Políticamente (in)correctos

Eso de la (in)corrección política es una de las cosas más infantiles que ha parido madre. Ya no es sólo que se trate de la enésima moda importada del estercolero político yanqui, sino que además es un camelo para incautos y una cobertura gritona de posiciones completamente funcionales al mantenimiento de la explotación capitalista.

El caso del argentino Milei es la última muestra, pero por estos lares tenemos ejemplos varios, más o menos conocidos por el gran público, de ese mismo enfoque político-comunicativo. Un enfoque que, todo sea dicho, ofrece ciertos resultados en lo inmediato y que, por ello, va a seguir presente durante una buena temporada.

No será aquí donde se acuse de «populismo» a nadie, aviso. Es un término tan gastado y tan vacío ya que no vale para nada, de la misma manera que valen para poco otras etiquetas como «facha» o «progre». Lo posmoderno ha entrado tanto en la cocina que ya no se utilizan los términos para identificar una posición política concreta a partir de hechos objetivos, sino para etiquetar en positivo o negativo y generar rechazo o adhesión en un auditorio determinado. La cosa aquí no va de etiquetar, sino de describir.

Milei es, por ahora, el último eslabón de la cadena de sujetos que, desde diversas procedencias, han construido un personaje que se erige, con exabruptos, performances y poses, en supuesta voz del pueblo mientras promueve intereses contrarios a ese pueblo. Por ejemplo, con promesas como terminar con una «casta» difusa que sirve lo mismo para un roto que para un descosido, que unas veces hace referencia a otros políticos burgueses, otra a los titulares de ciertos monopolios con estrechas relaciones con el aparato estatal y otras a lo que a usted le dé la gana, pero le caiga mal. Una «casta» que, por cierto, jamás hace referencia a la clase social propietaria de los medios de producción, sino, como mucho, a alguno de sus miembros tomado individualmente.

Llamar casta, rojo, progre, facha o posmoderno a todo cristo es ahora rentable políticamente porque, entre otras cosas, consigue distraer la atención de una realidad que es cada día más desesperante para la mayoría de la población. A modo de espectáculo de masas, nos distraemos de nuestra mierda de condiciones de trabajo y de vida viendo cómo otros escupen bilis contra cualquiera que nos caiga un poquito mal y dejándonos llevar hacia la convicción de que los culpables de nuestra situación son casi todo el mundo excepto los que de verdad lo son.

De ahí que la (in)corrección política sea la forma más elaborada, en estos momentos, de la absoluta funcionalidad a la conservación de la explotación capitalista y de nuestras condiciones de mierda en la vida y en el trabajo, porque hasta ahora no ha habido ni uno solo de esos que hacen bandera de la incorrección política que haya dicho que el culpable de nuestra situación es nuestro patrón, y no el que está tanto o más jodido que nosotros.

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