Crisis y “precampaña electoral”, ganancia segura para el capital

La presente legislatura ha de tocar a su fin, como mucho, a finales de 2023; si no muere antes, a la coalición de gobierno le queda un año. La carrera electoral ha dado el pistoletazo de salida para todos los partidos burgueses: el PSOE, tras la debacle andaluza, reconfigura su aparato interno para enfrentar la venida del ciclo electoral del próximo año; el PP hace equilibrios entre el poder de sus familias para dejar a su candidato Feijóo en la pole position electoral; VOX, tras el descarrilamiento de su tren en Andalucía, purga también su aparato y se enfrenta a su primer horizonte recesivo en términos electorales; y el espacio a la izquierda del PSOE se presenta más difuminado que nunca, sin que el proyecto de Yolanda Díaz logre aglutinar a los diversos grupos de dicho entorno, en una quiebra evidente con Podemos.

La política del gobierno en este momento se orienta, tras el debate del Estado de la Nación, hacia un nuevo trasvase de capitales a la esfera privada por la vía de las subvenciones al consumo; comunicativamente, se compensa con una indefinida campaña de ingresos fiscales vía someros impuestos a banca y energéticas. Este trasvase de rentas del trabajo al capital se produce en la presente coyuntura por el mecanismo indirecto de la inflación. La inflación reduce el valor de los pequeños ahorros de las familias obreras, haciéndolas más dependientes del precio de su salario, mientras que se incrementa el precio de las mercancías, cuya venta está controlada por la burguesía.

Son medidas, las de este final de año para hacer frente a la crisis, que expresan no sólo la obligada improvisación a la que se ve abocado el gobierno, sino las limitaciones de la gestión capitalista y la concepción socialdemócrata del Estado. En tiempos de crisis, los gobiernos del capital intentan intervenir sobre las consecuencias del sistema —con escaso o nulo éxito—, porque son incapaces de modificar las causas.

Por debajo de este programa de medidas, sigue siendo el consabido “pacto de rentas” el horizonte que marca la senda económica del gobierno, que se ve obligado a incorporar en la hoja de ruta de la “moderación salarial” una nueva y cosmética subida del SMI, en esta ocasión —abierta ya la “precampaña” electoral— de común acuerdo entre los socios de gobierno, operando de portavoces tanto la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, como la vicepresidenta primera y ministra de Economía, Nadia Calviño.

Entretanto, las tensiones internacionales seguirán marcando las agendas económica, política y militar de las potencias capitalistas.

La dinámica económica tiene un elemento cualitativo fundamental: los Estados Unidos, como primera potencia imperialista, ha conseguido reafirmar su hegemonía y sus intereses son asumidos por el bloque imperialista de la Unión Europea, mitigándose las contradicciones entre ellos ante el incremento de los conflictos con Rusia y China. La incertidumbre económica sirve como justificación para la escalada de precios, pero tras ella se ocultan ganancias astronómicas de las distintas oligarquías en conflicto. La crisis de sobreproducción catalizada por la pandemia sigue su curso, y las previsiones económicas de los principales organismos burgueses van adaptando sus cálculos hacia escenarios de crisis abierta y extendida de unos países a otros. La entrada de Estados Unidos en recesión técnica —dos trimestres seguidos de caída del Producto Interior Bruto— pone en alerta al resto de economías en la cúspide de la pirámide imperialista. La única salida para los capitalistas parece ser un incremento de la productividad en las empresas, un incremento masivo de la producción y contención salarial.

Estos elementos permiten vaticinar un final de año marcado por un agravamiento de las consecuencias de la crisis entre la clase obrera y las capas populares: subida constante de precios, pérdida acelerada de poder adquisitivo, salarios devaluados, escasez en el suministro de combustibles y, en definitiva, mayor explotación del trabajo.

Sin una urgente movilización de la clase obrera y los sectores populares ante esta coyuntura, articulada mediante sus organizaciones independientes de clase, se vienen tiempos aciagos. Se vuelve imprescindible que los trabajadores confiemos únicamente en nuestras propias fuerzas.

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