Despidos masivos en las Big Tech ¿crisis o bache temporal?

Desde 2022 más de 100.000 trabajadores han sido despedidos de las grandes empresas tecnológicas. En España, Meta ha despedido al 18% de su plantilla, mientras que Google y Microsoft han hecho lo mismo en EEUU con más de 10.000 trabajadores. Otras empresas como IBM, Salesforce o Spotify han seguido la misma línea. Los despidos se han acompañado con la paralización casi total de nuevas contrataciones. En un sector cuya mano de obra ha crecido de forma exponencial en los últimos 10 años, esto parece suponer un claro cambio de tendencia. Cambio especialmente preocupante si tenemos en cuenta que hoy en día muchos jóvenes depositan sus esperanzas en conseguir un trabajo en el sector de la informática que es, todavía, de los pocos sectores donde la alta demanda hace que el trabajador tenga cierta «capacidad de elección» de sus condiciones de trabajo.

Los directores ejecutivos de las Big Tech justifican los despidos argumentando que las plantillas crecieron de forma demasiado optimista. El enorme aumento de la demanda de servicios digitales durante la pandemia (como el e-commerce y los servicios de almacenamiento en la nube), hizo que las tecnológicas tuvieran una mayor expansión de sus negocios, y con ello, aumentaron las contrataciones. Para sorpresa de inversores y ejecutivos el crecimiento de las ventas se ralentizó mucho más de lo esperado en 2022, por lo que había que reducir estos «excesos». Sin embargo, las razones de estos despidos y reestructuraciones en muchas empresas del espacio digital como Netflix o Twitter tienen unas razones de fondo que van más allá de las malas previsiones y que están fuertemente enraizadas en como los cambios económicos de estos años han socavado los modelos de crecimiento de las grandes empresas digitales.

El desarrollo explosivo de las tecnológicas ha tenido dos motores principales: por un lado la perspectiva de un nicho de mercado enorme por explorar y explotar, y por otro, ingentes cantidades de dinero fruto de las políticas monetarias de los bancos centrales posteriores a la crisis de 2008. Las tasas de interés al 0% hacían que pedir dinero no tuviese coste, luego invertir en bienes especulativos era algo por lo que te pagaban. Tengamos en cuenta que el propio desarrollo del capitalismo hace que la inversión en los sectores productivos se vea reducida dado que estos ofrecen cada vez una menor rentabilidad. En un contexto donde el resto de sectores tienen unos rendimientos paupérrimos, los capitalistas o se atreven, o corren el peligro de que otros capitales que asuman los riesgos de inversión «les coman la tostada». Fruto de esto, la inversión especulativa en la bolsa de valores o en opciones más arriesgadas como las criptomonedas han sido la norma durante estos años.

La idea básica de este juego especulativo es la compra de acciones de empresas en expansión, con la esperanza de que en el futuro estas acciones valgan mucho más. La mayoría de estas compañías con altos crecimientos en el precio de las acciones y en las ventas o tenían pocos beneficios o directamente no tenían, bien porque operaban a pérdidas o porque invertían todo en seguir expandiéndose. La rentabilidad se obtiene de la esperanza en conseguir una compra-venta lucrativa de las acciones, no de los dividendos. Este contexto especulativo explica por qué es posible que compañías gigantescas que valen del orden de billones de dolares como Airbnb, Epic, Spotify o Deliveroo puedan seguir operando sin haber sido nunca rentables. Igualmente, otras compañías más grandes y con negocios mucho más sólidos como Amazon, Google, Microsoft o Meta han podido aprovechar esta época de dinero fácil para comprar otras compañías y construir monopolios gigantescos en el entorno digital.

En la salida de la pandemia este modelo de crecimiento tecnológico se ha visto atacado por la bajada en las expectativas de crecimiento, que afecta al precio de las acciones, y la subida de las tasas de interés. De hecho, el tan sonado colapso del Silicon Valley Bank (SVB), tiene como una de sus causas principales el fin de este modelo de crecimiento. Tengamos en cuenta que la mayoría de clientes de este banco eran empresas tecnológicas en crecimiento. La subida de tasas de interés ha limitado la financiación de las startups, obligando a estas a retirar dinero de sus depósitos. Si a esto le sumamos que la mayoría de estas startups eran financiadas por los mismos fondos de capital riesgo, existía la situación ideal para que ante cualquier indicio de problemas en el banco la mayoría de sus clientes, unidos entre sí por tener los mismos inversores, sacaran el dinero de golpe. Esta situación sumada a la deficiente estructura de activos del banco cuyo valor dependía demasiado de que se mantuvieran unas tasas de interés bajas, condujo de forma inevitable al colapso del banco.

Más allá de las subidas de las tasas de interés, hay que añadir otra oscura razón de fondo que escapa a los más precisos analistas financieros pero que es fácil de entender para cualquiera: mantener un ritmo de crecimiento infinito en un mundo finito, es algo problemático. Tengamos en cuenta que el negocio fundamental de las Big Tech se basa en ofrecer servicios a través de plataformas a las empresas del resto sectores económicos. La competencia entre plataformas va dejando cada vez menos nuevos clientes por los que competir y menos nichos de negocio que abrir.

Por tanto, en un contexto de mayor volatilidad económica, de subida de las tasas de interés para frenar la inflación y con un mercado más desarrollado cuya tasa de crecimiento se ralentiza, el modelo de crecimiento basado en la expansión de las ventas se ve amenazado, y con el, las formas en la que los capitalistas consiguen sus beneficios. Ahora que las ventas no crecen a los ritmos de antes, los inversores reclaman rentabilidad. Esta tendencia es precisamente la que señala Steve Eisman uno de los analistas financieros que se hicieron de oro al predecir la burbuja financiera de 2008. La etapa en la que el crecimiento en las ventas garantizaba seguridad a las compañías por parte de los inversores parece que está terminando.

Entonces, ¿entrará el sector tecnológico en recesión? La realidad es que esto es algo difícil de predecir por la existencia de varias tendencias de crecimiento que pueden contrarrestar temporalmente a las anteriormente descritas. La pelea por la supremacía en las tecnologías de inteligencia artificial que ahora libran Alphabet (la matriz de Google), Microsoft y Meta determinará quien dominará un nuevo nicho de negocio que es bastante probable que revolucione la productividad en multitud de sectores. Por otro lado, todavía existen muchas partes de la economía que son susceptibles a ser digitalizadas, además los estados capitalistas, por medio de las contrataciones del sector público, seguirán haciendo fluir grandes cantidades de dinero a las principales tecnológicas. En este sentido, lo más seguro es que esta ralentización del crecimiento se consolide, lo que no implica que los beneficios de las tecnológicas que sí son rentables se vean afectados de forma negativa. Otras empresas con posiciones más débiles en su capacidad de absorber valor del resto de la economía como Netflix, Twitter o Spotify lo tendrán mucho más complicado. En consecuencia, es bastante probable que en los próximos años veamos tanto compras de empresas más débiles por parte de las más grandes como intentos muchos más agresivos de conseguir ingresos de los usuarios cómo por ejemplo mediante las suscripciones premium en redes sociales como ya han hecho Twitter o Telegram.

Entre todo este baile de inversores, capitales y ejecutivos es necesario señalar que es el pueblo trabajador quien acaba pagando la fiesta, ya sea mediante la pérdida del empleo, la reducción del salario o indirectamente por tener que pagar más por unos servicios que antes eran gratuitos. La posibilidad de recesión, los despidos masivos y las preocupantes declaraciones de muchos analistas financieros son un amargo recordatorio de que la crisis en el capitalismo no es una excepcionalidad, sino norma en su funcionamiento.

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