Isabel Windsor, entre el pasado esclavista y el colonialismo británico

“En la finca de la que hablo, las mujeres que tenían hijos en edad de ser amamantados sufrían mucho cuando sus pechos se llenaban de leche, ya que habían dejado a los niños en la casa, y su dolor les impedía seguir el ritmo de trabajo del resto: he visto al capataz golpearlas utilizando cuero sin curtir haciendo que la sangre y la leche brotaran mezcladas de sus pechos”, así de crudos son los relatos de Moses Grandy, esclavo de origen africano que nació en las recién independizadas ex-colonias norteamericanas del Imperio británico.

En 1844, Moses describió lo inenarrable, sin tapujos, ni filtros, tal cual brota la sangre de una herida a borbotones, así van surgiendo las palabras de su libro. Es estremecedor, un auténtico poema a la barbarie humana y al sufrimiento que padecieron durante siglos los africanos esclavizados por los europeos. Conforme lo lees no puedes más que pensar en qué harías como padre, madre o hermana. Si el odio y la rabia te llevaría a matar al amo o simplemente matarte tú. En el libro, Moses Grandy no recuerda a la mayoría de sus hermanos y hermanas, fueron vendidos o murieron, pero sí narra cómo su madre pataleó y lloró como una loca cuando le arrancaron a golpes a una nueva criatura para venderla a otro esclavista. Moses es de los primeros autores que inaugura la llamada narrativa esclavista, nació en Carolina del Norte siendo ya una ex-colonia del rey Guillermo IV del Reino Unido y visitó Londres como activista del abolicionismo reinando Victoria I. Lo que narra Moses no es un invento, es su vida y la de miles de Moses que están unidas a la historia y el legado de la monarquía imperial británica. Una historia y un legado del que nunca se han arrepentido y alejado lo suficiente.

Con la muerte de Isabel Windsor este pasado septiembre nos han querido vender grandeza y entereza ocultando su figura del legado de la familia real británica. Nos han querido mostrar que sus castillos son impolutos y han sido forjados a base de carácter. Nada más lejos de la realidad. Son numerosos los historiadores británicos que han estudiado la vinculación de la aristocracia británica con el es-clavismo narrado más arriba. Hay cuantiosas publicaciones sobre el tema donde la familia real británica fue la impulsora, gestora y una de las principales beneficiarias del esclavismo y el colonialismo, no sólo desde el punto de vista político, sino a través de la Compañía Británica de las Indias Orientales, que llegó a dominar la mitad del comercio mundial. Ni sus antecesores, ni la propia Isabel rechazaron ese legado, de hecho ella misma ha mostrado orgullosa el pasado colonial británico luciendo uno de los diamantes más grandes del mundo, el Koh-i-noor que usurpó su tatarabuela Victoria siendo emperatriz de la India en el siglo XIX. Su corona está forjada a base de sangre y sufrimiento.

Forbes calcula que la fortuna de la familia real supera los 28.000 millones de dólares, que van vinculados a la Corona y no pueden venderse, y unos 500 millones de euros que ha ido acumulando a base de inversiones y negocios. Pero más allá de castillos, joyas y dinero, es más interesante recordar los hechos en que Isabel Windsor fue protagonista directa en sus 70 años de reinado. Obviaremos las atrocidades vinculadas a su padre, tío, abuelo… y por cuestiones de espacio situaremos sólo unas pocas.

Su llegada al trono coincidió con el inicio de las independencias de las colonias británicas en los años 50. Una de las barbaries más destacadas es la represión contra la revuelta de los Mau-Mau en Kenia, una guerrilla que impulsó la lucha contra los abusos británicos. De hecho, se enteró que sería reina de visita en dicho país. La respuesta del imperialismo británico fueron cientos de miles de asesinatos, torturas, violaciones y hasta 1’5 millones de desplazados a campos de concentración.

Participaron también en la guerra civil en Nigeria abasteciendo de armas al gobierno para masacrar a la población, más de 1 millón de muertes, y está vinculada directamente con el gobierno racista del Apartheid en Sudáfrica hasta finales de los 80. Los crímenes del imperialismo británico abarcan también los países árabes y el famoso Mandato Británico y colonias en Asia, como Hong Kong, y Sudamérica con guerra incluida, las Malvinas. El largo peso del imperialismo amparado por la Corona no dejó en paz a la vecina Irlanda, después de la independencia mantuvieron su ocupación en el norte y son responsables directos de masacres en Derry, la negación constante de derechos políticos, etc.

La Commowealth es principalmente un fruto político de Isabel, con ello aportó personalmente su granito de arena al neocolonialismo. A todos los miembros de la Mancomunidad de Naciones les une un profundo vínculo, haber sido conquistados y humillados por la Corona británica.

Bajo su reinado y contra la propia población británica Thatcher lideró los ataques antiobreros más duros de las últimas décadas, aunque tuvieran que soportar con desprecio el ejemplo heroico de la huelga minera de 1984.

Con semejante legado político a los pies de su corona, no sorprenden las acusaciones de racismo contra la familia real británica, ni de los vínculos de su tío con el nazismo (y sus propias fotos haciendo el saludo fascista) ni los titubeos de su primo, Luis Mountbatten, con un intento de golpe de estado en 1968. Tampoco sorprende ver a los jefes de estado que lloran su muerte en la actualidad.

Sólo la desmemoria y la amnesia a la que nos quieren llevar puede desvincular a la familia real británica de todo este pasado esclavista y colonial. Por suerte, los hechos pesan más que su corona.

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