Cuba, socialismo y deporte

Cuando Fidel Castro pronunció el discurso ante la plenaria nacional de los consejos voluntarios del INDER (Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación) en noviembre de 1961, la afirmación parecía más propaganda que otra cosa. Afirmó con rotundidad que “nuestro pueblo será pronto el primer pueblo de América, es decir, el primer pueblo de América Latina, e incluso el primer pueblo de todo el continente, en cuanto a la participación del pueblo en la educación física y en las actividades deportivas”.

Habían pasado tan sólo dos años del triunfo revolucionario y ya se situaba un horizonte para el deporte en el socialismo: acercar la actividad física y deportiva al pueblo, masificar de manera progresiva las actividades deportivas y eliminar el profesionalismo de éstas, es decir, cerrar la puerta al mercantilismo en el deporte y fomentarlo como algo beneficioso y saludable. Dos ejes sobre los que se vertebraría el cambio social tan necesario y que Fidel analizaba en su discurso a través de dos ejemplos; antes de la Revolución el deporte era algo exclusivo de las élites —un privilegio y no un derecho— y era negado a la mayoría de los cubanos, y aquí Fidel situaba una reflexión clave sobre la realidad de los jugadores de beisbol (peloteros) que prestaban sus servicios en clubes de los EEUU y se convertían así en una mercancía más al servicio de empresas.

Para comprender el éxito hay que entender el contexto. En esa época Cuba era una isla pseudocolonia del gobierno norteamericano y con poco más de 7 millones de habitantes. EEUU llevaba desde sus inicios intentando hacer caer al nuevo gobierno revolucionario. ¿Por qué? El propio Fidel contestó públicamente a esa pregunta en abril de 1961. “Eso es lo que no pueden perdonarnos, que estemos ahí en sus narices ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos!”. En Octubre del año siguiente se produciría un momento de agresividad imperialista que pudo acabar en una guerra de dimensiones desconocidas, la llamada “crisis de los misiles” en 1962, una pataleta yanki al ver que la isla predilecta de su “patio trasero” emprendía la senda del socialismo junto al resto del campo socialista. Semana a semana, mes a mes, el nuevo gobierno revolucionario debía asumir unas tareas colosales por su dimensión histórica; erradicar la explotación, el analfabetismo, garantizar vivienda, trabajo, cultura, derechos, libertades, etc… y en medio de todo eso sobrevivir a las agresiones imperialistas. Pues bien, quedó espacio para fomentar el deporte. Los resultados no ofrecen discusión.

Por situar sólo un ejemplo y sin entrar en detalles, antes de 1961 (fecha en la que se declara el carácter socialista de la Revolución Cubana) Cuba contaba con apenas unas pocas medallas en sus participaciones en los JJOO, un total de 12. Tras 1961 y con la creación del INDER, han conseguido 229. A día de hoy son una potencia deportiva en muchas disciplinas y son el primer país de América Latina en cuanto a medallas se refiere, por delante de Argentina, Brasil, etc. Es incuestionable que el socialismo sitúa las capacidades y potencialidades deportivas de un país en un escalafón superior al resto.

¿Es sólo cuestión del socialismo cubano? No. Sólo hay que analizar el historial deportivo de los antiguos países del campo socialista para ver los resultados y entender las dimensiones y el éxito de la relación entre deporte y socialismo. En el capitalismo, la práctica deportiva se mercantiliza y se fomenta o no en función del beneficio y lucro que genera. Embrutecen lo que sencillamente debería de pertenecer al pueblo. La industria del fútbol es probablemente el mejor ejemplo, pero se puede analizar en otras disciplinas que siguen siendo aptas sólo para adinerados.

La práctica deportiva es esencial para el ser humano, y así debería de entenderse y reivindicarse. Los cubanos, como lo fueron también la URSS, la RDA y otros, son un ejemplo perfecto de cómo conseguir que el deporte y la educación física sean un derecho para la mayoría del pueblo y no sólo el privilegio de una minoría.

El boxeador cubano, Teófilo Stevenson, da buena cuenta de ello. Comparte el título de mejor boxeador de la historia junto a Muhammad Alí. Sí, nunca sabremos quién de ellos dos hubiera ganado, porque Teófilo rechazó millones de dólares y el combate del siglo nunca se celebró. También se negó a luchar contra Frazier, prefería “el amor de 8 millones de cubanos” a los millones que le daban. Ese es otro de los grandes éxitos del deporte cubano, que la dignidad para ellos es innegociable.

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