Mucho ruido, pocos avances

A lo largo de 2022 hemos oído —infinidad de veces— las palabras “feminismo” o “mujer” seguidas de una retahíla de argumentos hipócritas por gran parte del Gobierno, en especial por los socios morados de la coalición, para intentar convencer a las masas femeninas de nuestra clase de que, dentro del sistema capitalista, cualquier reforma es un avance indiscutible para las mujeres.

Lo que no se les ha escuchado decir durante todo el 2022 es que las medidas que han propuesto y siguen proponiendo no dejan de ser temporales y parciales; son un simple parche que no acaban con la raíz de los problemas específicos que tenemos las mujeres de la clase obrera. Obviamente, no es lo mismo legislar para las mujeres trabajadoras que para “todas las mujeres”, algo que no se cansan de repetir, y por lo tanto, cualquier elemento que sea enfocado hacia todas las mujeres quiere decir que no van a representar avances significativos para las trabajadoras.

Es el mismo cuento de siempre: se ha conquistado una supuesta igualdad formal ante la ley entre hombres y mujeres pero en la realidad, y en base a la división de clases en la sociedad capitalista, el derecho burgués no deja de reproducir, a su antojo, la desigualdad social. Y por mucho que nos intenten decir lo contrario, la desigualdad real de la mujer dentro del capitalismo existe y se expresa de muy diferentes y variadas formas sobre las mujeres trabajadoras, ya que las instituciones burguesas no hacen más que implementar medidas que van, claramente, contra las trabajadoras.

¿Acaso la Reforma Laboral, tan aplaudida por tantos y tantas, no es un atentado contra los derechos de la clase trabajadora, y especialmente, contra los derechos del sector femenino de nuestra clase? Son las trabajadoras, aquellas que ocupan en un mayor porcentaje los empleos temporales y parciales, con una alta estacionalidad, las que mayoritariamente van a sufrir eso que nos venden como flexiseguridad, que no deja de ser trabajo a demanda para seguir enriqueciendo a los monopolios.

Y por supuesto que la cuestión de la mujer no es algo secundario para las democracias burguesas, porque saben que el aumento del número de mujeres en el trabajo asalariado, en el trabajo social, es una fuente de plusvalía y es la mejor manera de poder seguir ganando dinero y enriquecerse. Y, siempre, a nuestra costa.

Nos venden, por ejemplo, el Plan Corresponsables como una herramienta, y cito textualmente, que sirva para “satisfacer las distintas necesidades de cuidado de la población, como parte de los sistemas de protección social y desde una concepción que eleve el derecho al cuidado al rango y protección de otros Derechos Humanos en nuestro país”. Y esto viene por unas directrices marcadas desde la Unión Europea muy claras: que todos los gobiernos burgueses incluyan en sus agendas, como algo prioritario, el reparto de estas tareas entre los dos sexos. Y a pesar de que esto pueda parecer un gran avance para las mujeres, nada más lejos de la realidad: supone una mayor flexibilización del trabajo para hombres y mujeres y significa empeorar, todavía más, las condiciones laborales de los hombres, bajo el paraguas de la “inclusividad”, el “feminismo” y el “empoderamiento”.

Si habitualmente son las mujeres las que, por una cuestión biológica, como es el tema de la maternidad, son las más afectadas en cuanto al nivel de salario o pensión, con estas medidas que llegan desde hace unos años por parte de la UE, ahora pretenden que también los hombres de la clase obrera pierdan nivel adquisitivo. Por lo tanto, no se puede hablar de avances, sino de retrocesos para las trabajadoras y también retrocesos para los trabajadores.

Y estas discriminaciones sociales que padecemos las mujeres no solo vienen dadas por las fuerzas burguesas, sino también por las llamadas fuerzas “progresistas” y las oportunistas, con un apoyo sorprendente y muy llamativo de muchas organizaciones feministas que dicen luchar por los derechos de las mujeres.

Esas mismas organizaciones feministas, en cualquiera de sus vertientes, que te hablan de un sistema patriarcal ajeno al sistema económico, donde prevalece el poder de los hombres al de las mujeres y ocultan, de manera muchas veces intencionada, el carácter explotador del sistema capitalista.

Ante esto, nos encontramos cómo se defiende que el trabajo doméstico, que no deja de ser más que trabajo reproductivo, sea remunerado. Y mientras, nosotras, las comunistas, defendemos que las tareas reproductivas y de cuidados deben ser socializadas, ya que si son socialmente necesarias, deben ser cubiertas por la propia sociedad, desde la vieja y la nueva socialdemocracia, junto a tantas feministas, reivindican un salario para la mujer que trabaja en casa, perpetuando los roles de género que históricamente se han impuesto a las mujeres.

La razón de esto no deja de ser que nuestro país necesita nuevas formas de producción para el sistema capitalista, y de ahí tanto ahínco para legalizar y pagar ese trabajo doméstico, que por otra parte, no deja de ser irrisorio que las trabajadoras del hogar, por ejemplo, no hayan tenido, hasta hace escasos meses, ningún tipo de derecho laboral ni sindical.

No es una sorpresa, ni una casualidad, que hagan valer como buena cualquier política de conciliación o los nuevos modelos de familia, puesto que lo único que buscan es seguir obteniendo ganancias intentando negociar soluciones individuales con distintas fórmulas.

Ejemplos de leyes, o propuestas de leyes, de este tipo, tenemos varias en España. La Ley Orgánica de Garantía Integral de la Libertad Sexual (la llamada ley del “solo sí es sí”), por ejemplo, parte de por sí de ideas erróneas sobre la caracterización y el desarrollo de la violencia de género, y por lo tanto, es imposible que solucione nada. Otro ejemplo es la reforma de la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo, donde todo va a seguir como está (la objeción de conciencia, la no persecución de las agencias que promueven la “gestación subrogada” en España…), pero al que añaden el subtítulo de “derecho a la salud menstrual”, y la socialdemocracia da palmas con las orejas.

Ni estas leyes, ni ninguna otra que salga de las instituciones burguesas, van a servir para avanzar hacia la emancipación de las trabajadoras y hacia la igualdad real y efectiva, y no meramente formal, entre hombres y mujeres.

Las trabajadoras no debemos nada a nadie, y mucho menos a los títeres de las instituciones burguesas. Nuestros derechos y nuestra liberación solo la podremos llevar a cabo nosotras mismas luchando codo con codo con el conjunto de la clase obrera con el mismo objetivo: derrocar al sistema capitalista y construir, de una vez por todas, la sociedad que nos merecemos.

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