Los falsos dilemas del conflicto catalán

El Partido Comunista lleva mucho tiempo hablando que en la sociedad se sitúan constantemente falsos dilemas. Un falso dilema es una elección entre dos posiciones que, sea cual sea la decisión que se tome, acaba mal para el elector. Un falso dilema es una trampa discursiva. Se llega a esta posición cuando el enemigo ha sido capaz de marcarte su agenda sobre lo que se debe o no discutir y sobre cómo se debe dividir la sociedad entre los que tomen una decisión u otra, pero también –y es complementario- se puede llegar a un falso dilema cuando se está atrapado en un callejón sin salida fruto de los errores ideológicos del pasado. 

La política catalana está llena de falsos dilemas, cosa que conlleva a que la clase obrera de una u otra identidad esté atrapada en sucesivas decisiones que no le conllevan ningún beneficio y que le dejan huérfana de un proyecto propio independiente de otras clases sociales.

El primer falso dilema es el nacionalista-identitario. ¿Te sientes español o catalán? Es un falso dilema no porque alguien no pueda legítimamente sentirse catalán o español, si no por el proyecto que esto entraña. Hoy el discurso dominante, bien espoleado por PP y C’s, es una España uniforme donde el identificativo español se circunscribe únicamente a una parte cultural de toda la diversidad del país. Por la contraparte, ser catalán parece estar ligado directamente con ser independentista y rechazar cualquier esperanza de cambio común con el resto de pueblos de España. Ante este falso dilema corresponde levantar el proyecto de una España de la convivencia, la fraternidad y el respeto a toda su diversidad. Un proyecto verdaderamente patriótico, defendiendo lo que es en verdad España, que no son los intereses de los grandes oligarcas ni tampoco un destino común, si no la vida de su pueblo trabajador.

Dentro del nacionalismo catalán se suceden igualmente los falsos dilemas. ¿Hay que tomar una vía de unilateralidad o hay que esperar a que el gobierno central quiera negociar un referéndum de independencia? ¿Hay que acatar las sentencias de los tribunales o no? ¿Hay que supeditar las estrategias políticas a que los presos salgan de la cárcel o son peones sacrificables? ¿Hay que aplicar medidas socialdemócratas contra las decisiones del Tribunal Constitucional para ensanchar la base social de apoyo al independentismo con sectores que se sienten españoles de izquierdas, o hay que aplicar un modelo neoliberal de recortes para que la Unión Europea, EEUU y las grandes corporaciones vean en el proyecto independentista algo fiable y homologable en términos capitalistas? Todas estas preguntas que se lanzan a la arena pública y encienden los debates dentro de los 2 millones de votantes del nacionalismo catalán son las preguntas de la derrota. Cuando tu debate se basa en si tocas a retirada o te quedas a pelear hasta el final es que has perdido totalmente la batalla. Y esto es así porque el nacionalismo catalán se ha instalado en un falso dilema desde hace años para conseguir ciertas mejoras, en este caso entre 3 opciones: a) Negociamos con un Estado que tiende a la reacción, b) Cambiamos este estado mediante las herramientas “democráticas” c) Salimos de este estado. La última opción es la que se ha convertido en hegemónica, siendo alimentada por la acción del Estado, ridiculizando las dos primeras como inviables. Lo cierto es que las tres opciones son completamente inviables en una dictadura capitalista que tiende a la reacción y a la centralización de sus estructuras de dominación. Cualquiera de estas estrategias tomadas es y será un fracaso haciendo que la mitad de la clase obrera catalana no solamente luche bajo pabellón ajeno, es decir para intereses de otros, si no que además luchen para llegar a una derrota segura, generando una enorme frustración. 

Un verdadero cambio en todos los órdenes sociales tanto en Cataluña como en el resto de España pasa por un proceso revolucionario hacia la toma del poder. Y poder, en España, tal como se ha demostrado en los últimos meses, solamente hay uno y está tremendamente concentrado. El estado de las autonomías es solamente una formalidad por la que se reparte la gestión administrativa de ese poder. Tomar una parte de esta gestión, ya sea en ayuntamientos como en comunidades autónomas, no erosiona para nada el poder y solamente sirve para ser un secretario de los dictámenes de la clase capitalista. El único cambio es revolucionario, único para toda España y va dirigido al corazón del sistema. Tal como dijo Lenin: “Salvo el poder, todo es ilusión”.

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