¿Es la nacionalización una solución viable para Nissan?

Vista exterior de la planta de Nissan en la zona franca de Barcelona. Imagen: EFE / Alejandro. García

España es, a pesar de todas las memeces que pueda soltar la derecha, un país capitalista, esto es, un país gobernado por la dictadura del capital. El capital manda por encima de cualquier democracia o interés general. Si los propietarios de la Nissan consideran que su capital se rentabilizará mejor en otro país, se van a ir dejando 25.000 familias en la estacada. Todo el entramado jurídico-político está basado en garantizar la libertad (del capitalista, por supuesto) de explotar a la clase obrera como mejor convenga. Aún así, fruto de décadas de lucha de la clase obrera, todavía existen ciertas defensas que se pueden usar contra las arbitrariedades burguesas. Surge por lo tanto el debate, ante el órdago que plantea la dirección de la Nissan a sus trabajadores, ¿cuál es la mejor solución a futuro para el beneficio de estos? ¿qué vías son factibles?

Básicamente hay 3 vías de salida de esta situación: o se encuentra un nuevo inversor capitalista que compre parte de la fábrica o se nacionaliza la fábrica o se va todo el mundo al paro (con más o menos ayudas) destruyéndose el 7% del PIB industrial de Catalunya. Asumiendo que la tercera es la opción menos deseada por todos, el debate se sitúa entre buscar un socio capitalista o la nacionalización. La socialdemocracia, las administraciones públicas y la patronal están por lo primero. Es la solución más fácil, pero tiene un recorrido muy corto. Primero porque el nuevo socio seguramente no se quedará con el 100% de la plantilla; segundo, porque son habituales en estos casos compras a precio de saldo para luego hacer negocio troceando y desmantelando la empresa; y tercero, porque en el mejor de los casos lo único que haríamos es tener una nueva soga al cuello, la cual nos exigirán año a año que nos apretemos más si no deseamos la deslocalización. Todos los defensores de esta vía saben de sus limitaciones y lo atractiva que es, en cambio, la propuesta de la nacionalización. Por ello, todos -en distintos niveles- comparten un discurso para evitar abrir este debate: la nacionalización no es posible. Con ello pretenden cerrar la vía de esperanza y de lucha de miles de trabajadores y que nos pongamos a discutir solamente el color de la soga que nos tendremos que poner en el cuello. No lo van a conseguir.

¿Es cierto que la nacionalización no es posible? Los argumentos se encaran desde tres prismas: el legal, el económico-político y el técnico.

Legalmente la nacionalización es absolutamente factible, y nadie lo discute. Viene avalado por los artículos 33 y 128 de la Constitución y se ha llevado a término en distintos casos históricamente. Lo único que está en discusión es ¿a qué precio? Eso es lo único que hay que dirimir, con independencia de los problemas que puedan situar la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia y sus homólogos europeos e internacionales. En el caso de Nissan, está claro que si el Estado decidiera su nacionalización sin indemnización, conllevaría un proceso legal en tribunales españoles, europeos e internacionales. Pero el Estado tiene muchas vías de defensa de su posición, empezando por los centenares de millones de euros que durante años ha ido regalando a la compañía. Además, hay que entender que la justicia no es algo estático, sino que se mueve por presiones. De ahí que a veces, de un día por otro, cosas que parecían imposibles pasan a ser legales o se cambian conclusiones del Tribunal Constitucional porque perjudican a la banca. En el otro lado de la balanza, la fuerza de la plantilla de la Nissan, junto con la fuerza del gobierno y los argumentos antes mencionados nos situarían en esta batalla legal en una muy buena posición. Se podría nacionalizar y encarar esta batalla en los tribunales, pero el gobierno no quiere.

El gobierno no quiere porque dirige un país capitalista que se debe al dinero de los monopolios. Y ahí va el segundo argumento, usado por todos los liberales: una nacionalización (más todavía si se hace sin indemnización) provocaría una desconfianza en los mercados, haciendo que se fuguen muchos capitales y otros dejen de llegar. Tienen bastante razón los liberales. Nuestra economía se basa en mostrarse como una niña bonita cara a las multinacionales: aquí se puede explotar a la clase obrera con garantías, de forma segura, con el aval de la UE y de forma más intensa que en los países vecinos. Todo se basa en que nuestra niña sea más bonita que las vecinas. El problema es que el capitalismo es un monstruo depredador, así que no importa cuánto cedas porque siempre te va a exigir más. Siempre habrá algún rincón del mundo dispuesto a venderse más barato. Decir que no podemos nacionalizar una empresa (¡de un sector estratégico!) porque hay capitalistas a quienes esto no les va a gustar es como evitar levantar la mirada mientras te dan latigazos por miedo de que el esclavista se enfade. Este es el camino de la sumisión, es el camino de los cobardes. Hay que decir basta a este chantaje, es hora de enseñar los dientes.

El tercer argumento es más de carácter técnico: las fábricas de Barcelona no serían viables si se nacionalizaran. Hay que empezar aclarando que evidentemente no se puede nacionalizar la empresa Nissan, que es una multinacional. Lo que sí se puede, y se debe hacer es nacionalizar los activos de la multinacional en suelo español.

Ante esto, hay quién dice que nacionalizar los medios de producción de Nissan en España no es factible porque no se les podría dar uso. Lo cierto es que se les puede dar uso, ¡pero hay que querer hacerlo! Y es que, contando sólo desde el año 2009, Nissan ha recibido ya 179 millones de euros en ayudas públicas. A eso añadámosle los 3 millones que la Generalitat había prometido a la empresa para renovar la planta de pintura si se quedaban. ¡Casi nada!

En vez de seguir regalando dinero a la empresa privada, se podría pensar en una inversión que adecue las instalaciones de Nissan en Barcelona para la producción de furgonetas, vehículos ligeros y turismos eléctricos, tan en boca de todos. La inversión para empezar no es tan grande, pues los trabajadores de las plantas de Nissan aquí tienen una media de 18 años de experiencia, habiendo estado muchos de ellos en China y Japón de formación. Son excelentes profesionales. Y hace falta poco, muy poco, para mantener las fábricas en marcha.

Si nos quedamos en el campo de la automoción, a los centros de Nissan les hace falta sobre todo I+D. El centro tecnológico que tiene ahora Nissan en Barcelona está enfocado al diésel: es necesario que el Estado aporte conocimiento para, por ejemplo, trabajar en baterías de litio que tengan mayor autonomía. Al centro de Nissan en Sant Andreu de la Barca prácticamente no hay que tocarle nada; en Montcada, que hace la chapa, los propios trabajadores tienen el conocimiento para diseñar nuevos troqueles adaptados a los coches eléctricos; en Zona Franca, como punto de partida basta con hacer una nueva planta de pintura que trabaje con agua en vez de plomo y cambiar la maquinaría de par de apriete en los puntos A y B para la seguridad activa y pasiva de los vehículos, que son de la época del Nissan Patrol.

Vale, en estas fábricas se puede seguir produciendo con una baja inversión necesaria, pero se vuelve a contraatacar diciendo: ¿y cómo va a competir una fábrica local en un mercado de capital altamente concentrado y altamente tecnificado? Y tienen, otra vez sólo en parte, razón. Si se nacionaliza solamente la Nissan en unos pocos años las fábricas estarán desfasadas, y sólo podrán sobrevivir a base de nutrir el parque público de coches oficiales. La nacionalización de la Nissan debe ir acompañada de un plan general para este sector estratégico, nacionalizando o creando otras empresas tecnológicas y armando una estructura de apoyo paralelo. No queremos nacionalizar una empresa desatendida que acabe en pérdidas para que justifiquen su venta posterior sino organizar toda la economía alrededor de los sectores públicos estratégicos para que no vuelva a ocurrir que, en una situación de pandemia, nuestro país no sea capaz ni de fabricar tests o mascarillas.

Aprendamos de los errores. Algunos invocan el ejemplo de Santana Motors en Jaén para “demostrar” que la nacionalización es imposible. Recordémosles que la Junta de Andalucía nacionalizó la fábrica por la misma razón que el Estado se quedaría con las de Nissan: por presión obrera. Pero una vez en sus manos, los gobernantes siguieron buscando inversores para la planta: empresas como Iveco o TagAz fueron sólo algunos de los candidatos que pasaron por Jaén y desdeñaron las instalaciones. Al final las dejaron morir. ¡Las instalaciones de Nissan no sólo deben ser expropiadas, sino que se les debe dar un uso, acorde a un plan, en el que tengan un papel fundamental los trabajadores!

La nacionalización es viable, a costa de enfrentarse a los poderes económicos y empezar a construir una economía productiva, no subsidiaria, totalmente distinta. Por eso el gobierno “puede, pero no quiere”: porque se debe al capital y no al pueblo. Y por eso la lucha de los trabajadores de la Nissan no se debe hacer de la mano del Gobierno si no contra el Gobierno, redoblando nuestra fuerza, nuestra unidad y nuestra combatividad hasta obligarles a hacer aquello que no quieren hacer: tomar las medidas necesarias para defender al pueblo y salvar las plantillas en contra de los intereses del capital.

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