Una cuesta de enero permanente para la clase obrera

Estas pasadas navidades hemos visto cómo los centros de las grandes ciudades se llenaban de gente hasta la bandera. Las luces navideñas que pretenden estimular el consumo en estas fechas se encienden ya con el Black Friday tratando de apelar a nuestro consumo como si fuésemos mosquitos. Pasado el día de Reyes, no tardarán en cambiar los escaparates por San Valentín, y así se sucederán las fechas en las que calendarizar picos de consumo.

No obstante, quien haya caminado por esos mismos centros de las ciudades habrá podido observar un fenómeno tan natural como sintomático: los caminantes miran los escaparates, se dan una vuelta por las tiendas, se prueban algunas cosas o imaginan cómo quedarían algunos artículos en las casas, se paran a tomar una caña o un chocolate con churros, pero midiendo cada gasto al máximo, porque por más luces y reclamos publicitarios que paseen ante nuestra mirada, los salarios dan para lo que dan.

El incremento del IPC desde enero de 2020 –fecha en la que estrenamos el flamante Gobierno más progresista del mundo– hasta octubre de 2023 ha sido de un 17 %. A este incremento de los precios de la cesta de la compra hemos de añadirle uno de los gastos principales que caen como una losa sobre los hombros de nuestra clase, la vivienda. El Euribor ha alcanzado este año un 4,16 % desde el tipo negativo (-0,253%) en que se encontraba en enero de 2020. Estos datos porcentuales suponen un incremento acumulado de unos 400 € mensuales de media para el pago de la hipoteca, lo cual somete a un estrangulamiento económico a aquellas familias trabajadoras que hubieran podido pagar la entrada de un piso. Para aquellas que no pueden llegar ni a eso, tenemos alquileres desorbitados que están en máximos históricos en términos medios, tras haber subido desde 2014 un 63% (de 7,1 a 11,6 € por metro cuadrado).

Los salarios, por el contrario, no han crecido ni remotamente al nivel que lo han hecho los precios, provocando así la pérdida de poder adquisitivo y el empobrecimiento de mayores capas de trabajadores. El salario medio desde que la socialdemocracia, la vieja y la nueva, consumó su pacto de gobierno se ha incrementado de 2.088 euros brutos mensuales hasta los 2.128 en 2022, lo que supone un aumento del 1,92 %. Tengamos en cuenta, no obstante, que se trata de una media; el salario más habitual entre los trabajadores de nuestro país se sitúa en los 1.542 € en este 2023. Señalemos la existente brecha de género, además, que afecta especialmente a las mujeres trabajadoras para poder ofrecer una pincelada de la realidad a base de estadísticas.

Resultan tremendamente hipócritas las posiciones que desde el Gobierno, con la necesaria colaboración de las cúpulas de las grandes centrales sindicales, nos intentan pintar una realidad distinta, apuntalada con unas ayudas al consumo para garantizar que al final el dinero llegue a las grandes empresas; los receptores de ayudas se convierten, realmente, en meros intermediarios para que algunos puedan subir al atril hablando de escudo social. El retroceso del peso de los salarios en la renta nacional es a todas luces evidente con observación y percepción subjetiva, pero también tirando de datos y estadística. En 2008, el peso de los salarios en la renta nacional era del 50,51 %, por el 44,28 % de los beneficios empresariales, mientras que en 2022 estos porcentajes son un 46,87 % y un 43,20 %, respectivamente.

A nuestra pérdida de poder adquisitivo y nuestras dificultades para acometer los gastos del día a día las acompaña una sucesión de noticias sobre beneficios récord de las grandes empresas de nuestro país, que mientras explican sus mareantes cifras de negocios –sustentadas en la explotación de nuestro trabajo– piden sin rubor nuevas medidas que les permitan aumentar más dichos beneficios por la vía de reducir los costes de la fuerza de trabajo. También se revuelven contra cualquier atisbo o intención –lo poco que ofrece la pata de gestión socialdemócrata de este sistema– de intervenir sobre estas ganancias.

Podemos gritarle a la televisión, tirar el periódico a la basura, reenviar con enfado por whatsapp noticias sobre lo indignante de nuestra situación; podemos lamentar que a nuestra compañera de curro le han vuelto a cortar la luz, que en nuestro bloque de viviendas otra familia es desahuciada por no poder pagar el alquiler; podemos quejarnos en la barra de cualquier bar; podemos seguir observando cómo la gente, que somos tú y yo, compramos cada vez menos, nos vamos menos días de vacaciones (si nos vamos), trabajamos cada vez más para completar nuestros salarios de miseria; podemos, en fin, resignaros ante esta situación, aceptar que es lo que hay y nada puede hacerse.

No obstante, hay otra alternativa, que pasa por transformar esta resignación ante el estatus quo, este aceptar como natural un sistema construido sobre nuestra explotación y que cada día nos exprime un poco más, en rabia organizada. Nuestra propuesta, por clásica, no deja de tener plena validez. Mira a tu lado, a esa compañera, a ese vecino, a esos con quienes compartes día a día, para entender que luchando juntos podemos transformarlo todo. Entre los nuevos propósitos para este 2024 no te olvides de incluir el tomar las riendas de nuestro futuro.

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