Editorial

La clase obrera mundial celebra un nuevo Primero de Mayo entre el sonido de los tambores de guerra y el de las tijeras gubernamentales preparándose para recortar condiciones y derechos. En el contexto de crisis capitalista en el que nos encontramos, se agudiza la contradicción de intereses entre la clase obrera y el gran capital; sin embargo, en nuestro país esa intensificación del conflicto de clase está generando más crispación y resignación que combatividad y organización.

El principal hecho innegable con el que llegamos al Primero de Mayo en España es que la tasa de explotación sobre la clase obrera ha aumentado de manera continua y aguda en los últimos años. Algo que aunque traten de difuminar con propaganda y estadísticas interesadas, percibimos en nuestra realidad cotidiana. Durante el 2022 los precios aumentaron de manera vertiginosa, cerrando el año con una inflación media del 8,4%, casi el triple de lo que aumentó en 2021 (3,1%), y un récord desde la década de 1980. La inflación, que es una herramienta propia del capitalismo para mantener beneficios en aumento, golpea en todos los ámbitos de nuestra vida, comportando una devaluación del salario que percibimos por trabajar, por vender nuestra fuerza de trabajo. Según el Índice de Precios del Trabajo elaborado por el INE, los salarios por realizar el mismo trabajo acumularon una pérdida de poder adquisitivo desde 2008 hasta 2020 del 6,4%, una vez descontada la inflación. Entre 2008 y 2022 el salario está aproximadamente un 12,6% por debajo en términos reales.

El contexto de crisis ha generado no solo la agudización de las contradicciones interimperialistas, amenazando con el conflicto generalizado que supondría la miseria y el sufrimiento de los pueblos; también ha provocado una amplia ofensiva del capital contra la clase obrera. Una guerra de desgaste, progresiva, diaria, que se está llevando a cabo en nuestro país entre un triste silencio.

Los datos parciales y aislados que proclama el Gobierno para poder lucir alguna estadística apenas alcanzan a maquillar la realidad de su gestión, objetivamente incapaz de superar el marco político del capital, es decir, de moverse más allá de los márgenes de posibilidad en un momento de crisis y ante la urgencia de los monopolios de remontar ganancias. Lo que se vende como mejoras sustanciales no pasan de migajas que facilitan la entrada de nuevos mecanismos de explotación, fundamentalmente del trabajo a demanda.

Durante la legislatura, el gobierno de coalición ha emprendido un conjunto de reformas de actualización del capitalismo español. La celebración de la CEOE, la UE, y otras instituciones de algunas de sus medidas -como la reforma laboral o la reforma integral del sistema educativo- dan cuenta del éxito de un programa de actuaciones que, básicamente, ha facilitado la extracción de plusvalía de los trabajadores. La reforma laboral ha dejado intactos aspectos tan lesivos como la facilidad de despido y solo ha introducido cambios nominales en las modalidades de contratación. Aunque pueden puntualmente lucir datos como la caída de la tasa de eventuales del 25% al 18% en un año, el conjunto de la medida y de su implicación en el mercado laboral español dentro de las tendencias actuales nos arrojan otros datos como la caída de la duración media de los contratos de 53 días en 2021 a 48 días en 2022, o duración de un mes o menos del 40% de los contratos celebrados el año pasado. Siguen existiendo 3 millones de parados en España, que no pueden ser absorbidos ni a través de las nuevas vías de trabajo temporal y a demanda. Esto, sumado a esa devaluación salarial y dificultades de vida como el acceso a la vivienda, dibujan un panorama de existencia precaria que se extiende como una sombra cada vez sobre más trabajadores.

La quietud y la resignación que empapan la respuesta social general a estos ataques frontales en España ha contrastado con las imágenes que hemos recibido estos meses desde Francia, cuyas calles hemos visto arder ante la aprobación por decreto de una reforma del sistema público de pensiones que aumenta la edad de jubilación dos años. En nuestro país vemos conflictos locales y sectoriales, dignas luchas por el salario y contra la violencia patronal en diferentes sectores y empresas, pero aislados y fuera de la línea de acción sindical de los principales sindicatos. El constreñimiento de la capacidad movilizadora actual del movimiento obrero y sindical al programa de actuación diseñado por las cúpulas sindicales y el Ministerio de Trabajo es lo que marca el hecho diferencial entre ambos países.

Es precisamente una de las ministras que más protagonismo ha tenido en las reformas clave de este Gobierno quien encabeza ahora el enésimo proceso de reconstrucción del espacio socialdemócrata: Yolanda Díaz. SUMAR trata de configurar un espacios de conciliación y coordinación electoral de las familias de la nueva socialdemocracia, buscando garantizar un sector del voto que irá directamente destinado, en la mejor de sus previsiones, a un nuevo gobierno del PSOE. Esto es todo lo que tiene que ofrecer a la clase obrera la socialdemocracia: un nuevo e ilusionante proyecto que hará lo mismo que ya hemos vivido y sufrido en nuestras carnes durante los últimos años.

Transitar de nuevo los callejones sin salida de la socialdemocracia es perder un tiempo valiosísimo para recomponer el movimiento obrero y revolucionario en España. El PCTE quiere poner en primera línea del debate este Primero de Mayo la necesidad de que la clase obrera articule una lucha y una organización clasista, independiente. Hacernos de nuevo fuertes en nuestros centros de trabajo, en las fábricas, en las oficinas, en los barrios… volver a estructurar un tejido organizativo que es la mejor garantía de resistencia, de recuperación de poder y de verdadera esperanza por un futuro distinto. Este camino es, indudablemente, un camino más difícil, más lento, pero ya se ha perdido mucho confiando en las opciones de un capitalismo “menos malo” y en la sempiterna alternativa novedosa de la izquierda del capital.

Hay que romper con las lógicas pactistas y reformistas, con quienes quieren mantenernos sumisos mientras nos desesperamos en una vida que para los trabajadores, como rezaban las consignas de las movilizaciones en Francia, no va más allá del “metro-curro-tumba”. Hay que asociarse, organizarse con nuestros compañeros y compañeras de trabajo, con nuestros vecinos, utilizando todas las herramientas a nuestro alcance, no renunciando a nada: hombro con hombro, clase contra clase.

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