Otoño caliente, invierno frío

1 de noviembre de 2021. Argelia decide cerrar el gasoducto Magreb-Europa (GME), tras no renovar el contrato de explotación, ante la preocupación de los gobiernos de España y de Portugal. A mediados de noviembre, Alemania decide suspender temporalmente los trámites de aprobación de otro gasoducto: el famoso Nord Stream 2. Todo ello con el runrún de fondo de un posible “gran apagón” eléctrico que afectaría a Europa y en medio de una brutal escalada generalizada de los precios que parece estabilizarse pero no tener fin. ¿Qué está pasando?

En realidad, la pregunta debería ser qué no está pasando en este otoño que parece venir calentito de conflictos. La crisis catalizada por la covid está aumentando los ritmos en la toma de decisiones, complicadas al mismo tiempo que aumentan las acusaciones y la crispación entre distintos estados, y no hay prácticamente lugar alguno del planeta donde estas tensiones no estén aumentando a pasos acelerados. Y si bien es cierto que los grandes movimientos se están redirigiendo en los últimos años hacia el Pacífico, Europa y lo que hay alrededor de Europa (norte de África, Oriente Medio, Rusia) tienen aún relevancia, especialmente para los que vivimos en el viejo continente. Pero vayamos por partes.

El cierre del GME no es casual. La no renovación del contrato de explotación esconde tras de sí una extensa serie de acusaciones entre los gobiernos de Argelia —principal exportador de gas natural a España— y Marruecos, que incluyen entre otras la financiación de grupos independentistas bereberes en Argelia, la protección de saharauis buscados por Marruecos en Tinduf, el ciberespionaje de altos funcionarios con la colaboración del estado israelí, la profanación de banderas argelinas en un acto de 2013 en suelo marroquí y hasta la implicación del gobierno de Marruecos en los incendios forestales de este verano en Argelia. El telón de fondo real, no obstante, tiene más que ver, por un lado, con la necesidad de Argelia de mantener su hegemonía política y comercial en el Magreb y, por el otro, con las políticas expansionistas de Marruecos, auspiciadas bajo la creación de un “Gran Marruecos” —que incluiría extensos territorios ricos en recursos de Argelia y Mali y la totalidad del Sáhara Occidental y Mauritania, y que es una posición oficial de la monarquía alauita desde finales de la década de los 50—, unas políticas que provocan continuos enfrentamientos con todos sus vecinos, como bien sabemos en España a causa de la situación del Sáhara y las disputas territoriales en aguas canarias y en Ceuta y Melilla.

Argelia, no obstante, ha asegurado a las autoridades españolas que, a pesar de cerrar su mayor gasoducto al cruzar este cientos de kilómetros de suelo marroquí —proyecto, por cierto, impulsado por Gas Natural a principios de los 90, cuando aún era una empresa pública—, el suministro de gas natural está garantizado a través del Medgaz, otro gasoducto que conecta directamente, sin intermediarios, el noroeste de Argelia con Almería.

La situación del Nord Stream 2, por otro lado, no es una novedad. Desde Nuevo Rumbo ya analizamos con mayor profundidad en mayo de 2021 —en el artículo “Nord Stream 2: una anciana sin calefacción, una guerra en Ucrania y una tubería bajo el mar”, escrito por Juan Nogueira, también disponible en la web de Nuevo Rumbo— la relación entre la construcción de este gasoducto, las distintas disputas entre Rusia, Alemania, Polonia, Ucrania, Eslovaquia y Estados Unidos y el recrudecimiento de la violencia en Donetsk y Lugansk. En las últimas semanas, sin embargo, el gobierno alemán retrasó la puesta en marcha del gasoducto, alegando deficiencias que impiden la libre competencia del transporte del gas. Con la ruta que pasa por Bielorrusia y Polonia temporalmente cortada —la situación fronteriza tiene bastante que ver— y la situación en Ucrania difícil para las empresas rusas, este contratiempo es un serio revés económico para los monopolios rusos. Se prevén pérdidas multimillonarias para Gazprom, que se suman a las nuevas sanciones económicas norteamericanas a dos barcos y una empresa rusa vinculados al propio gasoducto, provocando la protesta del gobierno ruso.

Mientras, cada vez más millones de familias trabajadoras europeas se ven incapaces de asumir el gasto de mantener su casa caliente, sin haber llegado aún el invierno. Antes del aumento de los precios, ya eran un 8% de las familias las que se declaraban en esta situación. Los precios se han disparado en menos de un año —el del gas, en concreto, una media de un 230%, con el caso holandés de hasta un 450%—. Los intereses de la clase obrera no están ni se le esperan en todas estas luchas. Entonces, ¿por qué esperar al frío del invierno para que otros defiendan nuestros intereses en vez de hacerlo nosotros mismos?

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