Por qué el 8 de marzo ha de ser un clamor de las trabajadoras contra el sistema capitalista

Hace más de cien años, la brillante comunista Clara Zetkin sentenciaba lo siguiente sobre el papel estratégico fundamental de las mujeres en la revolución: “La suya [la de la mujer proletaria] es una lucha que va unida a la del hombre de su clase contra la clase de los capitalistas”. Que el capitalismo tenga hoy cien años más no hace que los ejes fundamentales de los debates y problemas que se nos presentan hoy hayan cambiado tanto. Es más, asumir como tarea presente la reivindicación de la igualdad real y plena de todo el género humano implica tirar del hilo y desplegar en toda su potencialidad las implicaciones de la cita señalada.

Que las comunistas llamemos a la unidad de toda la clase obrera como condición de posibilidad de la revolución no significa nada más que eso. Pero tampoco nada menos. Significa que no creemos que pueda comprenderse —y por tanto, transformarse— la posición históricamente subsidiaria a la que ha sido relegada la mujer sin cuestionar las bases materiales sobre las que se sustenta; por tanto, sin señalar, cuestionar y llamar a superar el capitalismo y la sociedad burguesa. Significa reconocer la situación de desigualdad histórica de la mujer como indisociable de las relaciones sociales capitalistas y significa, por tanto, partir de la premisa de que éstas mismas relaciones se encuentran contenidas en cada fenómeno de la sociedad.

No podemos hablar de un sistema de dominación situado al margen del capitalismo. Y esto, que es clave para formular una propuesta política general para acabar con la desigualdad, imbrica con otra idea: la de que no existe comunidad de intereses entre todas las mujeres, pues entre nosotras no configuramos una capa social homogénea. No implica esto nada parecido a afirmar que el machismo acabe donde acaban las fronteras sociológicas de nuestra clase, pero sí implica sostener que para las trabajadoras asumir como propios los proyectos políticos de los distintos sectores de la burguesía ha sido, es y será siempre una condena.

Sólo reconociendo la existencia de tales contradicciones se vuelve posible concluir una propuesta política emancipadora, que necesariamente vincule las luchas de hoy con las potencialidades del mañana. Y si la estrategia no es la reforma sino la revolución —que una vez más vuelve a ser el debate de fondo—, cada lucha concreta debe convertirse en una escuela de futuro, en un aprendizaje colectivo que contenga en sus entrañas la potencialidad de una vida fundamental y radicalmente distinta. La cuestión es que sólo haciendo saltar por los aires los márgenes de posibilidad que el capitalismo permite a la política burguesa se pueden llevar hasta sus últimas consecuencias las reivindicaciones que sólo formalmente son posibles en el capitalismo. Y la cuestión, por tanto, es que únicamente la clase obrera unida está en disposición histórica de plantearse esa tarea. Por eso el 8 de marzo ha de ser un clamor de las trabajadoras contra el sistema capitalista. Por eso el 8 de marzo ha de ser un día para que hablemos de revolución.

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