La «autonomía estratégica» de la UE: tensiones y contradicciones entre bloques imperialistas

La idea de que la Unión Europea desarrolle una política militar autónoma es algo que lleva resonando décadas. Para este fin han sobrevolado numerosas formas, desde el Euroejército a la búsqueda de una estrategia para la seguridad común en todas sus vertientes posibles. Algunas de las propuestas en esta materia han sido la llamada Estrategia Europea de Seguridad (EES) en 2003, con Javier Solana como Alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, o la Estrategia Global de la UE en 2016 (EUGS). De igual manera, podemos encontrar la llamada PESCO, la PCSD o misiones específicas de la Unión Europea, como la operación Aspides.

La seguridad común europea ha tenido diferentes niveles de desarrollo en el tiempo, entre otras cosas debido a las discrepancias internas en el seno de la Unión Europea. Y es que, a pesar de que la UE constituya una unión en la que convergen algunos intereses comunes, también existen importantes contradicciones y diferencias de enfoque entre sus Estados miembro.

Los antagonismos dentro de la Unión no son nuevos para nadie, y no se muestran en exclusiva en el ámbito militar. Tenemos ejemplos, no muy lejanos, en la gestión económica, materializados en el debate entre apoyar a la banca o a la industria, o en el debate en torno a crear un fondo financiero a nivel de toda la UE o a nivel de cada Estado miembro (elementos de grandes tensiones entre las posiciones franco-alemanas y las inglesas). Evidentemente, el Brexit no se podría entender obviando todas estas contradicciones internas. Otro ejemplo del pasado, pero muy conocido, fue el de la guerra de Irak, donde algunos países, como España, Portugal o Inglaterra, entre otros, se alinearon con los EE.UU., en contraposición a Alemania y Francia.

Es cierto que hablar de uniones entre países y situar como uno de sus rasgos constituyentes sus contradicciones internas puede resultar contraintuitivo. Sin embargo, se trata de un fenómeno que no es exclusivo de la UE, sino que opera en todas las uniones y alianzas entre países capitalistas (como podría ser entre los BRICS o incluso en las relaciones bilaterales entre países «amigos» como China y Rusia). A fin de cuentas, el capitalismo contemporáneo, es decir, el imperialismo, se desarrolla en base a unas leyes económicas objetivas, y una de ellas es la de la búsqueda de la máxima ganancia y la competencia capitalista. Esto hace que los Estados impulsen alianzas coyunturales para aumentar la explotación de su clase obrera «autóctona» y garantizar una mejor posición para sus grandes empresas nacionales en el marco internacional, pero no puedan evitar ver a sus aliados como potenciales competidores para esas mismas grandes empresas que defienden.

Volvamos al ámbito de la defensa de la UE, que es el objeto de este artículo. Existen dos enfoques principales (y sus correspondientes posiciones intermedias): los favorables a reforzar los vínculos con la OTAN como principal estrategia de defensa y seguridad, y los que abogan por la autonomía estratégica de la UE en esta materia.

Últimamente, los principales líderes de la política burguesa europea están confirmando lo que los comunistas llevamos años advirtiendo: el auge de los antagonismos y las pugnas interimperialistas nos acercan peligrosamente a un conflicto mayor a gran escala. Por ejemplo, el primer ministro polaco, Donald Tusk, señaló que «estamos entrando en la era de preguerra», afirmando que Europa sólo podría ser respetada en el momento en el que se convierta en una potencia militar más allá de una potencia económica y científica. Igualmente, el Comisario europeo de Mercado Interior, Thierry Breton, situó el hecho de que «necesitamos cambiar el paradigma y pasar al modo de economía de guerra». Asimismo, no es de extrañar que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, agitara la idea del «despertar militar urgente» de Europa, o que países como Dinamarca, Suecia, Países Bajos o Alemania estén empezando a trabajar en recuperar o ampliar el servicio militar obligatorio.

Nuestro país no escapa de este estado de alerta. En apenas 5 años se ha incrementado en un 30 % el gasto del Gobierno español sobre el PIB. Bajo esta misma premisa, algunos fondos públicos se están reorientando hacia empresas que están vinculadas con el sector militar, como Indra, Airbus o Navantia. Las exigencias de la OTAN para que sus Estados miembros inviertan un 2 % del PIB se enmarcan en este mismo proceso.

A fin de cuentas, la guerra en Ucrania ha visibilizado cierta vulnerabilidad de la Unión Europea en materia militar, elemento que ha acelerado el debate sobre la autonomía estratégica de la UE en este ámbito. Este punto está disparando los antagonismos internos de la UE. Francia ha identificado como su principal enemigo a Rusia, dado que el capital francés está siendo desplazado de varios países africanos, donde tradicionalmente ha extraído importantes recursos minerales, debido al apoyo brindado por Rusia a las fuerzas de oposición. Sin embargo, la industria alemana depende en gran medida del gas ruso, por lo que una hostilidad total contra Rusia generaría grandes pérdidas para sus monopolios.

En este sentido, debemos recordar que gran parte de las llamadas «tierras raras», materiales necesarios para sectores clave como la industria automovilística y farmacéutica, y establecidos por la UE como «materias primas estratégicas» para garantizar la autonomía estratégica, son provistos por China (34 de 51 de estos materiales).

Aquí tenemos el quid del asunto. Una gran parte de los países de la UE tienen su foco puesto en los países del Sahel, del Mediterráneo y del este de Europa (donde Rusia está jugando un papel cada vez más activo). Otros países, con EEUU a la cabeza, ven a China como su principal rival, por lo que apuestan por la región de Asia Pacífico.

Otro elemento a tener en cuenta es el «vacío» que ha dejado el Reino Unido con su salida de la UE. El Brexit ha convertido a Francia en la única potencia nuclear de la Unión, que además cuenta con el mayor ejército en su seno. Por lo tanto, Francia se está intentando proclamar como el motor de la seguridad europea, de ahí su aumento significativo en misiones en el extranjero, incluso en ocasiones a expensas de los EEUU.

A modo de síntesis, podríamos decir que Francia es la principal potencia europea interesada en promocionar la autonomía en materia de seguridad, ya que ubica a Rusia como su principal competidor. Por otro lado, Alemania encabeza la posición de mantener la cooperación en el seno de la OTAN. Estos dos enfoques también se reproducen en el resto de miembros de la UE. Por ejemplo, el antiguo primer ministro noruego y actual secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, es defensor de la conciliación, y ha declarado que no concibe unos EE.UU. sin Europa ni viceversa.

Sin embargo, la realidad es mucho más compleja y este tipo de esquemas pueden inducir al reduccionismo. Esto se debe a que a Alemania tampoco le interesa una Rusia «envalentonada» en la región, del mismo modo que a Francia no le interesa que China acabe con un control hegemónico de materiales estratégicos. Por si esto fuera poco, Donald Trump, a quien muchas encuestas dan la victoria en las siguientes elecciones presidenciales estadounidenses, ha afirmado que castigará retirando la ayuda militar a Europa si no se cumplen los compromisos europeos de elevar sus aportaciones a la OTAN. Por lo tanto, ningún Estado europeo, por muy pro-atlántico que se muestre, puede asumir el riesgo de no contar con un plan B en materia de seguridad. Es precisamente este tipo de relaciones de interdependencia una de las causas por la que, a pesar de las diferencias de enfoque, se mantiene un equilibrio relativo en el seno de la UE.

De todo este entramado podemos extraer una conclusión de política práctica interesante, que es la siguiente: las alianzas militares son sumamente cambiantes e inestables; sin embargo, los intereses subyacentes en todas ellas se basan en lo mismo: la intención de cada Estado burgués de controlar recursos naturales, rutas de transporte y cuotas de mercado. Por lo tanto, a pesar de que denunciemos las prácticas imperialistas de alianzas u organizaciones concretas, reducir nuestra crítica exclusivamente a una unión en específico, obviando su base material, su esencia explotadora y de rapiña, sería pecar de superficialidad, ya que terminaría siendo una excusa para exonerar otras alianzas nuevas (o no tan nuevas) de igual naturaleza.

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