Cuarenta días que estremecieron a una ciudad

Mural en Torrelavega (Cantabria).

Suena el teléfono en la red de ayuda de ACPT en Torrelavega. “Contad conmigo para lo que sea”. “Mi jefa lleva días sin responderme al teléfono”. “Me han dicho que aquí ayudáis a la gente”. “Confío en vosotros, decidme cómo ayudar”. “Si no puedo salir a ganarme el pan, ¿qué comen mis hijos?” El teléfono no para de sonar y ya no deben caber más notificaciones. Parece una competición entre necesidades y colaboraciones, como de costumbre va ganando la necesidad. Aunque la experiencia pueda ser un grado, comienza a ser agobiante y cuesta abrirse camino entre informaciones oficiales contradictorias, entre lo que aseguran y la cruda realidad.

Mercerías y familias trabajadoras que ya estaban al borde del precipicio lanzadas al despido o al ERTE en el mejor de los casos. Vecinos con una impresora 3D sin usar y vendedores ambulantes. Proveedores alimentarios y personas que el capitalismo ha decidido que son irregulares. Después de pasarse el día hablando con contestadores e hilos musicales que ya no relajan a nadie, todas acaban en el contacto que hemos facilitado.

Se desencadena una actividad frenética que parece sacada de la crónica de John Reed Diez días que estremecieron al mundo, detallando en una butaca privilegiada ese acontecimiento que consiguió crear una sociedad nueva sobre las cenizas de la vieja. El resultado de esta pandemia no será el mismo, por desgracia. ¿O tal vez sí? En un rato lo justifico.

Mientras el teléfono continúa ardiendo, la administración local, en nuestro caso un municipio de 50000 habitantes, se encuentra absolutamente paralizada, incapaz de dar soluciones, respuestas o cobertura. No va con ellos, los manuales de estilo les impiden aceptar y publicitar propuestas de sectores obreros y populares. Solo repiten que “todo va a salir bien” y que es “momento de unidad”, mientras más de un centenar de familias continúan a la espera de un reparto básico de alimentos desde hace ya quince días. Recibimos avisos que aseguran haber sido derivados a nuestra red por la propia administración. ¿Unidad con quién? ¿Unidad para qué?

Si para algo ha servido este confinamiento, es para sacar de nuevo a relucir toda la mierda que sustenta e intenta esconder, a partes iguales, el sistema capitalista. A paladas, además. Han sido demasiadas las situaciones aterradoras de las que hemos tenido conocimiento, escondidas habitualmente entre absurdas polémicas y falsos debates. Hay una que, al menos, valió para recordar los motivos cuando se desdibujaban y sacar las ganas cuando faltaban: “La “única” ayuda que necesito es que me llaméis cada día para que alguien se entere si falto”.

Para tratar de contrarrestar, al menos temporalmente, esas situaciones, se consigue estructurar, de la nada aparentemente, una red de cerca de 60 personas voluntarias, sin contar a las suplentes, conocidas y desconocidas que, pese a haberse creado apenas un par de días antes, comienzan a funcionar unidas como un engranaje perfecto, trabajando con empeño en un objetivo común por encima de su propio bienestar individual.

De la nada, no. No fue espontáneo. Esta hermosa demostración de lo que significa la solidaridad entre familias trabajadoras, con sus miles de mascarillas adultas e infantiles, de pantallas protectoras para currantes, de trajes especiales para personal sanitario y su centenar de recados a personas mayores o de riesgo, está funcionando gracias a un aspecto fundamental: la experiencia adquirida gracias a la participación en estructuras obreras y populares anteriormente.

En este momento histórico, cien años después de aquella crónica de John Reed, también han quedado bien definidos los distintos protagonistas. En un lado, una mayoría que discurrimos, empujamos, colaboramos, producimos y resolvemos, sacando fuerzas, recursos y ánimos incluso cuando parece que no hay de dónde sacarlos. En el otro, un puñado que se enriquece a costa de la mayoría con la única preocupación de alinear títeres políticos y mediáticos a su antojo.

Si hemos sido capaces de organizarnos, ¿qué nos impide hacerlo en todos los aspectos de nuestras vidas? Si hemos sido capaces de producir en función de una necesidad concreta, ¿qué nos impide hacerlo en cualquier aspecto de la producción? ¿De qué nos está sirviendo confiar entre las diferentes opciones con posibilidades, en vez de confiar en nuestras propias fuerzas y elegir lo que realmente consideramos necesario?

Las administraciones públicas, bien sea local, autonómica o estatal, hace tiempo que con sus prioridades y medidas tomaron partido por uno de los lados del tablero. Con esta crisis se ha vuelto a poner de manifiesto: acudieron veloces a socorrer los balances económicos ante el llanto de empresarios y monopolios y han dejado para más adelante la protección y problemas de quienes generamos la riqueza, desviando la atención ante el continuo desmantelamiento de los servicios públicos y tratando de dar cobertura a las familias trabajadoras con las migajas que sobren. Coberturas que solo ayudarán a consolidar un porcentaje de exclusión social que maquille las estadísticas de intención de voto, que no pueda resultar demasiado molesto en un futuro y que hará que deje de sonar, solo temporalmente, ese tono de llamada asqueroso que tiene el teléfono.

Se torna vital en esa “nueva normalidad”, que nada en absoluto tendrá de nueva para cientos de miles de familias trabajadoras en el país, reflexionar acerca de la creación, desarrollo y participación en estructuras obreras y populares en nuestro entorno más cercano. No debemos caer en el error de olvidar que junto al entusiasmo y a la voluntad, en el caso concreto de nuestra ciudad, los ingredientes clave de nuestra red de ayuda fueron la experiencia, un lugar físico donde coordinar esas labores y un entorno social del que empezar a tirar.

La lucha de clases no ha guardado el confinamiento. Se avecina una nueva crisis del capitalismo de dimensiones desconocidas y el teléfono va a seguir sonando. Continúa disputándose ese macabro juego de la soga, con su tira y afloja. Por un lado, están los grandes capitales que ya han comenzado a activar sus piezas políticas y mediáticas. Por el otro, las familias trabajadoras contando, como siempre, con el número, nuestro entusiasmo y nuestra capacidad de organización. Y aunque tratarán de hacérnoslo creer, no habrá dos ganadores.

Tenemos una nueva oportunidad para, desde nuestra rutina local, mantener prendida la llama de cada pequeña estructura obrera y popular, aglutinando todas las fuerzas necesarias que consigan, de forma organizada, empujar en una sola dirección.

Recuerdo de nuevo: trabajando con empeño en un objetivo común por encima del propio bienestar individual. De esa forma, conseguiremos dar el tirón definitivo que arranque el poder, para siempre, a quienes nos niegan a las familias trabajadoras ser dueños de nuestro propio destino. Y así conseguir que deje de sonar ese maldito teléfono de una vez por todas.

* Federico Saiz es responsable político del PCTE en Cantabria y participa en la red de ayuda de ACPT en Torrelavega (Cantabria).

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