Nunca jamás fue Palestina

Octubre de 2023. Las calles de un cada vez más pequeño estado de Oriente Medio lla­mado Palestina vuelven a regarse de pólvora y sangre. Una vez más, y ya no contamos cuántas, se desatan los mecanismos para generar –y justificar– el genocidio. Una lim­pieza étnica que nunca debería haber ocu­rrido, pero que no ha dejado de existir en los últimos setenta y cinco años. Un exterminio que nos es mucho más cercano de lo que podría parecer en un primer momento.

Para mi generación, los que nacimos entre los gritos de júbilo de los capitalistas y los aplausos de los burócratas que firmaron la muerte del Bloque del Este, el conflicto de Palestina ocupa un lugar especial. Nos acostumbramos de niños a ver en directo los bombardeos desde Yugoslavia y las noti­cias desde Kosovo, pero eso no nos impidió contemplar atónitos a niños palestinos de nuestra misma edad arrojar piedras a tan­ques israelíes: comenzaba en 2000 un nuevo levantamiento –la segunda Intifada– tras el incumplimiento sistemático de los acuerdos de Oslo por parte de Israel y el fracaso unos meses antes de la cumbre de Camp David.

El resultado de aquella intifada –obviando los miles de muertos– fue catastrófico para la población palestina. El engendro sionis­ta inició la retirada de la población civil is­raelí en la franja de Gaza, pero el nivel de represión desde entonces es mucho mayor. Amparándose en un supuesto “derecho a la defensa”, los genocidas que se sientan en la knéset aprobaron la construcción de cien­tos de kilómetros de muros y alambradas en Cisjordania que les permitía robar una dé­cima parte de este territorio. Del otro lado, la situación política en la propia Palestina se debilitó, tanto por distintas escisiones en el principal partido del país –el Movimiento Nacional de Liberación de Palestina, más co­nocido como Fatah– como por la muerte del propio Yasser Arafat, líder de dicho partido, en 2004.

Pero a pesar de ello había entonces, igual que ahora, algo bastante claro: que la lucha del pueblo palestino es una lucha contra la ocupación, contra una potencia imperialista que, decidida a primar los beneficios de sus monopolios, no vacila en hacer de la vida de millones de personas una pesadilla. Gaza es la región del mundo con mayor densidad de población, entre otras razones porque al sionismo le encanta demoler construcciones que se comienzan sin su permiso –el cual, por cierto, habitualmente deniega a promo­tores palestinos cuando se lo solicitan–; la edad media de los territorios ocupados es menor a 20 años –19,6 años, en concre­to comparemos con los más de 40 de toda Europa y preguntémonos si la diferencia se debe solo a que hay muchos hijos por fa­milia–; casi la mitad de la población acti­va de Gaza –46,4 %– no tiene un empleo. Hay más de 300 “checkpoints” en territorio ocupado reconocidos por las autoridades is­raelíes, cifras muy inferiores a las que da la ONU: más de 500, sin contar los checkpoints temporales. El número de palestinos asesi­nados por las fuerzas armadas de Israel cada año no baja habitualmente de los 100 desde 2008, con la excepción de 2020 a causa del confinamiento por la pandemia. El número de palestinos asesinados por colonos ni si­quiera se contabiliza. Frente a esto, ¿quién puede culpar a los palestinos de insistir en que no quieren esa vida que les ofrecen?

Porque sí, en esta historia de limpieza étnica también hay culpables. Y quizás los medios de comunicación de nuestros países, que pu­blican todas esas historias sobre “Israel con­tra el terrorismo” y necesitan inventar que los hospitales se han convertido en nidos de terroristas culpen al pueblo palestino. Qui­zás la propaganda de guerra israelí, experta en pintar de blanco, de verde, de rosa o del color que haga falta lo que no es más que rojo sangre en la ropa de un cadáver, culpe al pueblo palestino. Quizás aquellos bufones con presencia en medios de comunicación o redes sociales que equiparan la violencia del sionismo con “el islamismo en Palestina”, demostrando que se sitúan en las mismas coordenadas que el imperialismo aunque lo oculten, también los culpen, al menos en parte. Pero si tenemos que señalar a esos culpables, lo que desde luego tenemos claro los y las comunistas es que el pueblo pales­tino no lo es.

Quienes sí son culpables son los genocidas; los que dirigen el proyecto imperialista del sionismo, tanto en Israel como desde fuera de ese país; los mismos que, mientras or­denan desde un despacho robar, expoliar y asesinar en nombre de sus monopolios, obligan a los hijos de su clase obrera a de­fender los intereses de sus monopolios po­niéndoles una metralleta en sus manos, con mucho trabajo ideológico pero sin preocu­parse de sus altas tasas de suicidio. Porque, por si a alguien se le olvidaba o quería ig­norarlo, en Israel también existe la lucha de clases y la propia clase obrera israelí es otra de las víctimas del sionismo.

Pero no son los únicos culpables. El sionis­mo existe y presenta abiertamente tal nivel de violencia contra el pueblo palestino –y otros vecinos como Líbano y Siria– porque está vinculado a un bloque imperialista: el de Estados Unidos y la Unión Europea, el de la OTAN. Israel existe porque garantiza un aliado fanático en un territorio que ya se vislumbraba que había que descolonizar, lleno de recursos y que, sobre todo, sirve como nexo entre tres continentes, con va­rias rutas de transporte terrestres y maríti­mas históricas. A los sionistas nuestros im­perialistas se lo permiten todo porque, en el proceso, ellos también se benefician.

Y si la OTAN es culpable, el Gobierno de coalición en funciones de España y todos los partidos que lo conforman no lo son me­nos. Permítaseme ser tajante en este punto. Nos da igual que los representantes políti­cos de nuestro Gobierno hablen de “ayuda humanitaria” para el pueblo palestino, que se pongan chándales con los colores de la bandera de Palestina, que acusen de genoci­dio a Israel y que pidan llevar a Netanyahu a la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra. Todos esos señores y esas seño­ras que ahora aseguran preocuparse por los palestinos son los mismos que ayudaron a organizar, desde sus ministerios y secreta­rías de Estado, una cumbre de la OTAN en Madrid donde se señalaba específicamente a Oriente Medio como región de interés; ¿nos van a decir que no sabían qué implica­ba esa declaración de intenciones? Quienes ahora aprovechan la situación en Palestina para mostrar un “criterio propio” frente a sus socios de coalición son los mismos que llegaron a enfadarse porque se les pregun­tó si iban a abandonar el Gobierno cuando Sánchez abandonó a nuestros hermanos del Sáhara Occidental a las garras del régimen marroquí; ¿por qué íbamos a creer que no van a abandonar al pueblo palestino menos de dos años después de hacerlo con el saha­raui? Aquellos y aquellas que ponen el grito en el cielo contra la crueldad del ejército israelí son los mismos que están en un Go­bierno español que ha enviado buques de guerra a apoyar al sionismo en su limpieza étnica; ¿acaso creían que no nos íbamos a dar cuenta de que no han dejado de estar en el lado de los opresores?

La lucha del pueblo palestino merece toda nuestra solidaridad porque no se basa en una lucha por hacer que tal o cual mono­polio se posicione mejor dentro de este sistema. Cuando se aspira a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y trabajadoras y de sus familias, de la clase obrera y de los sectores populares, enton­ces es cuando se debe mostrar la solidari­dad internacionalista. Ahí es donde el PCTE se posiciona, contra los culpables, algo que en estos setenta y cinco años nunca jamás fue Palestina.

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