De submarinos, piruetas y turbulencias

Septiembre de 2021. Otro mes, otra crisis diplomática. La prensa mundial se hace eco; la europea y la china se ponen alerta; la francesa en concreto saca sus mejores perlas. El motivo: la compra de submarinos nucleares por parte del gobierno de Scott Morrison en Australia. El motivo real: el control del océano más grande del mundo, donde las mayores potencias tienen territorio y aspiraciones.

Y es que ese día se formalizan los acuerdos del AUKUS. Por si alguien sigue despistado con las siglas, hablamos de Australia (A), Reino Unido (UK) y Estados Unidos (US). Nos encontramos ante un nuevo pacto militar —“de seguridad”, como gusta llamar en los círculos diplomáticos— que incluye la cooperación en capacidad militar submarina, nuevas tecnologías, inteligencia artificial, ciberseguridad y varias más de las nuevas herramientas que se emplean en las guerras, convencionales o no.

Ya tenemos los primeros resultados del pacto. Estados Unidos y Australia estrechan más sus relaciones y, de paso, fortalecen la posición de ambos en el Pacífico. Reino Unido vuelve la cara a Europa y dirige su mirada hacia países con los que comparte vínculos culturales y orgánicos —cabe recordar que, en Australia, la Jefatura de Estado todavía pertenece a la monarquía británica, concretamente a la reina Isabel II—. Francia tiene un berrinche de campeonato tras ver cómo el gobierno australiano rompía un contrato valorado en 56.000 millones de euros por el cual los franceses proporcionaban varios submarinos nucleares. China, por supuesto, observa con preocupación la alianza fraguada en su vecindario, una zona donde aspira a mejorar su influencia.

Son piezas importantes de un ajedrez mundial a múltiples bandas. Una partida en la que sin embargo, desde la desaparición del Telón de Acero, el Atlántico fue perdiendo importancia, trasladándose la acción a otras regiones del planeta. La crisis de 2008 certificó definitivamente el declive de la Unión Europea, sumida en sus propias contradicciones y en la pugna entre las distintas burguesías nacionales que tan bien pudimos observar con el esperpento en las negociaciones entre Estados miembro por los fondos europeos para la pandemia, la vergonzosa bajada de pantalones ante las farmacéuticas o el “show” que se montó con el propio Brexit. En su lugar, fue la República Popular China quien se erigió como principal aspirante a derrocar a los Estados Unidos como la principal potencia mundial imperialista.

Es importante precisamente señalar el adjetivo “imperialista”. Porque no es una cuestión solo de que Estados Unidos tenga gusto por invadir países. Ni es solo, tampoco, que Francia esté llorando por la cancelación de un contrato que representaba la quinta parte de su PIB, que Reino Unido esté cambiando de alianzas a conveniencia —como todos, aunque de forma más rápida y evidente— o que ambos países europeos tengan “colectividades de ultramar” (en resumen, colonias) y zonas económicas exclusivas en la zona caliente del globo por las cuales temen. Se trata además de cómo China busca pactos militares y económicos internacionales, formas de exportar capital y nichos de mercado para sus propios monopolios que, sean públicos o privados, siguen igualmente bajo la lógica del mercado. Lo que hay en disputa en esta nueva “guerra fría” no son dos modelos de sociedad distintos, sino en realidad qué gallo se queda con el corral. El pacto AUKUS es el último movimiento en esa disputa. Y en esa disputa, los intereses de los trabajadores ni están ni se les espera.

Un último aviso a nuestros lectores: desconfíen de quienes, desde un supuesto “progresismo” e incluso “comunismo”, les inviten a apoyar a cualquiera de los bandos en lucha. En los últimos años hemos visto cómo algunos de estos sectores abogan por teorías que defienden a la potencia aspirante, representada como el mal menor e incluso según algunos como una víctima, frente a la potencia hegemónica —Estados Unidos—, representada como el mal mayor. Algunos de ellos —ciertos presidentes progresistas, por ejemplo— de hecho defienden que la solución es… que haya varias potencias hegemónicas a la vez para equilibrarse entre sí; es decir, que la solución es más imperialismo, más de lo que hay ahora. La pregunta es de rigor: ¿de verdad nos gustaría presenciar las turbulencias que causarán esas varias potencias imperialistas hegemónicas “equilibrándose entre sí”?

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