Pedaleando o picando código: somos la clase obrera

Hace ya unas semanas me topé con un anuncio en redes sociales que llamó mi atención, entre otras cosas, por el curioso uso de memes populares y la promesa de una jubilación a los 30 años. Comido por la curiosidad, decidí hacer algo que nunca había hecho: hice clic en el anuncio. Y, gracias a eso, descubrí que la uberización había llegado finalmente al desarrollo de software.

No voy a dar el nombre de la compañía. Limitarnos a decir que su forma de funcionamiento la conoce ya todo el mundo. Uno se da de alta en su plataforma como programador freelance, y se le asignan proyectos con diversos clientes, en los cuales se trabaja por objetivos. Un esquema de sobra conocido, en el que en lugar de comida rápida lo que entregas son líneas de código, y la plataforma se limita a ser un mero «intermediario» entre profesionales independientes y clientes. Y todos sabemos en lo que acaba derivando: falsos autónomos, explotación y ritmos de trabajo inasumibles, mientras que se vende la verborrea de ser un paradigma laboral completamente innovador, estando en realidad bastante cercano al trabajo a destajo de antaño. El que redacta estas líneas no es ajeno a estos procesos de uberización, uberización que afecta a cada vez más sectores. Lo que me impactó fue el hecho de ver la fórmula mágica repetida casi con exactitud en mi propio gremio, al que, siendo sinceros, pensé que le quedaba tiempo hasta ser infectado.

Pese a todo, el mundo del software, tan supuestamente innovador y alejado de las dinámicas laborales clásicas (gracias a los esfuerzos propagandísticos de Silicon Valley), sigue practicando la misma explotación de siempre. Reflejo de esto es  la última negociación del convenio colectivo de las consultoras, cuya patronal ha puesto sobre la mesa que se pueda llegar a jornadas de trabajo de hasta 12 horas. Para aquellos familiarizados con las dinámicas de estas empresas, apodadas como «cárnicas», este desarrollo no debería ser sorprendente. No sólo son habituales estas jornadas maratonianas de forma extra-oficial cuando se acercan fechas de entrega de proyectos, sino que además estas prácticas (coger el mayor número de proyectos posibles, a precios de risa, y para antes de ayer) han conseguido que el mercado del software español esté plagado de basura, de programas de baja calidad y pésima funcionalidad. Sin olvidar que muchos proyectos de empresas privadas han sido financiados con dinero público.

Esto no es algo casual. Dentro del capitalismo, la tasa de ganancia del capitalista tiende a decrecer con los avances técnicos, y la única manera de contrarrestar este fenómeno es la actuación sobre el capital variable, o, dicho de otra forma, sobre la fuerza de trabajo. Desde que el postfordismo nos trajera nuevos paradigmas productivos, tales como el toyotismo o la producción just in time, se han ido buscando las más ingeniosas estrategias para maximizar la explotación del obrero, llegando al punto al que nos encontramos hoy. En el ejemplo de las consultoras, lo que se busca no es otra cosa que ajustar lo máximo posible la jornada laboral a los ritmos que estas mismas compañías han impuesto en la industria: desarrollos a la carrera, dando igual el resultado, siempre que se puedan cumplir los absurdos plazos para cobrar el contrato, y una vez terminado uno, pasar al siguiente.

Esto me asquea de dos formas diferentes. Por un lado como trabajador, al ver cómo las condiciones de trabajo y vida de mis compañeros, y por extensión las mías propias, se van empeorando a pasos agigantados. Pero también como ingeniero de software, como profesional de la informática, me asquea ver cómo la maximización de beneficios ha hecho que el programar y entregar programas mediocres se ha vuelto la norma.

Finalmente, y volviendo a la cuestión de la uberización, es necesario señalar una cosa. La mayoría de las empresas insignia de esta práctica (la propia Uber, Glovo, AirBnB, &c.), se definen a sí mismas como empresas tech. No hay duda de que el software es un elemento indispensable para las compañías insignia de la uberización. Sin en el actual desarrollo de las fuerzas productivas en el ámbito digital sería del todo imposible la coordinación de todos los proveedores independientes, de los clientes y de los algoritmos que, contrariamente a lo que se quiere vender, lejos de ser neutros son una pieza complejísima de ingeniería diseñada expresamente para la maximización de la productividad, a expensas del trabajador.

Y eso nos lleva a su vez a otro punto importante. Ese software, clave en el modelo de negocio de estas empresas, ha sido creado por alguien. Todas estas empresas tienen a su vez en nómina a un importante equipo de programadores, arquitectos e ingenieros que han creado y mantienen todo ese sistema. Trabajadores sobre los que nunca se discute, pues la explotación de riders y otras figuras similares eclipsa lo demás. La vieja y manida dicotomía entre trabajador de cuello azul y de cuello blanco se replica en estas empresas. Esta es una división que debe romperse, el programador de Glovo debe considerarse a sí mismo el igual del rider, siendo tarea de los comunistas señalar lo que les une.

Ya sea pedaleando, ya sea picando código, o ya sea cualquier otra actividad, somos parte de una misma clase, sujeta a la misma explotación y a la misma miseria a la que nos condena el capitalismo. Solo construyendo la solidaridad entre todos los sectores de la clase conseguiremos superar el sistema que nos oprime.

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