A pesar de que el verano es una época en la que muchas noticias pasan desapercibidas, doy por hecho que todo el mundo está al tanto de que Vox rompió en el mes de julio sus pactos autonómicos con el PP y ya no forma parte de los Gobiernos de cinco comunidades autónomas. Doy por hecho también que se conoce el argumento que Abascal ofreció para esa ruptura: el traslado de algo más de 100 menores inmigrantes desde Canarias a varios puntos de la Península.
El argumento, como ya han señalado muchos analistas, es bastante peregrino. Básicamente, porque otros traslados previos de menores desde Canarias a otras partes de España no habían merecido apenas comentario de los de Abascal, que vivían bastante cómodos aprovechando su presencia en instituciones y Gobiernos para hacer altavoz de muchos de los desvaríos que les son propios.
Entonces, ¿a qué se debe realmente esta ruptura? La razón hay que buscarla en los resultados de las elecciones europeas. Tanto en España, donde la ardilla con máscara de Alvise ha conseguido 800.000 votos que, de no estar la ardilla, casi con total seguridad hubieran ido a parar a Vox, como en conjunto, ya que las fuerzas nacionalistas que crecen en el continente han crecido y, atención, se han dividido. Como las cucarachas de aquel anuncio de hace unos cuantos años, vamos.
Hay, en ese mundo que se viene a denominar «extrema derecha europea», una fuerte pelea por la hegemonía, y esa pelea también se está produciendo en España de una forma u otra. A eso se debe la actual actitud de Vox, que ha leído la situación y ve que seguir vinculando su futuro a convertirse en la muleta del PP no le renta.
En la nueva legislatura europea, Vox ha abandonado el grupo parlamentario de los «Conservadores y Reformistas», en el que estaban con Meloni, para integrarse en el de «Patriotas por Europa», donde comparten espacio ahora con Orbán y Le Pen, que se caracterizan por dos elementos fundamentales: su eje político actual está en el discurso anti-inmigración y generan rechazo en las fuerzas del Partido Popular Europeo, cosa que no ocurre con la italiana Meloni.
No es, por tanto, algo simbólico este cambio de grupo, sino un aviso de por dónde van a discurrir ahora las líneas argumentales esenciales de los abascalitas, que interpretan que, si Orbán está en el Gobierno húngaro y Le Pen ha sido la más votada en Francia, ellos pueden hacer lo mismo siempre y cuando se alejen todo lo posible del PP y refuercen su discurso sobre fronteras, criminalidad e inseguridad, tratando de recuperar para su causa a ese Alvin y sus ardillas que los ha abandonado por «blandos».
Ya veremos si la jugada les sale como quieren o no, pero hay una realidad evidente en España: la inmigración ha pasado a ser uno de los temas estrella en todas las conversaciones, aunque se utilicen datos inventados, exageraciones, bulos y mentiras. Que hoy veamos proliferar mensajes y discursos que hace poco tiempo eran exclusivos de los grupos fascistas más recalcitrantes no es ninguna broma. La vieja táctica de enfrentar a unos sectores de la clase obrera con otros a causa de su procedencia debe ser combatida frontalmente y por todos los medios, no sólo con datos, que valen poco viendo el actual nivel de intoxicación, sino con hechos. Y no solamente en las redes sociales, donde todo el mundo es muy valiente, sino en las calles, en los centros de trabajo y estudio, donde la fuerza organizada de nuestra clase vale mucho más que 20.000 bots de «valientes».