Batallas culturales

La estrategia de la distracción es una de las más repetidas en los manuales de comunicación política. Cuanto más entretenidos estemos los ciudadanos en discusiones secundarias, menos caso haremos a las decisiones políticas y económicas importantes que se adoptan en nuestro nombre.

Desde que esa cosa amorfa que se denomina “la izquierda” y, con ella, muchos Partidos Comunistas y Obreros, abandonó la lucha de clases y decidió abrazar la causa del Estado del Bienestar y de la democracia burguesa, la disputa ideológica pasó de ser entre partidarios y detractores del capitalismo a ser, principalmente, entre distintas visiones de cómo gestionar el capitalismo y de cómo vivir bajo él.

En esta lucha, que parte de dar por sentado que ya no hay posibilidad de otra base económica que no sea la capitalista, todas las categorías y conceptos se pervierten al desconectarse del punto de vista de clase. La distinción entre progresistas y conservadores, que con el surgimiento del movimiento obrero tenía un sentido muy claro, hoy ya no ilustra prácticamente nada porque ha dejado de tomar en consideración el hecho objetivo de que uno forma parte de tal o cual clase social en función de su relación con los medios de producción y no de otras consideraciones.

Al perderse este criterio, la confusión reinante es atroz y los debates se producen generalmente en unos términos que implican un reforzamiento de la ideología de la clase dominante, teniendo en cuenta que esta ideología burguesa puede tener muchos matices, pero siempre tiene como base garantizar la continuidad de la explotación de quienes no tienen la propiedad de los medios de producción.

Dicho de otra forma, los ideólogos burgueses luchan entre ellos, discuten entre ellos, aspiran a situar a la mayoría trabajadora bajo sus parámetros, a hacernos defender sus posiciones en tal o cual sentido mientras nos olvidamos cada vez más de los objetivos e intereses que nos son propios como clase o nos conformamos con la situación que tenemos mientras podamos descargar nuestra bilis contra el vecino y no contra nuestro patrón.

Mientras tanto, la lucha de clases continúa. Lo compruebas a diario, pero es probable que hayan conseguido que te preocupes de otras cosas. La lucha de clases continúa y por ahora la vamos perdiendo, entre otras cosas porque en nuestro nombre actúan varios agentes que, desde el ámbito político y sindical, quieren convencernos de que lo que es bueno para los capitalistas también lo es para nosotros, de que modernizar la explotación nos conviene porque es “moderno”, aunque siga siendo explotación.

En esta situación podemos mantenernos subordinados a los debates y las agendas que marcan otros, entrando al trapo de todos y cada uno de los falsos dilemas que se nos presentan, o podemos comenzar a situar nuestra propia agenda, que debe incidir permanentemente en que la contradicción que determina a todas las demás es la división de la sociedad en clases, aunque a algunos les parezca viejo, poco moderno y a otros les provoque terror. Precisamente por eso, porque a algunos les provoca terror, hay que hacerlo.

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