámbito estatal. No deja de ser la consecuencia lógica del desarrollo y acumulación capitalista, en que las burguesías locales se elevan a burguesía regional y finalmente a burguesías de ámbito estatal. Al ritmo que crecía el tamaño de las cajas de ahorro crecían sus beneficios.

La lógica de todo el sistema capitalista es la generación de beneficios económicos para los propietarios de los grandes negocios. Si las cajas no eran, por ley, entidades con ánimo de lucro, ¿dónde iban a parar sus beneficios? Los defensores del sistema responderán rápido a esta pregunta: a la obra social que obligatoriamente deben tener todas las cajas. Así, las cajas de ahorro las presentaron durante mucho tiempo (y parte de la izquierda compró este discurso con gusto) como banca pública puesta al servicio de la caridad y las obras sociales. Si bien es cierto que todas las cajas de ahorro tuvieron su obra social, la ingeniería financiera permitió que la mayoría de esos beneficios se redirigieran de forma muy interesada.

En primer lugar se destinaron los beneficios para la acumulación capitalista. En todas las empresas, cuando hay beneficios, una parte se reparte como dividendos a los propietarios y otra sirve para aumentar la inversión. En las cajas de ahorro no había dividendos, pero sí aumento de la inversión para ir comprando nuevas cajas, bancos, empresas, etc. ¿Hasta llegar a dónde? Hasta llegar adonde estamos ahora, en que la mayoría de ese acumulado se privatiza en monopolios bancarios. En segundo lugar se destinaron para facilitar los negocios de la burguesía local que estaba vinculada con esas cajas. Es decir, se usaron los beneficios de las cajas para trasvasarlos, vía créditos en condiciones ventajosas, a la burguesía de la zona. En tercer lugar, tal vez el más vistoso en los últimos años de las cajas, fue de usar sus beneficios para untar obscenamente a centenares de políticos y dar préstamos que nunca se devolvían a sus principales partidos. Repartir dividendos no era legal, pero sí dar sueldos millonarios a miembros del consejo de administración para favorecer negocios corruptos de las burguesías locales con las instituciones. Los beneficios de las cajas sirvieron como pegamento para la alianza entre el capital y los partidos políticos.

Pero tras 30 años la burguesía española ya se había hecho mayor, superando todos los ámbitos locales y regionales para construir enormes monopolios. Con la crisis del 2008 la necesitad de parasitar nuevos espacios de mercado por el capital privado se hizo imperativa, y el gobierno aprobó la ley 26/2013 para ir transformando las cajas de ahorro en bancos. La fusión de las antiguas dos grandes cajas, La Caixa y Caja Madrid, en el principal banco de España finaliza el proceso histórico de actualización del capitalismo español en una época en que se exige que hasta el último céntimo en circulación esté puesto al servicio de la acumulación capitalista.

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