¿Hacia un ejército europeo?

El pasado agosto, en pleno caos de la retirada de Afganistán de las fuerzas de la OTAN, resurgió un viejo debate entre las autoridades de la Unión Europea: se necesita —dicen— un ejército unificado europeo.

La idea, que tiene una larguísima historia, tuvo su momento álgido en 2017, cuando se creó la llamada PESCO, una iniciativa de integración de “defensa” europea, cuyo elemento clave son fuerzas expedicionarias para desplegarse en el extranjero, con capacidad propia de entrar y salir de un escenario de conflicto. Y aquí está la clave: ¿para qué necesita la Unión Europea un ejército?

Los comunistas somos anti-imperialistas, no anti-militaristas. Suele decirse que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La Unión Europea, como alianza de monopolios europeos, tiene como política garantizar mercados, rutas comerciales y, sobre todo, la extracción y realización de plusvalías, extraídas en el proceso de trabajo de la clase obrera europea y de todos los países en que empiezan las cadenas de valor que finalmente llegan a Europea. El imperialismo no es otra cosa que convertir estos objetivos en misión política y militar del propio bloque europeo.

La OTAN, tradicionalmente, organizó jerárquicamente las prioridades militares y políticas de los países europeos occidentales en consonancia con los dictados de Washington. A pesar de que las contradicciones entre países miembros siempre existieron, las prioridades durante las décadas de la Guerra Fría unificaban a la alianza imperialista atlántica frente a un peligro mayor: la posibilidad de que las revoluciones socialistas del Este de Europa se extendiesen también a Occidente.

Tras el fin de la Guerra Fría, las contradicciones afloran, sin enemigo existencial que las amortigüe. Estados Unidos apuesta por el Pacífico, mientras la Unión Europea tiene su foco puesto en el Sahel, el Mediterráneo y el Este de Europa. La iniciativa AUKUS —por la que Reino Unido, Australia y Estados Unidos han forjado una alianza militar en el Pacífico— ha llevado a que Francia pierda un contrato de suministro de submarinos a Australia por valor de 35.000 millones de euros. Y eso pesa: cuando la política de defensa, a falta de enemigos, es un gran negocio.

Europa es, en la actualidad, la región del mundo donde más se ha incrementado el gasto militar, debido al compromiso adquirido con la OTAN de gastar el 2% del PIB en defensa. Se gasta mucho dinero en contratación de soldados y programas de armamento, pero de forma totalmente ineficaz para las misiones que realizan. No existe capacidad para desplegar ese material militar y sostener una campaña en el extranjero. La mayoría de inversiones son para apoyar la propia industria de defensa europea. Gasto público que revierte en el capital privado.

La UE ya es formalmente una alianza defensiva (artículo 42.7). Asimismo, cuenta con la Agencia Europea de Defensa, la Cooperación Estructurada Permanente y el Fondo de Defensa Europeo. Los 27 miembros de la UE gastan anualmente 232.807 millones de dólares en defensa, cuatro veces más que Rusia. Cuentan con 1,8 millones de soldados (el segundo ejército más grande del mundo), si bien solo el 30% están listos para el combate y solo entre 50.000 y 100.000 podrían desplegarse de forma sostenida.

Un informe en Alemania reveló que el 60% de los aviones y el 80% de los helicópteros no están operativos, al igual que 100% de los aviones de transporte y submarinos. La situación es similar en la mayoría de países. Grecia, uno de los pocos países que cumple el objetivo del 2%, incluye en estos gastos las pensiones. España, incluso, camufla en el presupuesto militar gastos que en realidad pertenecen a la Casa Real.

La idea fuerza es, por tanto, que, a pesar de que Europa gasta cada vez más en sus presupuestos militares, estos no están orientados a dotar a los imperialistas europeos de una fuerza combativa que defienda y proyecte su poder en el mundo. Se gasta para alimentar a la industria militar privada, que a su vez genera demanda en otros sectores de la industria pesada. Y es el primer factor el que se quiere cambiar con la iniciativa del ejército europeo.

Francia es la más interesada en la creación de un auténtico ejército europeo. Tras la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el país galo es la única potencia nuclear del continente. Cuenta también con el mayor ejército de la UE, lo que le valdría para dirigir una hipotética estructura de mando militar unificada, y ha encabezado misiones militares propias al margen de Estados Unidos, como la que actualmente mantiene en Mali.
Sin embargo, ese objetivo parece distante, debido a las fricciones que generaría con Washington en la OTAN, así como la lucha de las distintas industrias europeas de defensa por conseguir los futuros contratos, que ahora están muy vinculados a alimentar los (ineficaces) ejércitos de los Estados miembro.

Por ahora, la política europea busca crear grupos de combate, de forma que cada país miembro tenga un batallón disponible con 1.500 soldados, con capacidad para entrar en acción en 10 días desde la orden y combatir en el teatro de operaciones en 15 días.
Es decir, la Unión Europea no matará aún los ejércitos nacionales, que son una forma habitual de transferir cuantiosos fondos desde el erario público al capital privado. Pero sí quiere tener, cuanto antes, una fuerza militar efectiva para imponer sus intereses allá donde sea necesario. No para enfrentarse a otras potencias, por el momento, sino para intervenciones como las de Libia, Afganistán o Mali.

Tal como en tiempos de Lenin, el mundo camina a una división en diversos bloques imperialistas que se enfrentan por los territorios, los recursos y las rutas comerciales. Las declaraciones alarmadas sobre la necesidad de un ejército europeo solo buscan que la UE cuente con una fuerza de proyección imperialista. Los comunistas de hoy, tal como los de hace un siglo, no seguiremos a ninguna burguesía al matadero, aunque lo camuflen con las palabras e intenciones más nobles. El mundo para la clase obrera no se construirá siguiendo a ninguna de ellas, sino enfrentándolas.

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