Ser mujer en el capitalismo contemporáneo: de estereotipos, salud mental y redes sociales

“La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”,  K.Marx

Te invito a leer este artículo si, cada día, mirarte al espejo es una pelea. Quizás le ocurre parecido a tu hija y no sabes cómo ayudarla. Las mismas pastillas que te recetó el médico hace años, esas que desde entonces están a mano en el cajón de tu mesilla de noche, se las han recetado ahora a ella. O quizá eres tú la que no puedes sacarte fotos si no es con un filtro. Y la hora de la comida te produce ansiedad. Aunque, a decir verdad, quizá convives con ella todos los días. Te invito a leer este artículo no porque vayas a encontrar en él la solución a todo lo anteriormente descrito, que son realidades conocidas por casi todo el que haya llegado hasta aquí. Sino porque con él quisiera concluir que es posible y necesaria otra forma de existencia en la que los seres humanos, las mujeres en particular, no seamos percibidos como cosas consumibles, no seamos mercancía y no nos relacionemos con nosotras mismas como tal. Y quisiera también invitarte a formar parte de su construcción.

Sobrevivir en el capitalismo no está siendo tarea fácil para las mujeres. Por muchas razones, empezando porque sobre nuestros hombros han venido pesando históricamente las tareas reproductivas de las que no nos libramos cuando, allá por el final del siglo XIX, nos incorporásemos al trabajo productivo. En otros artículos de esta publicación se ha tratado la afectación particular de las mujeres cuando hablamos de salud mental y su relación con el papel subsidiario y situación de opresión y violencia que vivimos bajo el sistema capitalista. Entre otras cosas, se hablaba de que casi un 20% de nosotras (frente a un 14% la población masculina) convivimos con problemas vinculados a la llamada salud mental; o de que en la franja de edad comprendida entre los 35 y los 64 años, una de cada diez mujeres toma ansiolíticos a diario. Esto en un país, España, que es el primero del mundo en el consumo de ansiolíticos y sedantes. Por seguir dando cifras: el 90% de las personas afectadas por trastornos de la conducta alimentaria (TCA) son mujeres de entre 12 y 30 años.

La presión ideológica que el capitalismo contemporáneo nos impone a las mujeres no es sino consecuencia de una agudización y agravamiento de las tendencias generales de este sistema económico. El denominado paradigma de la flexiseguridad representa las tendencias generales del capitalismo español y europeo, y tiene que ver con la agudización de las contradicciones en la base del sistema capitalista. Su concreción histórica —el trabajo a demanda, el nomadismo laboral, etc.— consolida unas pautas de vida que están marcadas por la inestabilidad, la sensación constante de riesgo, de desprotección y eventualidad. Todo ello potencia el individualismo, el inmediatismo y la competitividad: los trabajadores nos asimilamos cada vez más, tomamos la forma de mercancías, objetos, cosas, fácilmente desechables y ajustables a los ritmos de la producción capitalista.

La mercantilización abarca cada vez más fenómenos de la vida social. Si bien el hecho de que el propio cuerpo de la mujer se vuelva objeto de consumo no es algo nuevo para nosotras, ni mucho menos. Lo que ocurre es que las pautas de vida del capitalismo contemporáneo amplifican sus lógicas inherentemente mercantiles. El caso de las redes sociales es paradigmático de este fenómeno, en tanto que lo que se produce es una validación en función del grado de “cumplimiento” de estas tendencias inmediatistas, consu-mistas y mercantiles. La presión estética que sufrimos las mujeres hunde sus raíces en la lógica capitalista, se amplifica conforme las tendencias generales potencian que nos relacionemos entre nosotros y con nosotros mismos como objetos de consumo y, llevada al extremo, nos enferma y condena a un sufrimiento insoportable, que incluso puede llegar a poner en riesgo nuestra salud y nuestra propia vida.

¡Cómo no van a surgir voces de resistencia a esta forma de violencia hacia la mujer! Resulta, no obstante, inherentemente contradictorio, cortoplacista y temporal —cuando no directamente hipócrita si quienes lo hacen son las dueñas de grandes capitales—, plantear según qué caminos para dar salida a este problema. La situación histórica presente exige al conjunto de la clase recomponerse política y organizativamente: hacernos fuerte en los centros de trabajo y estudio, en nuestros espacios de vida, y plantearnos prácticamente la ofensiva contra el capital. Esto, que decimos tanto los comunistas, no es baladí. El combate a la mercantilización de nuestras vidas y nuestros cuerpos no es un combate distinto al que tenemos que darle al sistema capitalista. Que hay otra forma de ser en el mundo para las mujeres trabajadoras es una realidad que existe embrionariamente cuando nos organizamos con nuestra clase: una forma de ser y existir solidaria, colectiva, basada en el apoyo mutuo. Potencialmente comunista. Se trata, y a ello te invito, de sumar nuestra fuerza a la construcción de esas nuevas formas de relación en el seno de la propia lucha de nuestra clase por la superación de un sistema que se fundamenta en la explotación y la violencia.

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