El ejército de los solidarios

Centro Obrero y Popular El candil, en León.

El mayor escudo social contra la crisis del coronavirus lo está portando el pueblo y en su divisa se puede leer la palabra solidaridad. En primera línea del teatro de operaciones se disponen los sanitarios. Flanquean el frente de batalla las tropas de obreros de los sectores esenciales. Acompañan en la retaguardia batallones de solidarios y solidarias que en los barrios y en los pueblos lo organizan todo para no dejar a ninguna familia atrás.

El ejército de los solidarios está constituido por trabajadores, autónomos, parados, pensionistas, estudiantes, agricultores… Y de entre todos ellos, brotan los comunistas como las flores en esta primavera que, a pesar de todo, nadie ha podido detener. Redes de solidaridad, grupos de apoyo, asociaciones vecinales, Centros Obreros y Populares, etc. El despliegue de las formas de organización en la retaguardia ha sido tan heterogéneo como nítido su objetivo: blindar el frente de batalla ante nuevos contagios, disponer todas las fuerzas para el asalto final.

La escasez de material sanitario en las residencias privadas ha sido tan grave que varias lanzaron una llamada de auxilio: «¡ciudadanos, produzcan batas y mascarillas!». Hemos visto cómo residencias que cobran un mínimo de 1.300 euros por usuario han requerido de la solidaridad popular para abastecerse de los productos más básicos en el cuidado de sus residentes.

Los comunistas participamos junto con decenas de personas en la fabricación de batas, que se entregaron gratuitamente a los trabajadores de las residencias. Quienes fabricamos las batas no teníamos más que nuestras manos y poquísimos medios, mientras los grandes empresarios industriales de las ciudades contaban con enormes fábricas que hubieran podido producir más y mejores materiales. «Sin mercado, no hay manufactura», pensaron la mayoría de ellos.

Comprobamos, como decía Machado, que «en los trances duros los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”.

Los comedores sociales y los bancos de alimentos se han visto desbordados. Las peticiones se multiplicaron por más de cinco en sólo unos días. Sin embargo el personal de los servicios sociales no sólo no aumentó sino que vio limitadas sus posibilidades de intervención. A la vez muchas personas se vieron imposibilitadas a salir de sus casas por motivos sanitarios o de dependencia. Personas solas, en sus casas, sin posibilidad de sustento.

El Estado Mayor no ha cuidado el aprovisionamiento de los más débiles y vulnerables. En vez de contratar más profesionales decidieron pedir voluntarios con los que finalmente, en muchos lugares, ni siquiera contaron. Los comunistas, junto a las trabajadoras sociales, nos organizamos para proveer a estas personas del sustento más básico. Solo el pueblo salvó al pueblo en el sentido más duro, vital y literal de la consigna.

En otras ocasiones nos organizamos en las redes vecinales y comunitarias de solidaridad hacia personas ancianas y dependientes. En el medio rural nuestros militantes más jóvenes impulsaron iniciativas de apoyo a los más mayores. Comprendimos que hay necesidades básicas, a veces simples tareas cotidianas como bajar la basura o ir a la compra, que vecinos y vecinas de nuestros barrios no podían realizar. ¿Qué clase de regimiento no cuida de sus veteranos, de aquellos que todo lo dieron y todo nos enseñaron?

Los Centros Obreros y Populares no han parado su actividad cultural, asistencial y pedagógica, adaptada, eso sí, a las circunstancias de la batalla. Refuerzo educativo, clases de guitarra, conciertos, charlas históricas, veladas poéticas, jornadas republicanas, el Primero de Mayo y hasta un homenaje a Miguel Hernández. En el frente y en la retaguardia hicimos nuestro el lema de Cultura Popular: «haced de España un pueblo culto y libre».

Al principio los altos mandos dudaron, dudaron demasiado. Pero finalmente declararon la ofensiva al virus. Y nos enviaron a la batalla. En primera línea de combate luchamos sin cuartel, desprovistos de armamento, munición y uniforme. En la retaguardia a millones nos despojaron de empleo y víveres. A otros muchos les obligaron a trabajar hacinados, sin equipos de protección, desplazándose en transportes colectivos sin ningún tipo de blindaje frente al virus. Cuando éramos críticos con el capitán general de las Fuerzas Armadas, nos cortaban las transmisiones.

Nos empezaron a hablar todo el rato así, como en este artículo, como si estuviéramos en una guerra. «Dobleguemos la curva», decían. Y efectivamente, era en una guerra. Pero pronto nos dimos cuenta de que estábamos combatiendo bajo fuego amigo. Nuestra guerra no era su guerra. La suya, era contra nosotros; contra quienes todo lo creamos, quienes estamos en primera línea. La nuestra, sin embargo, era una guerra por nosotros, por nuestra vida.

Y de entre la bruma surgió el ejército de solidarios. En el frente de la solidaridad nuestro ejército ensayó una nueva forma de entender las relaciones sociales. Cada acto solidario nos demostró que debemos crear una nueva forma de sociedad donde las personas antepongamos nuestros intereses sociales, colectivos y comunes a los intereses privados, individuales y egoístas que se esfuerza por promover el capitalismo.

Las redes de apoyo que se construyeron en los pueblos y los barrios obreros son destellos, pequeñas instantáneas del futuro que debemos materializar en nuestro próximo país, el país de la clase obrera, donde, al contrario que en el American Dream, los sueños sí se cumplan.

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