El viejo topo retratado por Bong Joon-ho

Fotograma del film Parásitos, ganador del Oscar a mejor película 2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En un discurso pronunciado en la fiesta del aniversario del People’s Paper, en 1856, Marx definió la revolución como ese viejo topo que sabe cavar la tierra con tanta rapidez. La revolución atraviesa cada conflicto de la sociedad aún incomprendida, inaprensible, desconocida, como si estuviera bajo tierra. La necesidad de la revolución, y en consecuencia la decadencia romana del Imperio Ilustrado, se expresa de forma cruda en las contradicciones del mundo contemporáneo, como decía Marx en el mismo discurso: este antagonismo entre la industria moderna y la ciencia, por un lado, y la miseria y la decadencia, por otro. Por ello, para ocultar la decadencia que ellos mismos generan, han levantado muros, muros que permiten que no tengan que vernos, que mirarnos, que olernos. Pretenden así silenciar al viejo topo, apartándonos a las periferias y a los subsuelos para permitirse vivir sin remordimientos morales ni temores de clase.

De eso va “Parásitos”, la película del director surcoreano Bong Joon-ho, que ha obtenido un éxito apabullante de crítica y público convirtiéndose en la primera película de la historia que gana simultáneamente el Oscar a mejor película y a mejor película extranjera. “Parásitos” es salvaje, divertida, trágica y contundente; ríes y sufres, sientes horror, empatía, odio, amor… y todo en apenas dos horas. Sí, sin duda se ajusta a ese cine-puño que buscaba Eisenstein o a ese arte-martillo que buscaba Mayakovski.

La metáfora social se desarrolla durante el tiempo de duración de la película retorciendo su título, exprimiéndolo hasta darle la vuelta. Arranca con una familia pobre buscando desesperadamente tener conexión Wi-fi, no tienen dinero para pagarse su propia conexión porque ninguno tiene empleo (ganan algo de dinero doblando cajas para un restaurante de pizzas, los falsos autónomos que plagan el capitalismo tardío) así que se pasean por la casa buscando la posición exacta en la que poder parasitar la conexión a alguna cafetería. Desde el comienzo el espectador asociará el título con la familia protagonista, pero Bong Joon-ho nos pondrá bocabajo sin recurrir a un retrato propagandístico, sin narrativas moralistas, simplemente mostrando la totalidad de la realidad, mostrando en todas sus aristas el cuadro social.

El recurso para concentrar esa visión global de la realidad será derribar los muros: el hijo varón de la familia pobre recibe de un amigo universitario la oportunidad de dar clases a una niña de una familia adinerada. Para ello necesita travestirse, es decir, aparentar no ser pobre, cumplir con los parámetros de la mercancía-profesor que quiere la familia rica. La actitud naif, la facilidad con la que, movidos exclusivamente por las apariencias, aceptan al chico como profesor de su hija llevará a que la familia pobre decida urdir un plan para colocar a todos los miembros en distintos trabajos al servicio de la familia rica. Ahí se desataca el caos, y el director surcoreano lo describe con tanta sinceridad que emergen en pantalla tantos conflictos que darían para una infinidad de artículos: el wanna be aspiracional de lo pobres, la falsa igualdad de oportunidades, los conflictos y contradicciones entre los propios plebeyos, la amabilidad como una cuestión de clase, etc.

Sin animo de hacer ningún spoiler y animando al lector a ver y disfrutar la película, destacaré solo los que a mi entender impregnan especialmente la metáfora social de “Parásitos”: el primero, la obsesión en torno al “plan” que carcome a la familia pobre, la búsqueda desesperada de un “plan” que les salve de la miseria, con la conclusión de que no hay planificación posible para quienes nada tienen salvo su fuerza de trabajo, es decir, para aquellos cuya vida es absolutamente dependiente de un comprador. La evidencia de sus vidas como vidas dependientes es lo que lleva al padre de la familia a ese genial diálogo, expresión del que simplemente se reconoce esclavo de la “ciega necesidad”, mientras descansan sobre las colchonetas de un polideportivo: “¿Sabes cuál es el plan que jamás falla? No tener absolutamente ningún plan. ¿Sabes por qué? Cuando haces planes nunca salen como esperabas. Mira a tu alrededor, ¿crees que toda esta gente pensó: “vamos a pasar la noche en un polideportivo”? El segundo es el odio de clase, porque la familia pobre entra travestida a la mansión de la familia rica pero como los indígenas en el Perú, que en la procesión del Corpus Christi escondían debajo de las imágenes católicas a sus dioses incas, los pobres no pueden evitar ser lo que son y de las diferencias, de la abundancia y el cinismo frente a la frustración y el olor a trapo hervido, ya se sabe: surge el sonido insistente del viejo topo por debajo de la tierra.

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