La trágica historia reciente de la minería en Turquía: lo llaman destino, es asesinato

El pasado 14 de octubre Turquía entera se encontraba sacudida por una nueva explosión de grisú en una mina de carbón, en esta ocasión en la ciudad del mar negro occidental, Bartin. La explosión causó la muerte de 41 mineros y 11 heridos. Mientras se habla de negligencia y la frecuencia de las explosiones en las minas en Turquía, tanto Erdoğan como el islamismo político en general alegan que es el destino, nada más. Por indignante que sea, este discurso no es para nada nuevo.

En los últimos 20 años, 1898 mineros han perdido sus vidas en explosiones y diversos accidentes laborales. La explosión que más vidas cobró fue la de Soma, Manisa, en el 2014. Aquella explosión, denominada por muchos como la Masacre de Soma, fue la más trágica, en cuanto a fallecidos, de la historia de la república. Como si no fuera poco que se murieran 301 mineros, la reacción del gobierno y de los organismos estatales fue verdaderamente escandalosa. Los esfuerzos de rescate fueron interrumpidos por la llegada del, aquel entonces, primer ministro Erdoğan y sus ministros mientras los familiares de los mineros fueron ninguneados e incluso atacados por las autoridades.

Pero quizás lo que se volvió más simbólico fue la patada que le propinó un sujeto llamado Yusuf Yerkel, del equipo de Erdoğan, a un minero que se encontraba en el suelo. Yerkel luego pediría un informe médico alegando que se había hecho daño en el pie y el minero agredido acabaría pagando una multa de 631 liras por dañar un coche de escolta del primer ministro.

En el juicio sobre la explosión, hubo 37 personas absueltas y 14 condenadas por homicidio negligente. Hoy, ninguna de estas 14 personas se encuentra encarcelada. Pero dos de los abogados de los familiares de los mineros sí se encuentran en la cárcel. Uno, el presidente de la Asosiación de Abogados Progresistas, Selçuk Kozagacli, siendo juzgado por terrorismo y en prisión preventiva, y el otro, detenido tras el juicio de las protestas de Gezi del 2013.

Después de estas acciones, propias de villanos de teatro clásico, el primer ministro Erdoğan dijo que ese tipo de accidentes en minas eran comunes, eran de esperar y que así era la naturaleza de la minería.

Las declaraciones de Erdoğan no sorprendieron a nadie ya que, en otra ocasión en el año 2010, tras un accidente que les costó la vida a 30 mineros, el mismo Erdoğan había dicho que esto era el destino en esta profesión y que los mineros cuando elegían su profesión lo hacían sabiendo que estas cosas podrían suceder.

Con este historial de negligencia, de la superposición del beneficio económico sobre la mismísima vida de la clase obrera y de las declaraciones de destino que son nada más que una burla a la inteligencia era de esperar que esta vez tampoco iba a ser diferente. Erdoğan fue a la localidad que ha perdido a 41 de sus hijos en esta última tragedia y dijo: “Somos personas que tienen fe, que creen en el plan divino, en el destino. Para nosotros en este sentido da igual que haya sido ayer, hoy o mañana. Son cosas que suceden siempre, y tenemos que saberlo.”

Por ahora hay 25 detenidos, los expertos y las organizaciones mineras han publicado varios documentos que demuestran la negligencia de la empresa pública que gestiona la mina y por otra parte se ha visto que existía un plan de modernización para esta mina desde hace más de una década, pero que no se ha hecho absolutamente nada al respecto y no se ha utilizado el presupuesto que se había previsto para ella.

Sabemos porque se mueren los mineros por montones. Y no, no es por el destino, ni el plan divino como el presidente cínicamente alega. Las continuas privatizaciones en el sector de la minería y en general en el sector energético, la misma naturaleza del negocio que sobrepone el beneficio económico a la vida obrera, la negligencia privada y gubernamental son responsables. Estamos enfrentados con una situación tan nefasta que incluso una empresa pública de minería se rige por el beneficio. La reacción, en este caso el islamismo, alega que es el destino, que es un plan divino. La socialdemocracia responde denominando a los fallecidos como mártires, utilizando el concepto del mismo islamismo y acusando a los que protestan ante el uso del lenguaje y conceptos religiosos en la política de hacer política antipopular y contra la oposición. Ni es destino, ni son mártires. Son asesinatos, y ellos, obreros asesinados. Y todo aquel que intenta esconder los verdaderos culpables, utilizando discursos políticos o poniendo al gobierno como único responsable, indultando a la patronal, son cómplices.

Sería adecuado terminar con el clamor que los mineros levantaron ante el discurso ruin de la reacción: ¡Si es el destino, que se muera el patrón!

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