De Perú a Brasil, nuevo golpismo en América Latina

En los últimos meses, las secciones internacionales de la prensa española se han hecho eco de un par de acontecimientos especialmente relevantes. Hablamos de la destitución del, ahora, ex-presidente peruano Pedro Castillo y de la nueva réplica-teatro del asalto al Capitolio, este caso en Brasilia, en contra del recientemente Presidente electo Lula da Silva.

Efectivamente, estos dos eventos son de gran relevancia, a pesar de que no son novedosos en su contenido, ya que tanto los impeachment, como las destituciones “prematuras”, los golpes de Estado, boicots y un largo etcétera de maniobras contra Presidentes y Gobiernos en Lationamérica no son una novedad. Especialmente si están vincuolados al tan ambiguamente catalogado espectro de la izquierda.

Puede resultar interesante establecer paralelismos entre el asalto al Capitolio y los sucesos en Brasilia. También lo puede ser profundizar en la extraña costumbre que se está desarrollando en Perú con la destitución de presidentes de forma recurrente (habiéndose sucedido 6 presidentes diferentes en 4 años). Sin embargo, no es objeto de este artículo analizar cada proceso particular en detalle, ya que existen numerosos artículos y analistas que han desgranado cada uno, y han seguido minuciosamente sus pormenores. Tampoco lo es el estudio de la llamada segunda oleada del progresismo en América Latina, aunque para quienes estén interesados recomendamos encarecidamente la lectura de las tesis del Partido Comunista de México al respecto.

La finalidad de este artículo está en reflexionar sobre ciertas conclusiones globales, relativas a los límites de la socialdemocracia en lo que a la gestión capitalista se refiere, así como los problemas para el futuro de la clase obrera que acarrea el fomento de ciertas retóricas sobre el avance de la reacción y el fascismo por parte del progresismo.

Hacemos referencia “progresismo” en su más amplio sentido, ya que las reflexiones a realizar se conectan con los variopintos Gobiernos progresistas y de izquierdas en América Latina y con otros en Europa, especialmente el español, que es el más cercano, y con el que ciertos paralelismos no se pueden obviar. Es evidente que cada país, cada proceso, y cada suceso particular tienen sus propias especificidades, por lo que no sería honesto afirmar que todos son iguales, pero también sería faltar a al verdad obviar ciertas dinámicas y fuerzas motrices que comparten entre sí.

Los límites de la socialdemocracia en la gestión capitalista

Existe una limitación metodológica al analizar el papel de la socialdemocracia, y es el hecho de que difícilmente podremos saber a ciencia cierta si su obrar es bienintencionado o si sus promesas y actuar parten del engaño propio (autoengaño) o el ajeno. No podemos afirmar ni desmentir categóricamente si la socialdemocracia en su conjunto se cree realmente sus propias promesas, o si por el contrario, esta retórica forma parte de una especie de juego maquiavélico para garantizar su propia supervivencia, y por el camino, para continuar garantizando los beneficios de gran parte de los monopolios. Por lo tanto, este juicio moral lo dejaremos a cargo del lector, e intentaremos centrarnos en las consecuencias prácticas de dichas acciones.

João Goulart con el PTB, Alan García con el APRA, Fernando Henrique Cardoso con el PSDB, Lula y Dilma con el PT y Pedro Castillo con Perú Libre lideraron proyectos en Perú y Brasil que intentaron tocar poder. Todos ostentaron durante más o menos tiempo el gobierno de sus países. Ninguno cumplió con los elementos centrales de su proyecto. De hecho, muchos de ellos dieron un giro drástico en su política para acabar desarrollando reformas más propias de la alternativa con la que decían querer acabar en sus respectivas campañas. El resto, por el contrario, encontraron resistencias tan incapacitantes dentro del propio Estado que creían liderar que no fueron capaces de formar los gobiernos tal y como los habían diseñado, o de implementar los cambios políticos centrales prometidos en campaña.

Quienes intentaron confrontar con lo que se reveló como poder real (caso de Pedro Castillo), descubrieron que el sistema tiene suficientes resortes a nivel legal para autopreservarse. Al fin y al cabo, la constitución vigente en Perú fue aprobada en 1993 por Alberto Fujimori; y donde la “Vacancia por incapacidad moral” es un concepto plenamente legal. En este sentido, cabe una pregunta lógica: ¿incompetencia o engaño? O bien no sabían dónde se estaban metiendo, o bien eran plenamente conscientes de los límites del sistema en sus respectivos países y ofrecieron una propuesta quimérica a su pueblo. Sea como fuere, el resultado es el mismo. La sensación de traición y estafa entre la clase obrera ante estas falsas expectativas supone una pérdida de confianza sobre “la izquierda” que acaba desplazando al proletariado a posiciones de derecha o directamente reaccionarias. La opción que algunos creían del mal menor, o del mal llamado voto útil, se acaba erigiendo como refuerzo en el apoyo popular a la retórica de la derecha. Como reza un antiguo proverbio chino: “Cuando la nebulosa se desvanece, el mal menor tiende a transformarse en el peor de los males.”

La tendencia a la reacción en el capitalismo

No se puede negar que en la época que vivimos hay un avance significativo de fuerzas reaccionarias y conservadoras. Sin embargo, desde un punto de vista más profundo y evitando sensacionalismos, podríamos afirmar que este fenómeno se trata de una tendencia “natural” del capitalismo derivado de los procesos intrínsecos del mismo.

En este sentido, Lenin analizaba cómo en la fase actual del capitalismo la economía tiende a la concentración y la centralización, algo que se mantiene vigente. Este proceso de monopolización en lo económico, tiene sus consecuencias en la superestructura política. En otras palabras, el Poder también se concentra cada vez en menos manos y se va desprendiendo de forma obscena de su fachada democrática.

De esta manera podemos entender mejor procesos de destitución de presidentes como Dilma o Pedro Castillo, que aún sin ser radicales sus propuestas, llevaron a este último a una cárcel en Perú. Caso similar al de Lula, que tras su mandato pasó algo más de año y medio en cárceles brasileñas.

Por eso, desde nuestro punto de vista, y sin negar que existan determinadas fuerzas que se puedan considerar fascistas (y sin restarles importancia), no existe un proceso global de fascistización, sino que como bien situaba Lenin, estamos ante el proceso “natural” del capitalismo en su fase monopolista, que tiende a la reacción en todas sus esferas, en vez de a la democracia.

Conclusiones

Tal y como matizaba Marx a Hegel, en el El 18 de brumario de Luis Bonaparte: “la historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”. Las primeras experiencias de Gobiernos progresistas (en un sentido aún más amplio si cabe) fueron una tragedia. Siendo extremadamente benevolentes podríamos achacarlos a la falta de experiencia histórica si aceptamos la polémica hipótesis de que fueron bienintencionados.

Sin embargo, los actuales Gobiernos progresistas y de izquierdas no constituyen más que una chapucera farsa de esos primeros intentos. Es más, teniendo en cuenta los números fracasos ya habidos, podríamos añadir a la cita de Marx que estamos ante una tercera, cuarta y quinta repetición de la historia, en la que ni siquiera la farsa es genuina, sino que nos encontramos ante una farsante caricatura de la farsa.

Así se explicaría que el nuevo Gobierno de Lula da Silva, después de haber sido encarcelado, vuelva con una composición más cercana a esos mismos carceleros.

No obstante, lo más trágico de todo tiene que ver con los quienes salen perjudicados de esta caricatura de la farsa: la clase obrera y el pueblo. Más de 60 asesinados en el Perú, aumento de la violencia y consolidación de la extrema derecha en Brasil, y en definitiva, mayor miseria y peores condiciones de vida y trabajo para la clase obrera en España, Brasil o Perú.

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