El cambio cultural de Panchito Sánchez

Para el Ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, España es una anomalía porque no se sigue la tendencia europea de “trabajar más” entre los 55 y los 75 años de edad. Aboga públicamente el señor Ministro por “un cambio cultural” que revierta esta situación.
Posteriormente ha matizado sus palabras, pero el daño ya está hecho y el aviso está lanzado para quien lo quiera entender, sobre todo en un momento en que Gobierno, patronal y sindicatos se van a sentar a negociar el futuro del sistema de pensiones.

Frases como las de Escrivá, se desdiga luego o no, importan mucho porque no las dice ningún bocachancla en la barra de un bar con tres vinos entre pecho y espalda, sino precisamente el ministro del ramo. Y además porque no es el único que las piensa entre quienes van a negociar qué pensión cobras y a qué edad te jubilas.

La cantinela de la necesidad de retrasar la edad de jubilación se ha venido escuchando durante muchos años. Según ha ido pasando el tiempo los argumentos han ido modificándose, pero siempre con el mismo objetivo de fondo. Inicialmente se decía —todavía se escucha— que el sistema de pensiones español era insostenible. Que la pirámide demográfica era elocuente y que no habría trabajadores suficientes para soportar la carga de las pensiones de la generación del “baby boom”. Eso sí, se decían estas cosas al tiempo que se bonificaban sistemáticamente las cotizaciones de las empresas.

Ahora, cuando varias partidas de pensiones se han transferido a los Presupuestos Generales del Estado y se comienza a poner en duda que sea necesario que la Seguridad Social tenga una caja separada y basada exclusivamente en las cotizaciones de trabajadores y empresas, va cambiando el argumentario. Ya no se habla tanto de la sostenibilidad o no del sistema, sino de que la esperanza de vida ha crecido, que estamos muy bien de salud cuando llegamos a ciertas edades y que por qué razón vamos a impedir que quien quiera siga produciendo.

El problema de base de este tipo de argumentos es claro. Parten de la situación de determinados trabajadores y de determinados trabajos, pero ignoran la realidad de la mayoría y pretenden hacer calar la idea, sumamente grave, de la insolidaridad de que quien quiere jubilarse.

Ante esto cabe hacer algunas apreciaciones. En primer lugar, la aportación realizada a la riqueza social por los trabajadores es muy superior a lo que reciben en forma de salarios y de pensiones a lo largo de su vida. Por mucho que lo quieran ignorar ministros, ministras y expertos varios, la plusvalía sigue existiendo porque sigue existiendo la explotación capitalista. La primera trampa está, por tanto, en que la pensión que recibe una persona jubilada no se calcula sobre la base de su aportación a la producción, sino sobre la base del precio pagado por el empresario en forma de salario por una parte de la aportación del trabajador a la producción, lo que ya da mucho que pensar.

En segundo lugar, ya conocemos la realidad del “entorno europeo” en lo tocante a personas mayores que siguen trabajando más allá de la edad legal de jubilación. A lo largo de la última década ha ido aumentando el porcentaje de jubilados alemanes que completaban su pensión con uno de los denominados “mini-job”, y entre 2005 y 2020 la población alemana mayor de 65 en riesgo de pobreza se ha cuadruplicado. Esa es la realidad que espera a la mayoría de trabajadores y trabajadoras de España mientras se van implementando medidas que tienen el efecto de reducir el poder adquisitivo no sólo de las pensiones, sino también de los salarios.

Mientras se promueve la imagen del canoso hombre jovial que juega con sus nietos y luego va a la oficina, la realidad que nos espera es la de Francisco Sánchez —Panchito—, un mexicano de 74 años que fue noticia hace no mucho por trabajar como repartidor para UberEats —a pie— por las calles de Ciudad de México.

El cambio cultural que pregona el ministro pretende dar legitimidad a la realidad indiscutible de la creciente explotación que sufre la clase obrera y del empeoramiento generalizado de las condiciones de vida de la mayoría trabajadora a lo largo de todas las etapas de la vida. Pero el ministro seguirá promoviendo este tipo de cosas mientras le dejemos que nos engañe.

Porque, efectivamente, sí que hace falta un cambio cultural, pero en la línea de perder el respeto y la confianza en quienes se ríen de nosotros mientras nos venden como avances lo que no son más que retrocesos, robos y renuncias, mientras hacen a los monopolios más fuertes y a la mayoría trabajadora más débil y sometida.

A cada nuevo ataque debemos responder con contundencia. Mentalicémonos y pasemos a la ofensiva. Contraataquemos. Hay millones de razones, una por cada uno de nosotros.

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