Elecciones generales y movilización obrera

Trabajador durante una manifestación de Alcoa.

Antes de la moción de censura que aupó al gobierno al PSOE, las movilizaciones por la defensa, reposición y conquista de derechos que aglutinaron a cientos de miles de trabajadoras y trabajadores antes de la caída del gobierno de Mariano Rajoy mostraban la fuerza con la que se podía contar de cara a la formación de un nuevo gobierno si este pretendía gobernar en la dirección de los intereses legítimos de la clase obrera y los sectores populares.

Nada impedía al nuevo gobierno de la vieja socialdemocracia (PSOE), en alianza con la nueva socialdemocracia (UNIDOS-PODEMOS), apoyarse en la fuerza de la calle para construir políticas que hicieran avanzar nuestros derechos tras décadas de recortes y retrocesos en los mismos.

Se contaba también, si ese hubiera querido ser el camino, con la fuerza de unos sindicatos que retomaban la senda movilizadora hasta el punto de palparse en el aire (como) cómo se iba cuajando la convocatoria de una nueva Huelga General.

Fue en ese momento, (sin que generase sorpresa para los comunistas que llevamos clarificando qué significa la opción política del PSOE y sus aliados), cuando empiezan a producirse anuncios más o menos grandilocuentes sobre las medidas que con carácter social se iban a ir produciendo en el futuro próximo. El Gobierno prometía y anunciaba, en un intento de ganarse a las capas populares, grandes avances sociales. Los puntos fuertes sobre pensiones, reforma laboral y otros se han quedado en sólo anuncios que de nuevo vuelven a agitar como programa de cara al próximo proceso electoral. Nada realmente sustancial y consolidado hemos obtenido los trabajadores y trabajadoras con el nuevo gobierno. En cambio, la burguesía sí ha conseguido, con esta nueva edición del bipartidismo, frenar un proceso de movilizaciones que auguraban la consecución de nuevas conquistas.

El movimiento sindical de clase se equivocó, virando toda su estrategia hacia las luchas parciales, en un intento de darle un margen al nuevo gobierno. Quizá pensando en la buena voluntad del mismo o por compartir un modelo de sociedad que no es el que objetivamente nos interesa a la clase obrera. Y esa decisión del movimiento sindical empujó hacia falsas esperanzas en el parlamentarismo a una clase obrera cada vez más harta de las sucesivas traiciones de quienes toman el gobierno apelando a la izquierda y luego lo gestionan a mayor gloria del capital.

Es por ello que el movimiento sindical de clase debe dejar de plantear su agenda, y de modularla, al compás de los intereses electorales de determinadas fuerzas políticas. Debe salirse del chantaje que le pretenda culpar de la posible llegada de la derecha, más o menos extrema, al gobierno. Pues esa responsabilidad es exclusiva de unas formaciones políticas tibias y timoratas, cuando no traidoras, que permanentemente defraudan las expectativas que, ingenuamente, las capas populares depositan en ellos y en la vía parlamentaria.

Son ya años en los que las contradicciones propias del sistema capitalista imprimen al sistema político español un determinado desarrollo como es la imposibilidad de generar gobiernos institucionalmente estables fruto del periodo entre crisis que vivimos. Un periodo caracterizado por un lado por una guerra abierta y sin cuartel de la gran burguesía española contra la mediana y pequeña burguesía y las implicaciones territoriales que esto genera, y por otro lado la guerra que todas ellas han desatado contra la clase obrera en su afán de aumentar la tasa de explotación.

La crisis institucional que atraviesa el sistema político español se debe a múltiples factores que los comunistas hemos ido analizando a lo largo de este periodo. Pero lejos de caer en el academicismo, lo realmente importante es que debemos convertir esa crisis en una oportunidad para hacer avanzar las posiciones de clase en el camino de la construcción de un país para la clase obrera.

Por ello, en un año de intensa actividad política y electoral como el actual tenemos que aplicar toda nuestra energía en convertir la batalla electoral en un altavoz para la dinamización, intensificación y convergencia de las luchas obreras. En la clarificación del hecho de que sólo la fuerza organizada de la clase obrera puede conseguir el avance de sus posiciones y garantía de sus derechos. Y en clarificar que la verdadera fuerza está en la movilización y la organización, aunque el voto importa si se expresa en la opción de la única formación política que fortaleciéndose fortalece nuestros intereses como clase: el Partido Comunista.

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