Sobre la inutilidad del “voto útil” y el papel del Partido Comunista en las elecciones

«Está muy bien lo que decís, pero no voy a tirar mi voto».

Se avecinan elecciones. Con las generales en el horizonte, previstas para final de año, este mes se celebran las municipales y las autonómicas en varias comunidades. De forma recurrente, incluso con sorna o reproches desde algunos flancos, se nos interpela a los comunistas: ¿por qué os presentáis a las elecciones burguesas, si rechazáis este sistema? ¿Por qué os presentáis por vuestra cuenta, si no vais a conseguir ningún representante, en vez de contribuir a lograr “la unidad de toda la izquierda”? Ante el ascenso de la extrema derecha, ¿no haríais mejor en no “dividir el voto”? Elección tras elección, las y los comunistas nos encontramos con este tipo de incomprensiones o recriminaciones. En un año electoral como este, conviene recordar, en clave histórica, la importancia de la independencia del partido comunista y de qué manera abordamos la batalla en el terreno electoral.

Hay quienes se preguntan por qué los comunistas nos presentamos a las elecciones en un sistema que queremos derrocar. Lo que nos enseñó el leninismo, la teoría consecuentemente revolucionaria para el capitalismo contemporáneo, es que debemos emplear toda herramienta de lucha que esté a nuestro alcance siempre y cuando sirva a nuestro objetivo fundamental, es decir, en la medida en que esa herramienta nos acerque, en última instancia, a llevar a la clase obrera a tomar el poder para derrocar el capitalismo y empezar a edificar la sociedad socialista-comunista. ¿A día de hoy las elecciones pueden contribuir a ese objetivo? Sí, en un doble sentido: por un lado, porque en periodo electoral suele haber una mayor predisposición por parte de la ciudadanía a escuchar las propuestas de los partidos políticos. Por otro, porque se dan algunas facilidades prácticas para desarrollar ciertas tareas políticas. De esta manera, la propuesta comunista puede encontrar en esas fechas un mayor eco entre la clase obrera y los sectores populares.

Ahora bien, toda vez que contemplamos participar en las elecciones, resulta igual de importante preguntarse en qué medida ese altavoz puede contribuir a nuestro objetivo central, cuánto nos acerca; en otras palabras, cuánta relevancia debemos otorgarle en relación con el resto de tareas partidarias. Si sobredimensionamos la importancia de las elecciones, podemos cometer el error de perder de vista el fin último del movimiento y desatender otras labores prioritarias que nos conduzcan a este. La historia del comunismo presenta numerosos ejemplos.

Sin irnos lejos ni demasiado atrás en el tiempo, el viraje político-ideológico que llevó al PCE a abrazar el eurocomunismo conllevó, entre otros elementos, un cambio en la consideración sobre las contiendas electorales. Si el objetivo político ya no es la toma del poder por parte de la clase obrera, si se acepta la democracia burguesa como marco de lucha política, si se busca “conquistar” sus instituciones y gobernar desde ellas para, supuestamente, encaminarse hacia el socialismo, lo electoral pasa a ser de máxima importancia.

El PCTE no incurre en esa tergiversación del marxismo; la toma del poder por la clase obrera sigue siendo a día de hoy el objetivo fundamental. Para ello, las elecciones pueden suponer un apoyo puntual, un paso más, pero ni mucho menos sustituyen las tareas prioritarias: intervención política diaria entre la clase, en sus centros de trabajo y sus barrios, en el movimiento obrero y sindical, lucha ideológica por diversos medios para aumentar la conciencia de clase y difundir la idea de la necesidad del socialismo-comunismo… Todo ello, además, porque las elecciones, sus fechas, sus ritmos y sus debates no dependen del Partido; en cambio, las tareas enunciadas sí están en nuestras manos.

Por último, una vez que hemos determinado cómo concebimos las elecciones y cómo las enmarcamos en el trabajo general, nos faltaría abordar cómo damos la batalla, con qué objetivos. El Partido Comunista participa en las elecciones de una forma radicalmente distinta a los partidos burgueses: ellos aspiran a gobernar y gestionar este sistema; nosotros, a derrocarlo. En cada elección, nuestro objetivo fundamental es doble. Por un lado, poner encima de la mesa los debates que evidencien las contradicciones del capitalismo: hacerle ver a la mayoría trabajadora que es un sistema incompatible con la vida humana y la preservación del planeta y que, por ello, necesitamos un desarrollo económico, político y social distinto. Por otro lado, fortalecer al Partido para futuras batallas: lograr nueva militancia, aumentar el número de simpatizantes; en definitiva, ampliar su grado de influencia en la sociedad y multiplicar sus capacidades.

Así, con ese doble objetivo en mente, y desde la actual situación de debilidad o incluso desconocimiento de la sigla comunista, se impone una primera tarea: romper con el “teatro” electoral, con la escenificación que se hace de supuestas grandes disputas y discrepancias. En el día a día, y machaconamente cuando se celebran elecciones, los partidos y los medios de comunicación de la burguesía, desde los más reaccionarios hasta los de barniz más progresista, difunden la idea de que las distintas opciones políticas se ubican en un espectro izquierda-derecha. Tras ese esquema se esconde una verdad que unos y otros intentan disimular y que ocasionalmente, con según qué coincidencias y acuerdos, resulta más evidente a ojos de la mayoría: que todos ellos son defensores del modo de producción capitalista. Todos defienden un sistema que, antes o después, con mayor o menor virulencia, condenará a la mayoría trabajadora a un deterioro de sus condiciones de vida y de trabajo. La gestión de un partido u otro no altera esencialmente el rumbo general del sistema capitalista, y los hechos hablan a las claras, por mucho que algunos, en la “izquierda” del espectro, se erijan en garantes de los intereses de la mayoría obrera y popular y pretendan maquillar la miseria que provoca el capitalismo poniéndole tiritas y parches.

Nadie en el debate público, ni en las encuestas electorales previas ni en las cábalas posteriores para la formación de gobiernos, cuenta con una opción política que busque derrocar el capitalismo y construir una sociedad diferente. Las y los comunistas representamos esa opción, esa necesidad. Los altavoces de la burguesía atruenan que el sistema socioeconómico es el que es y que el debate gira en torno a qué rumbo debe tomar, si más por aquí o por allá. En todo caso, los márgenes son estrechos. El partido comunista defiende una senda alternativa, una posibilidad que es real, aunque nos intenten convencer de que no, tratando de ridiculizarla o atacarla.

Frente a esa falsa sensación de elegir entre opciones diferentes, las y los comunistas llamamos a la mayoría obrera y popular a dejar de confiar en partidos que representan a otras clases sociales y pasar a confiar en las fuerzas propias, a mantener un criterio de clase independiente. ¿Qué conseguiríamos con ello? En primer lugar, se socavaría el apoyo mayoritario a los principales partidos, restando así legitimidad al dominio burgués. En segundo lugar, como decíamos antes, pondríamos sobre la mesa las verdaderas necesidades de la mayoría trabajadora, la que produce toda la riqueza: se trata de situar en el debate público los debates de fondo, los que ponen al descubierto las limitaciones y contradicciones del capitalismo. ¿Reforzar el parque público de viviendas o expropiar los millones de casas vacías hoy en manos de grandes fondos de inversión? ¿Bajar el IVA de los alimentos o intervenir los beneficios astronómicos de los grandes supermercados? ¿Crear bonos sociales para hogares vulnerables o expropiar a las eléctricas sin indemnización?

Hoy en día parece quimérico tener las fuerzas suficientes para resolver a nuestro favor esos interrogantes. Para poder anteponer los intereses de la mayoría trabajadora a los beneficios de un puñado de ricos, se necesita un movimiento obrero y popular mucho más masivo y combativo, que confronte cada ataque de la burguesía, con un partido comunista a la vanguardia capaz de orientar la lucha política de la clase y vincular cada pequeña conquista con la estrategia general hacia la toma del poder. Y ahí, las elecciones son tan sólo un paso más.

Por todo ello, el partido comunista valora la cantidad de votos recibidos únicamente como expresión del grado de reconocimiento y apoyo que tiene entre la mayoría trabajadora. Sobre todo, a día de hoy, cuando han pasado varias décadas desde que una sigla comunista con un arraigo significativo en el campo obrero y popular se presentase de forma directa e independiente a las elecciones.

A lo largo de los próximos meses, asistiremos en “la izquierda” a una situación al calor de la cual bien podría haber escrito Marx su famosa frase «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa». Podemos intenta salvar los muebles mientras ve cómo Sumar, la enésima nueva careta que prueba la socialdemocracia a la izquierda del PSOE, le hace una jugada similar a la que no hace ni una década llevó a cabo frente a Izquierda Unida, y con un discurso aún más insulso y hueco ideológicamente.

Desde Izquierda Unida en su día hasta Sumar, pasando por Podemos, Unidas Podemos o Más País, sin olvidarnos de fuerzas como Bildu o ERC, representan a día de hoy, en el fondo, lo mismo: un sostén del PSOE. Estas organizaciones presentan como una gran hecatombe la posibilidad de que gobierne “la derecha”, por lo que coaligarse con el PSOE sería hoy una necesidad. Sus promesas, sus programas y, lo más importante, las medidas que implantan buscan hacer del capitalismo un sistema menos malo.

A diferencia de todas esas formaciones, hemos visto de qué manera se dirige el partido comunista a la clase obrera y los sectores populares en unas elecciones. Llegados a este punto, surge aquí la gran trampa contra la que las y los comunistas debemos luchar: el mal menor y la “utilidad” del voto que defienden las formaciones en la “izquierda” del espectro. Si la presencia en gobiernos es la que permite implementar medidas en favor de la mayoría social, si las elecciones son las batallas principales porque dirimen quiénes gobernarán, si la “derecha” es el gran peligro… parece lógico que haya que votar a la formación “de izquierdas” que en cada momento esté en disposición de sumar más diputados y concejales. La historia nos demuestra, sin embargo, que el poder no descansa en los parlamentos, sino en los consejos de administración de las grandes empresas, que el supuesto mal menor siempre acaba llevando a males mayores y que el voto útil es útil para que algunos gobiernen y, de paso, vivan bien, mientras la mayoría trabajadora apenas “va tirando”.

Al margen de las instituciones burguesas, debemos reforzar día a día el movimiento revolucionario, y eso no lo expresa un mayor o menor apoyo electoral. Sí es determinante, en cambio, que elección tras elección sigan obteniendo apoyos las fuerzas socialdemócratas como supuestos representantes de los intereses de la mayoría trabajadora. Las traiciones de la socialdemocracia, su incapacidad para lograr un gran impacto positivo en las vidas de la mayoría, chocan con fuerza contra las grandilocuentes promesas que lanzan en cada campaña electoral y llevan a muchas y muchos al desencanto y la desafección. Esto, a menudo, se traduce en posturas abstencionistas o virajes hacia posiciones reaccionarias. Por el camino, además, apaciguan los ánimos de lucha y contribuyen a la desmovilización general, con la connivencia de las cúpulas sindicales y sus lógicas del pacto social. ¿Dónde queda entonces el voto útil?

Frente a las trampas, el único voto realmente útil para la mayoría trabajadora es aquel que nos acerque a vislumbrar el final del sistema capitalista. El PCTE es el partido que trabaja con ese objetivo en mente no sólo en las citas electorales, sino cada día, con el esfuerzo y la abnegación de su militancia. La verdadera batalla no se libra el 28 de mayo, sino a diario, en nuestros centros de trabajo, en nuestros barrios, en el sindicato y en las calles, construyendo un futuro vivible frente a la barbarie capitalista.

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