Editorial

En ocasiones el panorama mundial parece ponerse de acuerdo para indicar por dónde va a ir el futuro. Sin ambigüedades, con dolorosas certezas de caminos ya recorridos para la clase obrera de cualquier país del mundo. En las últimas semanas hemos visto arder las calles de Francia ante la aprobación por decreto de una reforma del sistema público de pensiones que aumenta la edad de jubilación dos años. En Estados Unidos, mientras tanto, un banco mediano quebró y a 2023 se le puso cara de 2008, pero con esos 15 años de vejez y achaques mal llevados. Unos días después fue un banco suizo el que alarmó bancarrota. Otros días después tembló ni más ni menos que el banco más grande de Alemania. Los temblores y derrumbes, nos dicen, son casuales. Pero cualquiera con dos ojos y un mínimo de memoria sabe que no es así, y que siguen sucediéndose. El terremoto que se avecina será de magnitudes desconocidas.

El capitalismo se prepara para ello. Lleva tiempo haciéndolo. El ataque a las pensiones que estos días ha levantado al pueblo y la clase obrera francesa, se comenzó a desarrollar en España hace ya más de una década; es triste comprobar que justo al mismo tiempo que arde París, se ejecuta la última vuelta de tuerca de la ofensiva contra las pensiones que llevó a la clase obrera de España a las calles hace años, y que finalmente el gobierno —con la inestimable colaboración de las cúpulas sindicales— consiga hacerlo sin el menor aspaviento social.

Mucha culpa —si no toda— de esta aquiescencia social ante ataques y recortes de derechos históricos la tienen aquellos que ofrecieron la vía parlamentaria como única posibilidad de acción para los trabajadores. Engañaban y lo sabían. Hoy se revuelcan en el barro de la política burguesa con la indecencia y la obscenidad de quienes ya no tiene nada que ocultar. Nadie, ni ellos, saben muy bien lo que saldrá de esta operación, al menos en términos electorales. En términos políticos, la pugna en el campo de la nueva socialdemocracia, entre el proyecto de Yolanda Díaz y el de Podemos sí deja algunas cosas claras: la principal, la inutilidad del voto de confianza a fuerzas que por más que se arroguen la representatividad de los trabajadores, demuestran en su práctica diaria —ahora también en el gobierno estatal— que gestionan el poder de los monopolios de la única manera que a la postre es posible hacerlo, contra la clase obrera y el pueblo en su conjunto.

En mayo se expresarán de la manera más evidente todas estas contradicciones en España, en el contexto de las elecciones autonómicas y municipales. La carestía de la vida será analizada por unos y otros sin que ninguno haga directamente responsable a un sistema criminal —el capitalismo— que se basa en la explotación de la fuerza de trabajo, y sin reconocer que la única solución real pasa por destruir y superar este sistema. Ocurrirá lo mismo con los debates sobre vivienda, sanidad o educación. Y también con aquellos sobre la precariedad laboral, remozada tras estos cuatro años de gobierno de coalición socialdemócrata, por una reforma que sanciona y moderniza los ataques de anteriores legislaciones.

El panorama mundial y el nacional proyectan, como decimos, un futuro terrible para los trabajadores, amenazando con una crisis segura y un horizonte de incertidumbres desoladoras. Una ansiedad ante el futuro que se expresa ya en el día a día de los trabajadores de España. Un viejo lema que se cantaba en manifestaciones decía: si nos niegan el futuro, habrá que darles duro. Nos lo están negando todo, ciertamente. Responder de manera organizada ante esta situación se vuelve una cuestión inaplazable.

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