Unamuno no es Don Quijote

Miguel de Unamuno.

El film de Alejandro Amenábar, Mientras dure la guerra, ha vuelto a poner de moda la figura de Miguel Unamuno. Nada nuevo bajo el sol —ni cara al sol—. Icono del 98, cuenta con todos los méritos para que le pongan su nombre a un aeropuerto: exnacionalista periférico, exmilitante socialista, golpista de pro y, más que nada, furibundo anticomunista. En uno de los debates de investidura de este pasado año, Santiago Abascal le parafraseó; Aitor Esteban se sorprendió por ello, tácitamente reclamando para sí la figura simbólica del viejo profesor de la Universidad de Salamanca. También Gabriel Rufián le tomó la palabra a Unamuno, confusamente. Por lo visto, a todo el mundo le encanta la equidistancia, sobre todo porque en esa equidistancia a todos les quedan más o menos igual de lejos los comunistas.

La película de Amenábar —al que no se le puede negar que es un gran director de cine— es la enésima proclama en pos de la vieja falacia de la neutralidad e independencia unamuniana. El mensaje del film, la moraleja —como en los cuentos para niños—, es el viejo mantra del cainismo español, la tragedia de la supuesta guerra entre hermanos, el error histórico del que solo podemos absolvernos si nos reconocemos todos por encima de las clases y las ideologías y nos abrazamos como españoles. Ya lo decía aquel político del año pasado, Albert Rivera, que no veía ni rojos ni azules, sino sólo españoles. Con ese propósito discursivo, el film de Amenábar es vergonzoso, en términos históricos, políticos y éticos. Engaña en todos esos aspectos. Cuenta una historia de España, de la guerra y del propio Unamuno —cuya figura como tal es al final lo que menos importa— totalmente falsa. El “venceréis, pero no convenceréis” no es un alegato contra el fascismo, ni contra la guerra, ni de reconciliación alguna. Es un alegato personal, individualista, autocomplaciente, todo lo disruptivo que se quiera, pero siempre en el seno mismo del fascismo golpista. ¿Defendía Unamuno a la República y la democracia cuando lo pronunció, o defendía las posibilidades de éxito del alzamiento fascista según determinadas tácticas y estrategias? La pregunta es retórica.

Lo más terrible del ensalzamiento de la figura de Unamuno, financiador del golpe de Estado del 18 de julio y defensor del mismo y de su cruzada anticomunista hasta sus últimos días, es también la asunción del papel de los intelectuales desde una torre de marfil, tanto más elevada cuanto más ajenos sean al pueblo. Pero no es lo único errado en el film de Amenábar, especialmente vergonzoso es el retrato que deja de Franco, como un circunspecto pero reflexivo y casi filosófico estratega, o de Carmen Polo, directamente ensalzada como la bondadosa madre de España.

El 17 de septiembre de 1936, El Mono Azul, la hoja semanal de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, publicaba una carta de Ilya Ehrenburg a Don Miguel de Unamuno, de “escritor a escritor”. En ese texto, Ehrenburg le saca todas las contradicciones a Unamuno, las que hoy se ensalzan como profundamente humanas y democráticas, y que son, sin lugar a dudas, infames y vergonzantes, cobardes y criminales. Le escribe el escritor soviético al profesor español: “Defendía usted su derecho a la neutralidad. Pero ha llegado un día en que ha entregado usted para espadas el dinero que le dieron las palabras. Yo soy también escritor; pero sé que los hombres conquistan la felicidad con palabras y con armas. No nos escondemos tras un razonamiento poético; hemos escogido nuestro lugar. Ya no hay en la lucha escritores «neutrales». El que no está con el pueblo, está contra él”.

Hoy nos venden una figura romántica e íntegra encarnada en lo que fue Unamuno, un ser de luz, noble, valiente, al margen de “rojos” y “fascistas”. Nos venden a Unamuno como una víctima de su tiempo. Pero no lo es. Fue, por el contrario, un verdugo. El final de la carta de Ilya Ehrenburg, deja su mejor retrato, dice: “No, no es usted un Don Quijote, ni siquiera un Sancho Panza; es usted uno de aquellos viejos sin alma, enamorados de sí mismos, que sentados en su castillo veían cómo sus fieles servidores azotaban al malaventurado caballero”.

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