Sobre las tareas del movimiento estudiantil y las lecciones aprendidas

Marzo de 2017 es la fecha de la ultima Huelga General Educativa en España. El Frente de Estudiantes, sindicato estudiantil que apenas entonces tenía dos años, fue la organización que la articuló. Los y las comunistas estuvimos a la cabeza de las movilizaciones, disputando la dirección de la convocatoria al programa burgués de reformas. Un año después, la moción de censura a M. Rajoy y la entrada de la socialdemocracia en el gobierno constataron la hegemonía de la pequeña burguesía y la aristocracia obrera sobre el movimiento de masas, que rápidamente replegó posiciones. La pandemia, en 2020, asestó el golpe definitivo.

Porque a organizar una huelga, un piquete, se aprende organizándolo; y es al calor de la lucha instintiva de la clase donde mejor se comprueba la validez revolucionaria o no de unas tesis políticas. Pero los lugares de encuadramiento del estudiantado, las universidades y los institutos, cerraron; y con ese cierre se cortaron también los canales de socialización entre las viejas y las nuevas generaciones de militantes. Toda vez que muchos de los que una vez fueran dirigentes del movimiento estudiantil ocupaban ya cargos en los Ministerios, las viejas formas organizadas se descubrieron también incapaces de hacer frente a la nueva coyuntura; y, todo sea dicho, ante esa incapacidad replegaron también posiciones: desaparecieron en la comodidad de la inacción.

Pero la realidad es contradictoria. A pesar de la hegemonía pequeñobuguesa que caracterizó el ciclo anterior, allí donde la estrategia leninista pudo actuar en mejores condiciones la clase obrera se hizo fuerte. El acierto del movimiento estudiantil, de su parte más consciente y avanzada, al haber generado, en 2015, una estructura unificada estatalmente permitió que perviviese una masa de estudiantes organizados, que aprendieron de la experiencia colectiva acumulada —a través de su organización y unificación política— y que supieron ver que no había que resistir, que no había que esperar: que había que estudiar y entender la coyuntura de la lucha de clases y adecuar el golpe de dirección a lo que estaba pasando. Organizar al sector más combativo del estudiantado en una coyuntura de repliegue de la lucha de masas era una exigencia absoluta. Así se hizo; y gracias a ese trabajo, en el que de nuevo los comunistas estuvimos a la cabeza, el estudiantado tiene hoy una herramienta más capaz de organizar y orientar la lucha de cada vez más jóvenes.

Hoy, no obstante, al calor de un ligero cambio en los vientos de la lucha de masas, reaparecen oportunamente las viejas formas y programas revestidos de novedad. Viejos programas que, de nuevo, comprobarán —tiempo al tiempo— sus limitaciones al calor de la práctica política. Las conclusiones aprendidas del ultimo ciclo de movilización, la superación de sus limitaciones en una estructura unificada, enraizada en la cotidianidad del estudiantado y por tanto democrática, con orientación revolucionaria… no pudieron, después de marzo de 2017, y por haber nacido el Frente de Estudiantes en el ocaso del ciclo anterior, explorar todo el potencial de amplificación de su propuesta. Hoy, sin embargo, es posible: es posible si las conclusiones políticas que están ya sobre papel se vivifican y demuestran su validez en cada universidad, en cada instituto, en cada centro de estudios. Para eso no hay tiempo que perder, porque de lo que se trata es de encarar este nuevo ciclo demostrando que el movimiento de estudiantil ha aprendido de sus errores, tiene claros sus objetivos y se ha dotado de las herramientas y formas organizativas para hacer de ellos una realidad.

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