¿Es VOX fascista?

Santiago Abascal, líder de Vox.

Si recorremos el arco parlamentario de izquierda a derecha, no encontraremos un solo partido que se reclame fascista. Sin embargo, el fascismo y su campo semántico (facha, reaccionario, trifachito…) está muy presente en el léxico actual.

Desde la “izquierda” socialdemócrata, se utiliza el término “fascista” para agrupar el espacio político de esa izquierda en torno al universo simbólico del “antifascismo”. Lo hemos visto en la constitución del gobierno socialdemócrata de PSOE-Podemos y en los discursos desplegados en las últimas elecciones autonómicas de abril donde se llamó a votar “antifascista” frente al “bloque reaccionario” de PP-Ciudadanos-Vox. De la misma manera, el extremo más a la derecha cita y elogia a fundadores del fascismo español como Onésimo Redondo y José Antonio Primo de Rivera. Y, pese a este guiño, aclaran que no son fascistas, escapando del encasillamiento como estrategia discursiva que les posibilita pescar en otros caladeros de votos que no se sienten cómodos en el universo simbólico de lo facha y casposo.

Si nos preguntamos qué es el fascismo en el debate público, podríamos afirmar que aparece y desaparece cual espectro según las necesidades del relato de cada partido. Más que concepto riguroso, jerga ramplona incorporada al discurso ideológico de los partidos que aceptan el sistema de dominación capitalista como incuestionable, desde la gestión socialdemócrata hasta la más liberal. Pertenece a aquel género de palabras que encubren la división de la sociedad en clases, por cuanto sitúa en el plano político que lo principal no es la sociedad disociada en explotadores y explotados, sino que fija el debate en torno a los ejes izquierda-derecha. Se oculta y soslaya el problema del poder de una clase sobre otra y lo único que existe es la controversia simbólica y cultural asociada a cada extremo del eje, tal como se ha visto con la última polémica en torno al “pin parental”. Circo político asegurado e intereses de clase ocultados. Un buen gol de la ideología capitalista marcado a la portería de los trabajadores.

Romper el eje izquierda-derecha requiere salirse de ese falso dilema y situar los intereses de la clase obrera en el centro del debate político. Y es desde este centro cuando empezamos a poder establecer el carácter de clase de los partidos que operan en la política española. Vox comparte ese imaginario de la España rancia de los caciques y señoritos (guiños a figuras como Blas de Lezo o Don Pelayo, negacionismo histórico, exabruptos contra los derechos LGTB, machismo casposo…) pero no comparte (por el momento) las características principales del fascismo de entreguerras.

Quizás lo más característico del nazi-fascismo es que, en las fases iniciales del proceso de fascistización del estado, ha trasladado de manera deformada los intereses de la clase trabajadora al centro político, lo que le ha propiciado el apoyo de sectores de la clase obrera y de la pequeña burguesía. Después, cuando tomaron el poder del Estado, abandonaron ese discurso “anticapitalista” e iniciaron los procesos de depuración en su propio movimiento (sector de Farinacci en Italia en 1923, depuración de las SA en la noche de los cuchillos largos en Alemania en 1934, eliminación del sector más afín a Primo de Rivera en la unificación con los carlistas en el 1937) hacia aquellos que oponían reticencias a que se subordinaran plenamente al gran capital.

Fue común también en las organizaciones nazi-fascistas la creación de grupos paramilitares (en connivencia con sectores reaccionarios del propio estado) que ejercían la violencia terrorista contra el movimiento obrero y que también servían de ariete político hacia lo interno del propio estado capitalista (“Falanges de la Sangre” y “Primera Línea” por parte del fascismo español, “Fasci italiani di combattimento en Italia” y “Sturmabteilung” en Alemania).

Si bien ninguna de estas características acompaña el nacimiento de Vox, no quiere decir que sea menos preocupante, ya que su discurso a la extrema derecha posibilita el desarrollo de organizaciones fascistas que empleen el terrorismo abierto contra la clase obrera a medida que avanza la lucha de clases. Por ello, no es superfluo que realicen guiños a los trabajadores autónomos, que tengan un discurso contra las “élites europeas” o que empleen un lenguaje estigmatizador para referirse a grupos muy vulnerables de nuestra sociedad (menores extranjeros no acompañados).

Es irresponsable blanquear el fascismo mientras se profundiza en las políticas que conducen a él. Debemos romper ese falso dilema de izquierda-derecha y situar los intereses de la clase obrera en el centro del debate político. Porque cuando la clase obrera verifique que ese “frente antifascista” no era más que una pose para seguir gestionando el capital mientras empeoraban sus condiciones, será cuando el fascismo tendrá su momento. Y ahí, el discurso más a la extrema derecha, será la base para que los espectros de hoy se conviertan en los monstruos de mañana. Estamos a tiempo de evitarlo.

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