Editorial: La barbarie desatada

Decían que sería una crisis en ‘V’, allá por el confinamiento de la primavera de 2020, si lo recuerdan: una brusca caída de la actividad económica seguida de una rápida recuperación. Saldríamos todos juntos cogidos de la mano, decían, con aquel mantra de “nadie se va a quedar atrás”. No hubo una recuperación tan rápida como prometieron, sí hubo quienes se quedaron atrás y lo que también hubo fueron miles de millones de euros de recursos públicos destinados a que no se paralizase el consumo, a que la rueda siguiese girando; a salvar, en definitiva y principalmente, a las grandes empresas. Ayudas que durante más de tres años han vendido como “escudo social”, mientras las grandes empresas iban pulverizando récords de beneficios en 2022 y 2023. La guerra de Ucrania y otros acontecimientos hicieron que ciertas medidas para estimular la demanda se alargasen, pero hoy ya va siendo hora, nos dicen, de cortar el grifo, de facilitarles la vida a las empresas y de poder empezar a abordar el pago de la deuda, que no ha dejado de engordar. Vienen curvas, agárrense.

Las curvas significan, siempre en las cíclicas crisis del capitalismo, duros ataques contra las condiciones de vida y trabajo de la mayoría trabajadora, pues intensificar la tasa de explotación de la clase obrera supone la vía más sencilla, en ausencia de un fuerte movimiento obrero y popular que lo impida, para que las empresas mantengan o aumenten sus beneficios. Ahí estará presto un nuevo Gobierno socialdemócrata, si finalmente se reedita, para aplicar estas recetas con mucho diálogo y mucha paz social en las calles.

Mientras debamos estar atentos a en qué se traduzcan esos fondos europeos (que nunca fueron gratis, pese al triunfalismo de Sánchez en aquella negociación), miramos al mundo con desesperanza. En la fase imperialista del capitalismo, corremos el riesgo de asumir la proliferación de guerras por doquier como algo natural. Por desgracia, la masacre que está sufriendo estos días el pueblo palestino incluso “consigue” sacarnos de esa naturalización por sus dimensiones tan bárbaras: se cuentan por miles los asesinados y desaparecidos (en un elevado porcentaje, niños y adolescentes) y por cientos de miles los desplazados, a los que Israel bombardea vayan donde vayan, mientras “la comunidad internacional”, que tardó suspiros en condenar la invasión rusa y lleva más de año y medio alimentando la guerra con su apoyo armamentístico a Ucrania, se divide entre apoyar sin fisuras a Israel o pedirle, tímidamente, que respete el derecho internacional y “las reglas de la guerra”. Presenciamos la barbarie en directo y barbáricas son, en realidad, la ocupación sistemática que sufre la población palestina y la violación flagrante de los derechos humanos que comete cada día el Estado sionista de Israel desde hace setenta y cinco años.

El Gobierno de coalición ostenta el dudoso honor de haber batido el récord en gasto militar. Alumno aventajado en la OTAN, Pedro Sánchez ha sido entusiasta defensor de aumentar el apoyo militar y armamentístico a Ucrania. La parte supuestamente más progresista del Gobierno progresista pretende alzar su voz y hacer de oposición en el seno del Gobierno, pero consejo de ministros tras consejo de ministros avala con sus firmas las escaladas belicistas en todo el mundo a las que dice enfrentarse. A la izquierda del PSOE, el cinismo alcanza proporciones vergonzantes.

Ahora mismo, todas las miradas se posan en Palestina, y poca tinta le dedican ya los periódicos a Jennifer Hermoso. Una vez más, en la cotidianeidad, una mujer se enfrenta al arduo proceso judicial tras haber sufrido una agresión, sumado ese trance al difícil proceso psicológico de la culpa y el remordimiento. Estamos en noviembre, mes en el que se escribirá mucho sobre violencia de género, pero pocos abordarán la raíz del problema, más allá de reparar en sus consecuencias. La concentración de asesinatos machistas (en vertiginoso y alarmante aumento en 2023) en pocos días o semanas viene siendo abordada por el Gobierno en “comités de crisis”. Semblantes serios y promesas de solventar las deficiencias y destinar más recursos, pero a la hora de la verdad, la misma historia de siempre: servicios de atención externalizados, precariedad de las trabajadoras e incapacidad e impotencia para proteger y reparar a las víctimas. Y una gran ausente: la prevención. Las palabras no bastan, y bien lo saben cada una de las mujeres asesinadas o aquellas que no denuncian (y siguen viviendo con el riesgo y miedo constantes) porque saben o intuyen que el sistema no está de su lado.

La barbarie avanza ante una parálisis generalizada. La cantinela se repite prácticamente desde que en enero de 2020 echase a andar el Gobierno de coalición: una contienda escenificada e hiperbolizada. De un lado, quienes desde la reacción han cargado contra el Gobierno sin cesar, lo han tachado de «social-comunista» y no han dejado de pintar a Sánchez como un perverso dirigente con un malévolo plan para acabar con España. Del otro lado, el propio Gobierno y sus socios, que, por enfrentarse en la tribuna parlamentaria a una reacción histriónica, lo han tenido fácil para erigirse en poco menos que defensores de los vulnerables y los oprimidos. Ahora que puede reeditarse un Gobierno de coalición, nos asomamos a otra posible legislatura en la que siga sonando en bucle la misma canción. Lo que puede introducir una nota discordante en esta monótona partitura será el fortalecimiento de la alternativa: el proyecto comunista, que, ante la barbarie desatada que todos ellos defienden, oponga el germen de una sociedad nueva y lo haga fortaleciendo un movimiento obrero revolucionario que se enfrente a cualquier gobierno capitalista, de uno u otro signo.

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