¿Debemos aprender a ser cada día más pobres?

Durante años, nos levantamos cada día con alguna nueva noticia que, justificada antes en una crisis fruto de “la avaricia” (sic), después en la COVID-19 y ahora en la maldad de Putin, nos incita, e incluso nos obliga, a apretarnos el cinturón un poquito más. ¿Y mientras?

Mientras, la banca con beneficios indecentes ni siquiera amaga diciéndonos que algún día devolverán el dinero público que se les prestó para su rescate, y las comisiones bancarias siguen campando por sus fueros afectando fundamentalmente a las rentas del trabajo.

Mientras, una crisis energética se desata y amenaza con dejarnos a oscuras y helados de frío este invierno, pero no se señala que las políticas energéticas del gobierno han dinamitado los recursos autóctonos y la política exterior de enemistad con Argelia por motivo de la traición del Gobierno español al pueblo saharaui agravan el resultado de nuestra participación al lado de Zelenski en la guerra de Ucrania.

Mientras, la inflación supera el 11% y la clase obrera ve cómo sus escasos ahorros se desvalorizan, y la subida salarial media apenas roza el 2,5% en un país en que el salario medio es 450 euros inferior al de la media europea.

Mientras, la mitad de las horas extra realizadas no se pagan y debemos ver con normalidad que este robo afecte a más de medio millón de trabajadores y trabajadoras.

Mientras, el uso de la figura del autónomo, cuando se trata realmente de trabajo por cuenta ajena, se generaliza más allá del sector de reparto en sectores como el de las academias, comerciales u otros.

Mientras, las empresas reciben ayudas millonarias y debemos aguantar que llamen subvencionados a los trabajadores y trabajadoras que cobran prestaciones por desempleo porque dicen que desmotiva la búsqueda activa de empleo, pero no se pone el foco en qué salarios y demás condiciones laborales se están ofreciendo para no cubrir algunas vacantes.

Mientras, el Coste Público del Capital (todas aquellas ayudas a las empresas que pagamos con nuestros impuestos) se dispara con reducciones en las cotizaciones a la Seguridad Social, con ayudas económicas directas, con la búsqueda de suelo público para su instalación, con la concesión de cifras millonarias para afrontar cambios productivos, o sufragando la formación de los trabajadores para adaptarlos a la nueva máquina. Y todo ello se hace con el argumento de la creación de empleo, pero lo que ofertan son trabajos precarios con jornadas parciales, bajos salarios y horas extra no remuneradas, cuando no reducción de plantillas justificadas en cambios tecnológicos. Al final, el Coste Público del Capital, lejos de demostrarse útil para generar empleo va a engrosar las cuentas de resultados de los accionistas.

Mientras…

Pero ya está bien, y aquí el movimiento sindical tiene mucho que decir, alejándose de cualquier veleidad sobre un posible pacto de rentas que sólo nos ayudará a ser más pobres. Al movimiento sindical debe oírsele con claridad que ya está bien que las empresas quieran vivir de la subvención y además de la sobreexplotación de la fuerza de trabajo.

Cuando el modelo empresarial realmente existente no basa sólo su beneficio en la parte de trabajo que no se alcanza a cobrar con el salario (plusvalía) o el robo directo de horas extra no pagadas, sino que además parasita el dinero público de nuestros impuestos, quizá sea hora ya de volver a pensar en cambiar al mundo de base o en aprender a ser cada día más pobres.

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