La dialéctica público-privado en la educación

Vivimos en una sociedad que sufre una guerra económica que tiene como objeto el expolio de los recursos colectivos por parte de una minoría. Simultáneamente, asistimos a una guerra ideológica mediante la que la clase dominante pretende hegemonizar entre las clases oprimidas su discurso en la lucha de clases. El papel del sistema educativo es capital en la construcción de esa narrativa para los capitalistas y con ese fin se está utilizando la educación para segmentar el conocimiento, eliminando la capacidad de conocer cosmovisiones mediante el currículo y consiguiendo de esta manera una visión sesgada y parcial de la realidad. Podríamos resumir este discurso en el aforismo “no puedes montar un puzzle si no conoces las piezas”.

Además, el sistema educativo juega un papel fundamental en la formación de las nuevas generaciones de trabajadores. Este hecho determina la forma en la que se dará la mercantilización educativa en una sociedad. Actualmente, el negocio está presente en todas las esferas que rodean a la educación. Desde las nuevas metodologías que cumplen la función de educar en contra del pensamiento crítico y a favor del individualismo, hasta el propio desarrollo de un negocio que progresivamente va engordando la educación privada.

El empeoramiento progresivo de la realidad de la educación pública sirve como excusa para nuevas reformas educativas que profundizan en la privatización con el lema de “ningún pasado fue mejor”. El porcentaje de alumnado escolarizado en la escuela privada no ha dejado de aumentar allí donde es un negocio lucrativo. Pero allí donde la tasa de beneficio no llega al mínimo admisible, como en el mundo rural, con alumnos dispersos y poco numerosos, la educación privada es casi inexistente.

Con cada reforma educativa se ha ido adelgazando la escuela pública, privatizando personal laboral, comedores o mantenimientos varios, hasta llegar a la situación actual, en la que se ha convertido la escuela pública en refugio de las clases sociales más desfavorecidas por el capitalismo, en un sistema infrafinanciado y que en absoluto es gratuito.

Paralelamente, se fomenta un modelo educativo basado fundamentalmente en el caso vasco. Euskadi, con las excepciones de Bélgica, Países Bajos e Irlanda, donde predomina el sector privado, es el lugar de Europa donde más educación privada existe, con un 50% de alumnado matriculado en la red privada, con la particularidad de que, exceptuando un par de millares de alumnos en colegios privados pequeños, toda esa educación privada está sostenida con fondos públicos mediante conciertos.

En el resto del país transitamos en este momento hacia ese modelo, a ritmos diferentes, pero sin desviarnos un ápice del camino. Ya tenemos más de un tercio del alumnado en instituciones privadas, a las que progresivamente se va aumentando la financiación. Mientras tanto, la escuela pública languidece entre debates pedagógicos que pretenden representar diferentes tipos de modernidad con la que ocultar la realidad, que no es otra que mientras aumenta la financiación de la escuela privada, la financiación de la escuela pública desciende año tras año.

Las últimas leyes educativas, la LOMLOE y la próxima Ley de FP, no hacen sino profundizar en los derechos de la patronal privada, representada fundamentalmente por la Iglesia Católica, aunque lo maquillen con referencias a retirar los conciertos educativos a los centros que segregan por sexo, como nos tiene acostumbrado el Gobierno de coalición. Esa competencias están en realidad en manos de las CCAA, quienes ya han encontrado el medio para sortear la Ley y seguir financiando a estos centros.

Tenemos un modelo educativo en el que la norma cada vez más es la financiación pública de los centros privados y la privatización de cualquier servicio en los centros públicos. Se confunde intencionadamente la titularidad con la gestión de los centros públicos, para no dejar en evidencia que, menos el personal docente y algunos servicios auxiliares mínimos, toda la red pública está privatizada, además de cobrar por multitud de conceptos pequeñas cantidades que de facto hacen imposible denominar a la red pública como gratuita. Esto es especialmente sangrante en la etapa universitaria, donde las matrículas están alcanzando precios muy elevados. Los recortes a la red pública también tienen un efecto en la reducción del número y la cuantía de las becas, lo que provoca que multitud de jóvenes sean expulsados del sistema educativo todos los años.

Estamos financiando un futuro miserable para los hijos de la clase obrera, donde se los educa en los mínimos necesarios para poder llevar adelante la producción social, mientras, existen centros privados donde la gente disfruta de beneficios inconcebibles para nosotros.

Hemos de entender que el futuro empieza hoy, que es necesario un debate en profundidad sobre qué significa la educación en la sociedad y cuáles son las necesidades reales de ese proyecto, porque si no mañana el tercio de alumnos matriculados en la red privada se habrá convertido en la mitad, mientras el gobierno de turno destacará las bondades de nuestro sistema educativo. Acabar con la mercantilización educativa implica acabar con el origen de la mercantilización misma, que no es otro que el propio sistema capitalista, pero tampoco debemos olvidar que en ese camino hay muchos hitos por los que podemos y debemos transitar y que merecen la pena porque mejorarán nuestro sistema educativo.

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