No hay conciliación

La crisis (no sólo ni principalmente) sanitaria, ha puesto en mayor evidencia aún que la conciliación no existe. Durante el confinamiento de la primavera de 2020, sin las escuelas y las abuelas, sin centros de día ni ayuda a domicilio, con las residencias convertidas en algo parecido a campos de exterminio, no hubo ayuda ni apoyo para las mujeres.

En la propia prensa oficial del sistema se habló de “fragilidad del modelo español de cuidados puesta en evidencia por la pandemia”. Nosotras vamos a llamarle por su nombre: destrucción de los escasos restos del “estado del bienestar” (bienestar para algunos), deterioro, precarización, demolición y cómo no, privatización acelerada de la sanidad pública, de los cuidados y de la atención a la dependencia. Sí, en el contexto de la pandemia, pero sobre todo en el contexto de una crisis de enormes dimensiones del sistema capitalista, que la pandemia no hizo más que precipitar y agravar.

El peso de los cuidados, siempre sobre los hombros de las trabajadoras, se hizo insoportable. Millones de Wonder Women proletarias, no princesas, tuvieron que desarrollar el súper poder de sacar adelante al mismo tiempo empleo, educación, tareas domésticas y cuidado.  Las que pudieron, como pudieron, cargaron con el doble peso de cuidar a los suyos y trabajar por un salario. Para muchas este trabajo por un salario se desarrolló también en el ámbito de los cuidados, donde la sobreexplotación y la precariedad características y endémicas de estos sectores se agravaron aún más a causa de la pandemia o con la excusa de la misma.

Así las trabajadoras de las residencias de mayores, y servicios de atención al hogar, las sanitarias, las cuidadoras, las trabajadoras de la limpieza en centros sanitarios y socio-sanitarios y tantas otras tuvieron que suplir la falta de personal alargando jornadas, perdiendo reducciones de jornada, concreciones horarias, vacaciones, ingresos las que no pudieron hacer compatibles las necesidades de sus familias con el trabajo asalariado. Perdiendo siempre. Las que teletrabajaron (y teletrabajan; porque casi todos los retrocesos en nuestros derechos iniciados al calor del confinamiento han venido para quedarse) lo hicieron y lo hacen sin horario, en muchos casos sin que la empresa privada o pública por cuya cuenta trabajan provea los medios materiales y herramientas para el desarrollo de este trabajo. Convertidas en las esclavas ideales, que ponen a la vez la fuerza de trabajo y los medios de producción. Desprotegidas y desprovistas de medios como si fueran autónomas, pero explotadas como asalariadas. Y, además, cuidadoras en el ámbito doméstico.

Otra vez los analistas y sociólogos del sistema hablaron de corresponsabilidad en el hogar y flexibilización horaria en las empresas.

Claro que sí, que hay que trabajar por la corresponsabilidad en el hogar y el lastre machista en la distribución interna de las tareas domésticas hay que combatirlo y erradicarlo. Pero ¿qué hay de las empresas? ¿Qué hay de las políticas de los gobiernos al servicio de las mismas? ¿Garantizaron los decretos de “igualdad retributiva “y los “planes de igualdad” obligaciones reales en estas materias,  con mecanismos de control de su cumplimiento, con sanciones para  las empresas infractoras, con medidas concretas para alcanzar la igualdad real en el mercado de trabajo y la conciliación de vida familiar y vida laboral?

No, no lo hicieron.

Suena bien lo de la flexibilización de la jornada laboral, pero ¿flexibilización al servicio de qué, de quién? 

¿Flexibilización para reducir jornada sin pérdida de derechos salariales, para trabajar menos y para que trabajemos todas? No. Flexibilización para reorganizar la jornada para la mejora de la productividad, o sea para el incremento de la plusvalía. Para mejorar la eficacia de la explotación, no para suavizarla. Flexibilidad para el patrón, no para la trabajadora.

Y ¿qué pasa con los servicios sociales? ¿Algún plan para darles el valor, la gratuidad, la calidad, las condiciones dignas para sus trabajadoras que estos servicios sociales esenciales merecen y requieren? No. Tampoco esto.

Por no reconocerse, no se ha reconocido ni siquiera el derecho de la madre a una baja laboral para atender al hijo o la hija en cuarentena preventiva.

En septiembre, la ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, dijo negro sobre blanco que las madres que tuviesen que cuidar a sus hijos en cuarentena, pero con una PCR negativa en Covid-19, no tenían derecho a una baja laboral retribuida. El Plan “Me cuida” sólo significó reducciones de sueldo a cambio de una mayor flexibilidad horaria. ¿” Me cuida”? ¿Me da a elegir entre cuidar a mi hija o tener qué darle de comer?

No hay conciliación posible entre trabajo y cuidados para las mujeres trabajadoras.

No hay conciliación posible entre los intereses y las necesidades de las trabajadoras y las políticas rapaces de la gran patronal y los gobiernos que le sirven.

Marina Quintillán

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