La última semana de enero

La semana en que se escribe esta columna es la última del primer mes del año. La semana en la que el campus de la Complutense amaneció blindado por furgones y policías que protegían de sus estudiantes, que con razón protestaban, a Isabel Díaz Ayuso y a la turba de sus nuevas generaciones venidas de Génova 13 a la facultad de Ciencias de la Información. Ha sido ésta también la semana en que el asesinato del sacristán en Algeciras se ha convertido en pretexto e instrumento de algunos para dar rienda suelta al nacionalismo y al racismo más ramplón. La semana en que el gobierno de coalición ha decidido, esta vez mediante el envío de tanques, seguir manchándose las manos de la sangre de la guerra imperialista. La semana, también, de “qué largo se me está haciendo este mes” y la de “a ver si ingresan ya la nómina, que no tengo ni para bajar al súper”.

Esta semana la leche cuesta casi un 40% más que lo que costaba en las mismas fechas del año pasado; el aceite, un 35% y un 15% el pan. Si buscas alquiler, cuarenta metros cuadrados de piso con cocina y baño salen por aproximadamente la mitad de un SMI a jornada completa. Y, así las cosas, esta ha sido también la última semana del primer mes de una campaña electoral que seguro va a ser muy larga, en la que los partidos parlamentarios van a pugnar, sin tampoco irles la vida en ello, por ganar el voto de una juventud que mayoritariamente se abstiene en las urnas.

Pero lo cierto es que ya no quedan aspiraciones ni existen las expectativas que permitieron en su día que los jóvenes obreros marchasen tras el programa de reformas de la socialdemocracia, hoy en el gobierno: los jóvenes, ante todo, han acabado por resignarse al presente de miseria que se aparece como único escenario posible. Toda vez que, con la crisis capitalista como telón de fondo, al calor del brutal proceso de empobrecimiento y proletarización consustancial a la crisis, el discurso que arremete contra los sectores más vulnerables, más explotados y desorganizados de la clase obrera —trabajadores migrantes, mujeres, jóvenes…— encuentra mayores canales para su difusión a la vez que conexiones y articulaciones evidentes con el “soberanismo”, por un lado, y el auge reaccionario característico de nuestro tiempo, por otro.

La última semana de enero es el retrato vivo de la situación política de crisis y guerra, la imagen viva del capitalismo en su fase imperialista, la de los lineamientos que articulan la política burguesa. Pero imagen viva también de la potencialidad de una vida radicalmente distinta. La resignación que asola a la juventud obrera no es sino la lógica pragmatista que sigue al fracaso de la socialdemocracia; pero que se transforma en esperanza cuando esa misma juventud se levanta frente a la precariedad como hicieran, también esta semana, las trabajadoras de Inditex; o cuando se organiza para impedir la condecoración de Ayuso por su universidad. Ese camino de lucha, militante y sostenida, el camino de la ilusión revolucionaria, es el que los jóvenes comunistas proponemos hoy.

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